«Te extrañaré, mil veces en verano, otras mil en invierno, toda la vida te extrañaré…»

Carolina, belleza exquisita, cabello pelirrojo, tez blanca, casi transparente, perfil delicado y ojos grandes, profundos y tiernos, fue encerrada los primeros años de su vida en un convento. Sus padres no podían hacerse cargo de ella. Su madre, dama de alcurnia, llena de mundo y medico prodigio, su padre, primer sargento condecorado de la infantería de España, ambos enamorados uno del orgullo, la otra de la distinción, por lo que Carolina no conoció más del frío mundo, que la piedad y castidad de las monjas francesas.

A los dieciocho escapó, dejando cualquier indicio de inocencia o soledad, hambrienta de eso que no conoció jamás, despojada de toda timidez y de la herencia vacía de sus raíces, emprendió un viaje en busca de historias añejas que la gente suele atesorar pero no contar, años más tarde, terminó en un pequeño, pero cálido café en Londres.

La tarde invernal cubrió con un densa niebla la ciudad, por sobre todas las cosas ella odiaba el frío, había quedado atrapada junto con otros ocho extraños en ese lugar, miraba su reloj nerviosamente, se había convertido en una escritora reconocida y al tiempo anónima bajo un seudónimo inglés, hasta ese momento los días eran lo que eran y ella deambulaba por las calles buscando un no sé que, que tampoco entendía.

Pero esa tarde, esa peculiar tarde, ¿Cómo terminaron sentados en la misma mesa?, ¿cómo alcanzo este joven a encontrar las palabras que hicieron que ella se interesara?, aun es un misterio, para mí y para cualquiera que osara entender esta historia, yo me centraré en lo que vi y escuché, que por mera casualidad me encontré justo en medio para inmortalizar los momentos.

– A todo esto, ¿cuál es tu nombre escritora talentosa?, yo me llamo Benjamín- Dijo el soplando aire caliente con la boca entre sus manos.

– Muy bien, dedujiste que escribo, nada extraordinario.

– Así que si lo eres, siempre quise charlar con alguien como tú, es todo.

– ¿Con un escritor?.

– No, con alguien que me hiciera reír sin tener la intención de hacerlo.

– Lamento haberte dado la impresión de ser de ese tipo de personas, no suelo divertir a la gente, y si alguna vez osara a realizar tal cosa, me aseguraría de hacerlos sonreír.

– Sonreír y reír, ¿no son lo mismo?

– Reír es tan solo un conjunto de sonidos cuya causa es una acción vacía y sin sentido…Una burla. Una sonrisa, en cambio, te lo provoca solamente aquello que te hace feliz, además de que te permite no emitir ningún sonido.

– Qué extraño…

– No lo es, la mayoría de las personas ignora este tipo de cosas.

– No, no me refería a eso, es extraño que entre más te escucho, más pienso que podría quedarme contigo por siempre.

– Siempre… ¿Te refieres a la totalidad del tiempo?

– Me refiero a… si… lo que sea que eso signifique.

– Totalidad de tiempo es… ¡Tiempo!…

Ella miró su reloj apresurada.

  • -¡Imposible!, tengo que irme.- volvió a decir.
  • – Pero, no hemos terminado nuestra cena.
  • -¿Cena? Un panque y una taza de té, no alcanzan ni para un desayuno.
  • -Pero dado que son casi 8 de la noche, tengo derecho a considerarlo una cena.
  • -No puedo quedarme a discutir eso contigo ahora, debo irme.
  • -¡Espera! ¿Me dejaras solo con esto?
  • -¿Con qué?
  • -Con que eres escritora y esta cena.
  • -Si, lo siento, e insisto que no es una cena y si lo fuera, te aseguro que sería la última.
  • Ella salió del restaurante con la sombrilla sin abrir sobre su cabeza, levantó la mano y un taxi que apenas y se distinguía por la neblina, se detuvo frente a ella.

– Debes decir adiós al menos- Benjamín la había alcanzado abrazándose a sí mismo sintiendo la mitad del cuerpo congelado.

– Es tarde para eso.

– Pero es una grosería, y aun mucho peor para alguien que se da ínfulas de haber leído la mitad de los libros en el mundo que yo jamás leeré y que encima, alarga la lista escribiendo más.

Por primera vez en toda su historia, ella delineó una delgada y casi invisible sonrisa con sus labios, volteó hacia él, hizo un corto ademan con la mano y se fue.

Benjamín se quedó allí parado, tenía la sensación de que ella volvería, aunque no fue así.

Al llegar a su apartamento Carolina se sentó un momento en la cama, aquel joven no la había impactado, ni siquiera le había sorprendido de ninguna manera, en el segundo en el que lo escuchó, había notado que él podría ser el muchacho más común del mundo, pero no dejaba de pensar en él.

Sobresaltada se levantó y empezó a recoger las pocas cosas que poseía, guardó su máquina en el estuche que había comprado por tres dólares en el mercado de pulgas, y salió muy temprano a la mañana siguiente no sin antes dejar una nota a su amable casera. Por la tarde casi sin aliento, Benjamín llegó al edificio con un botón de tulipán rojo que el mismo había escogido de camino.

En la recepción se encontraba Magda la casera.

– Disculpe, busco el apartamento de una joven más o menos de mi altura, ojos cafés, pelirroja, delgada.

-¿Eres Benjamín?.

