Se pinta los labios de un carmesí oscuro. Usa su mejor maquillaje. Se pone mascara en las pestañas y rubor en las mejillas.

Se lava el cabello. Lo seca, lo alisa y luego ondula las puntas doradas.

Se pone el mejor vestido que nunca había tenido, se pone sus tacones nuevos y caros. Se pone unos aretes brillantes.

En un bolso simple mete solo tres cosas: una cuerda larga y gruesa, un sobre con una carta dentro, y un bote de píldoras por si la primera opción no funciona.

Cuando está lista, se dirige hacia el mejor bar de la ciudad. Era privado, y aunque era ya mayor de edad, seguramente no la dejarían entrar, pero lo tenía cubierto.

Era como si una nube negra le siguiera sobre su cabeza. Su expresión se mantenía seria, sabía a lo que venía, no pasaba de mañana. Tenía el tiempo contado.

Pasa de largo la fila y se detiene frente al guardia de piel morena y la cabeza calva. Sus ojos se encuentran y es como si aquel hombre pudiera ver la tristeza y el vacío de sus ojos.

Le muestra dos billetes de cien dolares.

– ¿Sabes que podría dejarte pasar con solo cien?- el hombre enarca una ceja. Los de la fila protestan.

Ella encoge un hombro.

– Ya no los necesitaré- afirma, sin quitarle la mirada de encima. La expresión del hombre cae, e intenta decir algo-. No te preocupes, no es algo en lo que se pueda interferir- dice, le pone los billetes en la mano y entra al lujoso bar con paso ausente.

Mira a su alrededor.

Todas las personas allí vestían de manera destacada y lujosa. Las mujeres altas y esbeltas con piernas largas y bronceadas.

Los hombres no tomaban cerveza allí, bebían solo cosas caras que solo personas como aquellas podían permitirse.

Camina hacia la barra y se sienta en una de las butacas altas. Pide lo más caro del menú y cuando le ponen un vaso old fashion frente a ella no duda y se toma el contenido en dos tragos. Se pide un segundo. Ya no volvería a necesitar sus ahorros.

Un hombre, sentado en una de las butacas acolchadas junto a su grupo de hombres fuertes e imponentes, observa a la mujer con admiración. Había llegado ahí como si tuviera un objetivo, como si tuviera el tiempo contado, como si no tuviera nada que perder. Se notaba de lejos que sabía lo que quería y había ido a por ello.

Era guapa, una mujer caliente. Vestía un bonito vestido gris brillante que dejaba su espalda al descubierto y el escote caído en una cascada de telas dejaban casi al descubierto sus firmes pechos. Tenía piernas largas y blancas. No las tenía cruzadas como por lo general las mujeres hacían para tentar al hombre, las tenía colgando del alto asiento como si aquello le produjese un consuelo.

Su sonrisa perversa y de hombre poderoso cae cuando la mujer voltea su rostro y ve su expresión, sus ojos. El vacío en ellos, la determinación. Solo había visto aquella mirada una vez, hace ocho años atrás, cuando su primera mujer le decía adiós, sin ninguna explicación, y al día siguiente había descubierto su cuerpo en las orillas de un río, cerca de un puente.

– ¿Qué pasa, jefe?- pregunta un hombre menudo, blanco y de escasos cabellos.

Esteban Smirnov mueve uno de sus caros anillos entre sus dedos.

– Prepara el avión para esta noche- dice levantándose y se dirige hacia la mujer. Apoya un brazo en la barra y alza dos dedos al barman al ver el vaso de la mujer nuevamente vacío.

– Lo siento, pero no busco rollo para esta noche- dice ella con la voz apagada cuando el barman deposita otro vaso de Diamond Jubilee frente a ellos.

Niall ladea una sonrisa.

– No te preocupes, yo tampoco.

Ella no responde, solo toma el vaso y se lo lleva a los labios.

Sentía el efecto del alcohol calentando sus venas y sentía emoción, de lo que iba a pasar.

Mira con curiosidad al hombre que se había colado a su lado. Era alto, de hombros anchos y de figura imponente. En la manera en que las personas a su alrededor le miraban y mantenían cierta distancia, pudo determinar que se trataba de alguien con poder y respetado, pero a ella no le importaba, ya nada lo hacía.

Pero debía admitir que era guapo. Piel clara pero levemente bronceada. Barba de pocos días, labios finos y rosados, ojos de un celeste hermoso, y de cabellos oscuros. Sin duda, era un hombre que merecía ofrecerle su cuerpo. Pero no, ya no.

Esteban saca un puro de su bolsillo y lo prende. Ella mira el cartel que decía claramente no fumar.

– ¿Sabes leer?- ironiza ella. Esteban sonríe con ganas, la mujer no le tenía miedo. Era obvia la reacción que provocaba en las personas a su alrededor, pero aun así, la mujer no se inmutó.

– A mí nadie me dice que no- responde mirándola directamente a los ojos. Ella arruga la nariz. El ambiente de por sí ya estaba bien cargado, ahora con el humo del puro era todavía peor-. Pero si te apetece, puedes acompañarme fuera- le dice.

Ella suelta una risa amarga.

– ¿Acompañarte?

