Claudia agarra el pomo de la puerta y se detiene sin ejecutar ninguna otra acción; sus pensamientos giran en torno a la pregunta que se ha estado repitiendo una y otra vez ¿Cómo inicio la conversación? Pero a pesar de los rodeos, siempre termina en el mismo punto: hablar de manera directa, sin preámbulos. Aun así, no se atreve, y la duda la mantiene parada frente a la puerta sin decidirse a girar la perilla y entrar.

Al otro lado de la puerta está su mamá, Aleida, una mujer de cincuenta y tantos años que desde la muerte de Jaime, su esposo, se instala frente al televisor a ver las grabaciones que él, o ella misma, había hecho de las distintas reuniones familiares: boda, bautizo, primera comunión, cumpleaños, acto de graduación,… Ninguna actividad, por muy insignificante que a ella le pareciera, se escapaba del lente de la cámara de Jaime.

Cuando lo conoció, ya él era así. Para Jaime, grabar los momentos de quiebre de rutina era lo más cercano a su sueño frustrado de ser cineasta. Al comienzo de la relación, a ella le incomodaba pararse o sentirse frente a la cámara, aunque luego se fue integrando hasta tomar ella misma la filmadora y dirigir las tomas. Pero ahora no tiene la fuerza para grabar absolutamente nada, ni siquiera para verla.

Desde hace poco más de cinco meses se sienta frente a la pantalla de cristal líquido y reproduce un video tras otro sin importarle el número de repeticiones; solo se levanta cuando su organismo se lo exige, bien sea para ir al baño, comer o beber agua; después de eso, solamente Claudia logra moverla del sofá, aunque tras una insistencia bastante larga.

Claudia escucha el vals desde afuera y comprende que el video de turno es el de la fiesta de sus quince años. Aleida mantiene sus ojos fijos en la pantalla del televisor que reproduce las tomas que ella misma dirigió; la cámara documenta el vestido color fucsia, de encajes, con un escote bastante recatado, todo diseñado y confeccionado por la propia Aleida.

La enorgullecía que su hija luciera como las modelos de las revistas de moda, esas que utilizaba para estar al día con el tema. Pero eso ahora no le importa, ni siquiera lo recuerda, solo se fija en el semblante dichoso de Jaime, en aquella sonrisa que es más amplia que el mundo. Aleida divisa las imágenes y llora ¿Por qué la vida la trataba así? ¿Por qué si todo era tan perfecto? ¿Por qué?

El video sigue reproduciendo los recuerdos: Cluadia estira el brazo derecho para estrechar la mano de su padre y comenzar a bailar el vals. Aleida vuelve a ese instante en el que Jaime la busca con la mirada y le sonríe. Un gesto suficiente para conmoverla y recordarle lo mucho que él la amaba y lo felices que seguían siendo a pesar de los años. Voltea la cámara para grabarse a sí misma y saludar. La emoción y la sonrisa de ella también son más grandes que el mundo. Gira la filmadora otra vez y la centra en la pareja que se mueve al son de la canción que interpreta Chayanne. Claudia la llama para que se integre al dúo; no quiere bailar con los dos por separado, sino juntos. Los tres bailarán el vals al mismo tiempo, es su fiesta y se dará como a ella le parezca. La cámara graba el giro, las sonrisas, los aplausos, el llanto de emoción de algunos…

Ella sigue llorando en el sofá con ganas de atender el llamado de su hija y volver a bailar, como antes, una vez más y para siempre, repetirse una y otra vez hasta la eternidad, los tres; o irse detrás de la sonrisa de su esposo y continuar con ella a cualquier parte del mundo o del otro mundo; no importa nada mientras pueda estar nuevamente frente a los ojos, a los dientes, a los surcos, a las cicatrices, a las manchas,… a todo. Tan solo… ¿Por qué no fue ella la infartada? Seguramente, Jaime habría encontrado la manera de continuar adelante sin su presencia, él siempre había sido más fuerte, más…

Claudia retira la mano de la perilla sin moverse del lugar y se seca las lágrimas, el vals también la había llevado a ese instante en el que los tres reían y giraban al ritmo de la melodía. Ha hecho todo lo posible para levantar a su madre del sofá e insuflarle algo de vida, pero nada ha sido suficiente y ahora… La muerte de Jaime también la había afectado, pero su represión para alentar a Aleida había empeorado las cosas.

Fue Claudia quien asumió el compromiso cuando Aleida dejó de ser un soporte; quien intentó cargar con los gastos y las emociones de la familia cuando todo sucumbía. Ella buscó acometer la tarea con decisión, pero su inexperiencia, sus incipientes dieciocho años y la realidad misma se lo impidieron. No estaba preparada para algo así, al menos no sola; necesitaba a alguien más, a otra persona en quien apoyarse. Fabio se mostró como un candidato fijo, solo que…

Nuevamente agarra la pomo de la cerradura, abre la puerta de espacio y entra a la casa; cierra con el mismo cuidado. Piensa en la propuesta que le planteó Fabio y en cómo se la comentará a Aleida para que no se sienta peor. No había considerado un cambio tan drástico e inesperado; no obstante, los giros recientes en su vida tampoco los había premeditado. Seguramente Jaime se habría molestado con ella, él a menudo le decía que no se dejara encantar por frases bonitas y que viviera cada una de las etapas de su vida para que no se arrepintiera de nada más tarde. Tal vez Aleida también piensa lo mismo…

Buenas tardes, ma. Bendición.

Coloca el morral en uno de los muebles y se sienta en otro. Aleida no le responde, sus ojos están en la pantalla: Claudia baila una coreografía con sus amigos.

¿Recuerdas esa fiesta? Éramos tan felices. Alega Aleida y comienza a llorar.

Ya, mamá, ¿hasta cuándo vas a continuar con eso?

Aleida no contesta, busca el rostro de Jaime en medio de los invitados, olvidando que, para entonces, era él quien manipulaba la cámara; pero lo recuerda cuando el lente la capta haciéndole señas a su hija.

Claudia se acomoda en el mueble, divisa el rostro de su madre en la pantalla y lo compara con el actual ¿Por qué no se había dado cuenta antes de su estado? ¿Cómo era posible que justo cuando su madre más la necesitaba, ella estuviera…. Quizá nunca cumplirá sus deseos ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Cómo…? Con cada interrogante se va acurrucando en el mueble hasta convertirse en un punto, en un insignificante punto.

Desvía la atención hacia el televisor. En la pantalla está Jaime presentando al conjunto musical que versionará las canciones de su agrupación de rock preferida. “Este es mi regalo, espero te guste”. Dice desde el sillón, adelantándose a su papá; después se mira la barriga. Se había equivocado, sí, pero ya no había marcha atrás y era momento de aplicar lo que tantas veces le repitió Jaime: “Aprenda a asumir las consecuencias de sus actos, hija, sean buenas o malas, siempre asuma su barranco”.

¿Ya comiste? Pregunta a su mama e inmediatamente abandona el mueble y se dirige a la cocina con el bolso en las manos.

No tengo hambre, cocina para ti.

Ella tampoco tiene hambre, sin embargo quiere preparar algo para picar. Lo ha decidido: acompañará a su mamá a ver los videos. Con las frutas que le regaló Fabio, quizá pueda hacer una tizana para los tres. Mientras pela todo, saca el teléfono y llama a Fabio. Termina de picar las cosas y vuelve al sillón. Sí, asumirá su barranco, pero no lo hará sola.

Mamá, ¿podemos ver el video de la boda?

Aleida hace un gesto que parece una sonrisa y le responde que sí.

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