-¿Piensas que mi cabello lucía mejor tiempo atrás?

Hans, que se encontraba sentado en un sillón, en una esquina del salón de la casa de los Urrutia, cambió la página del periódico que estaba leyendo. Mantenía la vista fija en el papel, con una de sus cejas ligeramente arqueada. Su elegante apariencia distaba mucho de tiempos pasados, donde muchas veces se le comparaba con un salvaje.

-¿Y bien?-preguntó Luisa que frente a un delicado espejo giraba su rostro de un lado a otro-¡Hans!

La señora Urrutia, que dormía en el sillón nexo a Hans y que cumplía escuetamente su papel de chaperona despertó de un salto. Hans sin poder evitarlo esbozó una sonrisa. Bajando el periódico finalmente alzó la vista hacia la muchacha que lo observaba impaciente.

-¿Y bien?-dijo ligeramente encorvaba y los ojos abiertos de par en par.

-¿Y bien qué?-preguntó la señora Urrutia tratando de evitar bostezar.

-Su ahijada tiene intenciones de volver a lucir como un muchacho-expresó Hans apoyando su codo en el reposabrazos y con cierta expresión cansina, su dedo índice y anular contra su sien.

-¡Qué! ¡Yo no…!

-¿Cómo dices?-exclamó la señora perdiendo toda pizca de sueño.

-¡Yo no…!

-¡Por todos los cielos Luisa!-Luisa suspiró cansina. Sabía perfectamente lo que ocurriría a continuación-Hace dos años rechazaste la invitación de tus padres de ir a vivir con ellos. Hace 5 meses mostraste tus intenciones de entrar a estudiar a la universidad y ahora pretendes lucir como un niño nuevamente…

-Y uno muy malcriado-observó Hans.

Luisa lo observó con cara de pocos amigos. ¿Qué le ocurría? De alguna forma evitaba su mirada.

La señora Urrutia dio un suspiro. Luisa la miró con preocupación, parecía irritada, más que otras veces. Sus retos siempre tomaban mucho tiempo, pero en esa ocasión ella solo la miró con cansancio.

Hans dejando el periódico a un lado miró su reloj de bolsillo, se puso de pie.

-Es tiempo que me retire.

-¿Tan pronto?-exclamó Luisa-Has llegado apenas hace dos horas y solo te has quedado ahí como un…-calló ante la mirada de la señora Urrutia. Hans fingió una sonrisa.

-Mañana debo viajar a Esperanza a primera hora.

-Ya veo…

Permanecieron en silencio. Rosa indicó entonces que iría por su marido para despedirse.

En ese momento a solas, la incomodidad era tan extraña que la muchacha necesitó un pretexto para romper el silencio. Meses antes nada podía ser más distinto, reían todo el tiempo. A carcajadas, solo con la mirada. Silencios hermosos y eternos donde jugaban a leer sus mentes. Caricias raudas mientras notaban que la señora Urrutia no los observaba. Abrazos eternos, besos pasionales cuando ella no estaba presente.

-Al parecer tendré que reconsiderar la oferta de mis padres y marcharme a vivir con ellos…-expresó buscando la mirada del joven caballero-Puede que la señora Urrutia haya comenzado a hartarse de mí.

Intentó sonreír, pero la mirada inexpresiva de Hans solo dio entender que Rosa no era la única que pensaba de esa forma.

-Sería una aventura para usted… Aunque lejos de Santiago y más aun de Esperanza.

-¿Lo ves como un problema? Yo sí-indicó-Últimamente nos vemos tan poco… ¿Puedes imaginarlo si decido ir a vivir con ellos?

Hans se encogió de hombros.

-Honestamente no veo mucha diferencia.

Fue la forma en que lo dijo y la manera en que la vio a los ojos. Fríos, molestos. Como si permanecer con ella en ese pequeño espacio fuera tan desagradable que no podía tolerarlo. Le devolvió Luisa la mirada, llena de dolor y angustia. Le había dolido. La forma en que lo había dicho, la forma en que se comportaba con ella. Fingiendo naturalidad, como si lo ocurrido entre ellos no tuviera mayor importancia.

Sintió ganas de marcharse a su habitación y llorar a mares, sus ojos se tornaron húmedos y fue incapaz de decir palabra. Luisa miró al suelo y buscó un pretexto para excusar sus lágrimas.

-Detesto la llegada de la primavera-dijo enjugando disimuladamente sus ojos-Mis ojos…-tragó saliva-se irritan con gran facilidad.

Hans permaneció callado un momento. Luisa sintió por primera vez que Hans la estaba observando. Levantó la vista, entonces el joven caballero enderezó su postura y aclaró su garganta.

-Considere entonces mi permiso para retirarse. Yo no puedo esperar más tiempo…por favor, dele mis saludos al señor Urrutia.

Luisa asintió simulando una sonrisa. No esperó un beso o una caricia de consuelo, porque sabía que aquello no ocurriría. Poco después que Hans se marchara, Rosa apareció rauda en el hall de entrada.

-Con que…decidió marcharse-Luisa asintió-Pensé que dejarlos solos un momento ayudaría a alivianar las cosas, pero diría que fue lo contrario…Bien-dijo arreglando su falda-No puedo esperar ya demasiado, honestamente me asombra que siga viniendo.

Se marchó así, a su habitación, pidiendo a Luisa que informara a su doncella que tomaría una taza de té en su habitación. Luisa se quedó entonces en la salita de té para informar a una de las sirvientas lo pedido por Rosa.

Quiso marcharse a su habitación, pero en soledad, en aquel espacio, el silencio y los recuerdos eran los mejores compañeros. Tomó asiento en el sofá, sin poder evitar acariciar el reposabrazos donde Hans había apoyado su codo. Ojeó el periódico e intentó buscar qué era lo que con tanto ahínco el caballero leía. Su atención se posó en una columna, donde hablaba del reciente matrimonio de la ahora Señora Catalina Randall de Merino.

Suspiró, algo molesta tiró el periódico al otro sofá…

-Sabe bien cuánto le molesta a la señora Urrutia que tire los periódicos como si fueran boomerangs…-expresó Hans que sentado en el sofá había tratado de leer sin ningún éxito las últimas noticias del día.

Luisa esbozó una sonrisa maligna y se encogió de hombros. Ágil tomó asiento en el reposabrazos. Hans sonrió y sin evitar también mirar raudo hacia la puerta atrapó a la muchacha por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo. La muchacha no opuso resistencia. Sentada en las piernas de su querido, entrelazó los brazos en su cuello acortando la distancia. Tenerlo tan cerca alteraba sus sentidos, le provocaba mil y un sensaciones. Quería abrazarlo, sentir su olor, besarlo con locura. Sonrojada trató de hacer lo último, pero joven caballero, burlón interpuso una de sus manos para presionar la nariz de la muchacha, como si fuera una bocina.

-Ja-ja…-dijo fingiendo molestia-Bien-indicó poniéndose de pie-tú te lo pierd…

Pero Hans tomó su brazo y sin mucho esfuerzo la atrajo una vez más hacia él. La sujetó fuerte por la espalda y la besó. Su sabor exquisito, como el roce de su lengua lo llevó a mundos fugaces y desconocidos. Erizaba su piel y removía sus entrañas.

-Ya…ya…-dijo ella dando ligeros golpecitos sobre su hombro y tomando distancia. No podía evitar sonreír, Hans tampoco.

-No toda…

Pasos cercanos los obligó a separarse al instante. Luisa tomó asiento en el sofá opuesto y sin que Hans lo esperara le lanzó el periódico a las manos. Hans tuvo suerte de atraparlo, no tanta cuando el señor Urrutia indicara cuan interesantes debían lucir las noticias para leer el periódico al revés.

-Comprendo que el mundo esté de cabeza muchacho…pero, honestamente-dijo mirando divertido las expresiones acaloradas de ambos.

Ninguno pudo aguantar mucho tiempo. Las carcajadas se escucharon hasta en la cocina.

La puerta del hall se abrió lentamente sacando a Luisa de sus pensamientos. Tomás, que había estado trabajando todo el día en su primer caso como abogado, llegaba a la casa con expresión cansada y lleno de carpetas y libros. Sonrió al ver a Luisa sentada en el sofá.

-Pensé que ya estarías acostada-indicó entrando en la sala-Finalmente hemos terminado de revisar todo con mi cliente… Vamos en buen camino ¿Sabes? –dijo entusiasmado-Puede que ganemos después de todo…

Lucía radiante. Cansado, pero radiante. Aquel muchacho rico e inseguro ya había quedado en otros tiempos. Luisa quiso sonreír, pero las lágrimas triunfaron corriendo por su rostro.

-Hey… Hey… ¿Qué pasa? –expresó Tomas preocupado.

Luisa rompiendo en llanto se levantó de su asiento y corrió a abrazar al muchacho. Tomás sospechando el motivo, tan solo se atrevió a consolarla.

Al día siguiente se levantaría temprano, a pesar que era el único día que no debía hacerlo. Sin embargo, darle una buena reprimenda a Hans Olavarrieta era un buen incentivo, sobretodo si ello permitía que su querida Luisa volviera a sonreír otra vez.

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