Niall siente fascinación por ella. Él era un hombre importante, la cabeza de la mafia rusa; nadie le decía que no, nadie rechistaba ni dudaba ni lo hacía esperar. Todos le seguían y admiraban. Pero aquella mujer no. Tenía poder a su manera. Ella había venido allí sola, y no tenía problemas en mantenerse así.

– Está bien, mejor lo pongo de otra manera: ¿por qué no nos acompañamos los dos afuera?- dice ahora sacando un segundo puro. Ella primero observa su reloj de muñeca. Esteban nota que algo desencaja. Toda su ropa era cara, lo notaba, pero su reloj de muñeca era de color oro falso. ¿Por qué tendría algo falso cuando lo demás era todo tan legitimo?

– De acuerdo- dice tomando el puro de la mano de Esteban y se baja del taburete.

Esteban sabía que se trataba de esas mujeres que podían llevarse a sí mismas, aún así, lleva su mano derecha hacia la parte baja de la espalda de la mujer para guiarla fuera, porque necesitaba saber cómo era sentir su piel contra la palma de su mano.

Su piel era suave y tibia, y le da una leve caricia con el pulgar antes de retirarla cuando llegan a la terraza del local, el cual se despejó completamente ante la llegada de él.

Esteban le ofrece su puro ya prendido a la mujer y ella lo acepta. Le pasa el puro apagado a él y lo prende para llevárselo a la boca.

– Me temo que la curiosidad y la impaciencia van de la mano- comienza diciendo Esteban, observando a la mujer llevarse el puro a sus labios para darle una calada, tose un poco pero se recupera rápidamente- ¿puedo saber tu nombre?

Ella encoge un hombro.

– Olivia- dice dirigiendo sus verdes ojos a los suyos.

– Olivia…- repite, para saborear su nombre en sus labios-. Esteban Smirnov- se presenta él. Olivia simplemente asiente con la cabeza, sin mucho interés.

Joder, aquella mujer le ponía duro, y por lo general, no estaba acostumbrado a insistir para mantener la atención de una mujer en él. Ella parecía ser un caso excepcional.

– Lindos tatuajes- dice mirando hacia sus manos. En la parte interna de la muñeca derecha tenía dibujado un trébol de cuatro hojas, y en la otra muñeca, en la parte lateral, un punto y coma. Su primera mujer adulaba mucho ese signo.

– No es por la suerte, si es lo que crees, representa la cultura irlandesa, con mi abuelo compartíamos ese gusto- dice inhalando.

Algo en su interior se encogió con agrado y determinación. Él venía de una larga línea de irlandeses, él mismo era irlandés, pero sus padres se habían mudado a Rusia cuando solo tenía dos años.

Esteban Smirnov no creía en las coincidencias.

– No te dejaré hacerlo, eso que quede claro- dice él con voz dura y firme, llena de significados.

Olivia le mira por el rabillo del ojo y se centra en terminar el puro.

– No sé a qué te refieres- dice con tono sereno, pero nota cómo afirmaba su bolso firmemente.

– Sé lo que significa ese signo- dice señalando su muñeca-, me parece que estás apunto de terminar la frase del escritor- dice metafóricamente.

Olivia mira su reloj y apaga el puro en un basurero.

– Tengo que irme- dice dándose la vuelta pero Niall la detiene tomándola del brazo y la pega a su cuerpo. Acerca su boca a su oreja.

– Ya te dije que no te dejaré hacerlo- le susurra con tono peligroso, autoritario. La piel de Olivia se pone de gallina.

– Hasta donde yo sepa, no eres nadie como para estar dándome ordenes y diciendo qué es lo que puedo o no hacer- replica con el mismo tono, pero tenso. Vira su rostro para mirar a Niall directamente a sus ojos. Sus rostros se encontraban en una distancia peligrosamente corta.

– Ya te dije que a mi nadie me dice no.

– Siempre hay una primera vez para todo, ¿no?- sonríe juguetonamente.

Se maneja para soltarse del agarre de Niall, pero cuando se da la vuelta para correr al interior del lugar y mezclarse con las personas, dos cuerpos anchos y duros la detienen.

Olivia maldice entre dientes.

– Ya te dije, querida- dice Niall expulsando humo entre sus labios-, a mí nadie me dice que no.

Hace un gesto con la cabeza y ambos hombres la toman de los brazos para asegurarse de que no se escapara.

– Nos vamos- dice Niall a su espalda.

El corazón de Olivia comienza a palpitar con fuerza. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Quien era ese tipo como para prohibirle terminar con su vida? ¿cuanto poder debería tener para que las demás personas dieran la vista gorda ante el hecho de que prácticamente la estaban secuestrando, llevándola a un lugar en contra de su voluntad? Y lo más importante de todo: ¿por qué alguien como Esteban Smirnov se molestaba en salvar su vida si ni siquiera se conocían?

Tenía que pensar en algo rápido. No podía pasar de esa noche. No podía.

– ¿Al menos puedo ir al baño? Con todos los tragos que he bebido mi vejiga va a reventar- exclama sin cuidar su vocabulario. Esteban les hace una señal con la cabeza, pero antes, se acerca a ella.

– No trates de escapar, mis hombres te estarán esperando en la puerta- advierte y se va con otros hombres siguiéndoles.

Cuando nadie la estaba viendo, sonríe. No iba a pasar de esta noche.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS