Poco importa si fue uno o fueron cientos aquellos que osaron retar al más temido. Pues no en vano, alarde que jamás será olvidado, de un conato que deja tras de sí, en la estela de su paso, las huellas de un pasado que rozó el más brillante de los albores, para después naufragar en el más sombrío de los rincones. Un abrupto camino, plagado de sueños, desteñido hasta tornarse en aciago destino. Alforjas de la vida, carentes de aquello que fue prometido.
El diablo no entiende de distinciones, siempre ofrece un mismo trato. Un alma, vida y legado, a cambio de lo más deseado. Saborear por un instante un ínfimo bocado de lo inalcanzable para cualquier ser humano, e inevitablemente sentir como se escurre entre los dedos al ser incapaces de eludir su alto precio. Todos se erigen vencedores. Nada más lejos, pues siempre son embaucados.
Me vi obligado a caer en la trampa, pues no hallé manera alguna de acallar el incesante crujido de los cristales que se resquebrajaban en mis entrañas. Cedí un alma, la mía propia, con el fin de obtener el bien más preciado; el tiempo. Pues el reloj es temido hasta por el más denodado caballero. El diablo nunca engaña, siempre es justo y sincero. Reconoce que en su negocio siempre hay que pagar el mayor de todos los precios.
A medianoche, como no podía ser de otro modo, y a orillas de un lago, cité al mismísimo diablo. El relente de una noche plácida se vio enturbiado por el umbrío aroma de un incienso que ha consumido el alma de,¿quién sabe? si de unos pocos o tal vez de cientos. Siempre raudo, puntual a su cita, y como no, engalanado; acudió de punta en blanco a mi encuentro. Allí me hallaba yo, un objetable caballero, no tan gallardo, frente al más insigne de los príncipes, aunque por el desempeño de sus actos, algo desprestigiado con el paso de los años. Aquella noche tomé prestada la luna y la usé de broche, pues abrumado por las tinieblas requería alardear del mayor de los derroches.
– ¿Con qué fin se ha reclamado mi presencia?.
– Dicen que sois muy sabio. Estaréis pues al tanto de la evidencia de que solo vos podéis conceder el deseo que mi sangre hierve y que corroe cada recoveco de mi ajada existencia.
– Siempre estoy dispuesto a satisfacer cualquier anhelo, pero tened algo claro, no negocio, ya conocéis cual es el precio.
– Lo conozco y estoy dispuesto.
– ¿Qué es lo que ansiáis?.
– Requiero de tiempo.
– Debéis ser más preciso, especificad cuanto.
– El necesario.
– Sed exacto, pues es requisito esclarecer cada detalle para establecer los términos de este contrato.
– Deseo retroceder a un momento concreto de mi propio pasado.
– Jamás he recibido una petición semejante.
– Nunca he dudado de vos. Estoy convencido de que está a vuestro alcance.
Varias eran las semejanzas entre los dos, pues nos unían los lazos de un mismo pasado. Ambos cruzamos en una ocasión las puertas del cielo, llegando a gozar de todo el esplendor de un paraíso plasmado en imaginaciones por un abanico de prados y coloridas flores, y ambos sucumbimos al infierno entre gritos de dolor de lo más desgarradores. Siempre se olvidaron de hablar del desconsuelo causado por las espinas de esas mismas flores. En nuestros pechos aleteaba tenuemente, sujeto por una soga que pendía de un endeble hilo ,un corazón errante. Convertido en brújula de la vida que había olvidado cual era su norte. Efigie de lo que fue y pudo haber sido.
Trencé con paciencia mis venas, ya raídas y desfiguradas por el cauce de su ausencia. Traté de hilvanar mi camino a mi destino, una y otra vez. Nunca me rendí. Juro que siempre trataba de conseguirlo. Me repetía una y otra vez, que hasta mi último aliento debía acometer a cada suspiro un nuevo intento. No pretendía burlar a la muerte. Tan solo quería permanecer eternamente a su lado, un solo momento, que durase para siempre. Pues supe que sobreviviría a mi propia existencia siempre encadenado a su recuerdo.
Su ausencia se convirtió en el grito de mis mañanas y en la insaciable sed de tan largas noches. A cada paso que daba, más y más pesaba la cadena que arrastraba mi desgastada ánima. Cada lágrima se convirtió en la sombra de su reflejo. Cada latido, un cañonazo en el pecho que hundía en el cieno mi alma bajo un cielo plagado de estrellas, en donde ninguna de ellas brillaba. ¿Cómo no voy a ofrecer mi vida por ella?. Fui enhebrando los pasos de mi camino con cada jadeo, pisadas borrosas convertidas en memoria de mi destino.
Ambos sabíamos que carecíamos de tiempo. No pude amarla más, y no fue suficiente. Las frías garras de la muerte siempre reclaman lo que les pertenece. Por mucho que me aferre a la vida, con su ausencia, esta se desvanece. Agarré su mano, fuerte, muy fuerte, y miré sus ojos, perpetuamente resplandecientes; ella se encargó de detener el tiempo. Un instante que cautivó mi alma eternamente. Un segundo, que en el trayecto de mi horizonte fue, es, y será para siempre.
Inmerso en mi propio silencio me percaté de que ni siquiera el mismísimo diablo es capaz de comprender el tiempo. Nadie puede. Sin nada que perder me aventuré a pactar tras urdir astutamente un nuevo plan. Un contrabandista de almas que las colecciona para redimir la suya propia. Jamás hubiera sido capaz de rechazar una tan valiosa como la mía. Ya no había marcha atrás. Con la certeza de renunciar a todo mi ser, tendí mi mano para sellar un inquebrantable trato.
El diablo, ¿cómo no?, en ningún momento titubeo. Aceptó gustoso mi proposición. Nunca había dejado escapar un alma. Cuentan aquellos que saben de ello, que un alma extenuada, ya sin aliento, que sostiene débilmente los escombros de la vida y que es comandada por un corazón inerte que no contempla la rendición, vale más que cualquier otro alma. Para el diablo el trato perfecto. Para mí, un intento a la desesperada por sobrevivir a mi recuerdo. Justo antes de firmar un inquebrantable pacto me sumergí en un viaje íntimo con dirección a un aletargado corazón que ansiaba con volver a ser un caballo desbocado. Un desgarrador viaje a través de mi memoria que desembocó en el momento exacto que quería convertir en única y eterna realidad.
– ¿Qué es ese sonido?.- Preguntó en medio del silencio al escuchar el empeño incesante de un pecho luchando por resucitar.
– Es el rugido de un corazón que nunca deja de gritar.- Respondí embriagado por mi propio coraje de forma tajante.
Sellé un acuerdo que estará vigente hasta el fin de mis días. Sabedor de que el ayer no puede cambiarse, cada noche del resto de mi vida, engaño al diablo a orillas del mismo lago. Siempre se olvida de cobrar su pago. Una y otra vez cumple el pacto y me guía al pasado, sin saber que por primera vez ha sido engañado. Quedo atrapado. Vivo constantemente el mismo momento, de manera distinta; y en todas agarro fuerte su mano, para que no se aleje de mí. Respiro un mismo instante de mil formas diferentes. Mi alma jamás ha pertenecido al diablo, siempre tuvo una legítima dueña. Guardiana de mi vida que siempre custodió fielmente mi existencia. Condenado eternamente a la más dulce de las condenas.
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