Historia de un psicópata enamorado.

Historia de un psicópata enamorado.

Alejandro López

28/03/2019

Que mañana más tenue, ha de ser por las ojeras, es tal vez esta la decimotercera noche sin dormir, y es que eso de conciliar el sueño se hace difícil cuando no tienes con quien soñar, porque hasta en mis sueños se esconde; trato de alargar mi insomnio pero por momentos el café me empieza a oler a sangre, como si algo más estuviese muerto, y es que creo que seguir sin su mirada ya contiene algo de necrosis, yo pienso que la gente se pierde cuando se queda sin norte, como que no pueden encontrar un nuevo rumbo, como que corren por un estación del metro con los ojos vendados; pero le he buscado… en varias oportunidades quise volver a leerle poesía, como en aquella vez en el parque Arví; no es que me creyese Benedetti, pero notaba tras las lagrimas en sus ojos que con las letras lograba emocionarle el alma.

En ocasiones me abrazaba tan fuerte que pensaba que nuestros cuerpos se fusionarían como partículas en el cosmos, y es que todo era tan perfecto, que hasta sentía que el tiempo se quedaba quieto solo para vernos sonreír, pero así hablan los enamorados, y como que todo es una rima al final. Es gracioso porque recuerdo que adoraba verme bailar rock and Roll, pero lo suyo eran los boleros, tardes enteras con Alci Acosta y piernas entrelazadas… no alcanzaban los murmullos melosos para tan cálido dúo en las noches frías.

Trato de recordar cuando fue que dejo de sonreír, cuando decía que mi compañía le alegraba el rato, me sonroja recordar cuando la veía contonearse por los barandales del metro, siempre con sus vestidos ochenteros y ese par de ojos color miel, ese vacilar del viento jugando con su pelo, que a veces parecía más enamorado que yo y es que era de esas personas que van saludando a todo mundo como si le conociese, hoy podría reconocer qué siempre tuve miedo de perderle, quizás en el algún momento ella se cansaría de no poder volar y me empezaría a ver como una prisión, es algo egoísta, pero es verdad.

Quizás no debí amarle con esa libertad, tal vez haberle avivado esa alegría necia que le caracterizaba fue el primer paso para el puertazo de nuestro rompimiento, y es que quien podría pensar que un corazón ya ofrendado pueda cambiar de dios, pero quien no tiene fe a cualquier santo le reza. hasta ahora sigo sin entenderlo. Nos ofrecimos muchas veces el para siempre, y fue poco lo que no alcanzamos a prometernos, pero al final se fue…

No quisiera sonar como esos resentidos, yo creo que fue más lo bonito, pero hubo días en los que se me desmoronaba el valor y empezaba a pegar en las paredes de mi casa todas sus fotos, como para sentirle de nuevo cerca.

En ocasiones, cuando la ansiedad le ganaba a mi muy sobrevalorado orgullo, iba hasta su casa, le miraba desde el otro lado de la calle, mientras un cigarro tras otro se consumían en mi mano, en mi desespero pensaba que podría hacer para que regresase, para que volviésemos a estar suspendidos en el tiempo, como en las madrugadas cuando con sus manos erizaba mi espalda entre caricias silenciosas, pero los espacios eran mortuorios.

Tal vez se cansó de los chocolates, y de las muchas cartas que escribí para ella, y optó por una vida simple quizás algo más vana, no tan elaborada. Pero no creo que haya sido personal, es como les pasa a muchas personas.

A veces solía salir a caminar, y me topaba que a donde quisiera ir estaba ella… era como un castigo para los amantes, y un regalo para los masoquistas, el caso es que me sentía abrumado al verle en su nueva ataraxia y me dolía.

Un día quise reclamarle por todo el tiempo que le regalé de mi vida, por haberme hecho esclavo del amor, entonces me acerque a ella, la tome por las manos y entre lágrimas le dije que estaba perdido, que le necesitaba; pero sin más y entre una mirada fría y un grito helado me pidió que la dejara tranquila. Me sentía tan apartado que quería correr igual que ella. Creo que ambos nos rompimos el corazón aquella tarde, literal y figurativamente, hasta sangré por mis manos. El hecho fue que me marche de allí, sin mirar atrás, como un acto de superación, porque en el fondo sabía que ella no iría tras de mí, que se quedaría allí petrificada sin siquiera mirar cómo se iba el ser que más le amaba. Pero eso es natural en la gente ya sin alma.

Ya no podría acercármela más, porque según testigos eso no eran abrazos, pero si suplicas; igual yo sé que sí. Ya sé que no regresará conmigo, por esto he decido estar tranquilo y he empezado a hacer mi luto en silencio, y entendí que para la próxima debo saber que a veces un corazón altruista no es también recompensado, como el que hace de verdugo, pero igual deseo que ella pueda estar en paz.

Antes de irme, decidí ir a verle una última vez, a ver si, aunque fuera de lejos podría verle sonreír; como un acto no egoísta no sobrellevado, solo quería cerciorarme de que en esta nueva etapa podría estar sin mí, o sin nadie. Esa tarde tenía una reunión en su casa, ella siempre fue muy sociable, así que no me extrañaba que estuviese rodeada de tanta gente, unos se acercaban a ella para susurrarle al oído y otros entre sollozas miradas coqueteaban su hermosa presencia, nada que me extrañara en aquel entonces, porque siempre había alguien interesado en ella, era ya algo común. Pero no importaba seguía igual de fría, ya no tan tierna… algo vacía.

A lo mejor por eso todos vestían de negro, y ella de rosa; para hacerle contraste a esa nueva mentira, espero que esta nueva libertad que le he regalado le dure para siempre, porque yo recordaré con mucho pesar entre fierros helados lo mucho que le amé hasta el día que nos hice libres.

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