El la miró sorprendido, observó bien la maraña de tela y caballo que Magda tenía en la cabeza.

-¿Es usted adivina?- dijo Benjamin casi como un susurro.

Magda lanzó un alarido tipo risa.

-Claro que no, pero la joven que describes dijo que vendrías. Te dejó una nota. Espera aquí.

Ella regresó diez minutos después con la nota en una mano y una taza en la otra.

  • -Toma, seguro te estas congelando, siéntate en ese sillón si gustas.
  • -Gracias.

Él se sentó, dejó la taza en uno de los cojines, se froto las manos y abrió la nota

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Benjamín:

Espero que no estés leyendo esto, significaría que hiciste el fatal intento de encontrarme, y digo fatal, porque desde hoy aproximándome a las 6 de la mañana no vivo más aquí, lamento decirte esto, pero jamás volveremos a encontrarnos, lo de aquella tarde fue un evento fortuito que no debes forzar a más, por cierto, las flores no me gustan, aunque en tu caso, supongo que ni siquiera es una flor, sino solo un intento de ello.

No me fue un placer conocerte, cuídate y se feliz, no trates… se feliz.

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-Vaya que era una chica extraña.

Benjamín dio un pequeño salto al escuchar la voz de Magda, quien ya tenía unos minutos parada a su lado leyendo con él la nota.

Magda se sentó frente a él y lo miró con un poco de pena.

-¿Ella era tu novia?.

-No.

-¿Tu amiga?.

– No, la conocí ayer en un café.

-¿Y cómo supo que vendrías?

– Es algo que le preguntaré cuando vuelva a verla.

Benjamín se puso en pie, dobló la nota y se la guardó en la bolsa de la camisa.

-Pero si no sabes nada sobre ella, será como buscar una aguja en un pajar hijo, no has perdido nada, la conociste apenas ayer.

Ella dio un sorbo pequeño a su taza de té hirviente y continuó.

-En cambio, hay otras a las que podrías seguir conociendo.- le guiño el ojo izquierdo y él supo que debía irse.

Días después, él también había hecho maletas y tomado el directo, tenía suficiente dinero de una herencia pequeña por parte de su abuela, las únicas paradas que hacia eran en cafeterías y bibliotecas con la esperanza de encontrarse otra vez con ella.

Los últimos meses lo habían hecho polvo, tenía una barba prominente y había perdido peso, se detuvo unos días en un pequeño hotel en el centro de la ciudad en turno. Caminando sin rumbo entre las calles, se le figuró ver Carolina a la distancia en un pequeño café, con un vestido azul, un libro abierto en mano y una taza humeante en la pequeña mesa.

En efecto era ella, ya había olvidado lo de Londres y se disponía a asistir a una firma de libros en la biblioteca del lugar.

-¡Escritora!- gritó él desde donde se encontraba.

Ella volteó perpleja, se puso en pie sorprendida, no reconocía a aquel joven, pero la cara le ardía por tal atrevimiento ya que la gente a su alrededor los miraba.

Él caminó seguro, quedando a pocos metros de ella.

-No puedes seguir huyendo de mí por siempre, por favor, es absurdo.

Ella se quedó en silencio respirando de forma acelerada.

-Benjamín…- susurró.

El asintió.

-Entiende… yo escribo historias de amor, no las vivo, el sentimiento…puede que exista, pero no es más que el miedo, ni que el odio, ¿sabes? podría escribir sobre eso si quisiera.

– Pero escogiste el amor… ¿por qué?- preguntó el con el corazón acelerado.

Carolina guardó silencio.

-¡¿Por qué?!- volvió a decir él acercándose más.

-Es… difícil de encontrar… el amor es difícil de encontrar Benjamín.

-¿Por eso huyes?

-No huyo, solo reconozco que no podré darte eso que estás buscando. Intento hacer que te des cuenta de que conmigo tendrías muchas cosas, menos amor.

-Y eso que… yo tengo suficiente para ambos.

-¡Basta!, no lo hagas más difícil.

Ella sacó un billete del diminuto bolso que había puesto sobre la mesa, tomó el libro, se puso unas gafas de sol y dio la media vuelta para irse.

-Te busqué meses… en cada rincón de este desolado país, no duermo, no como bien y todo por una tarde en un café con una persona de la cual ni siquiera se el nombre, pero que no puedo olvidar, entiendo que tengas miedo, pero no puedes hacer que yo sienta lo mismo, si te vas, ya no te buscaré más.

Carolina contuvo las lágrimas, tragó el puño de saliva amarga, caminó lentamente entre la gente que observaba, fue lo más doloroso de toda su vida.

Un anciano sentado en una de las mesas le hizo señas a Benjamín para que se acercara.

-Debes dejarla ir. – Le dijo.

-No puedo, no sé cómo.

-Si la dejas ir ella regresará por sí misma, te lo aseguro.

-Cómo puede asegurar algo así, usted no la conoce.

-Hijo, ella puede correr tan lejos como quiera, pero el mundo es redondo. Al punto del que partió tendrá que regresar, solo déjala ir.

Dos años después

El restaurante era pequeño como aquella noche en que se habían conocido, como una premisa del anciano que lo había augurado volvieron a encontrarse, los dos miraban las tazas del humeante café pero ninguno tenía el valor de empezar a tomarlo, las emociones que inundaban sus mentes eran como un enjambre de abejas alborotadas, finalmente él, quien no había dejado de verla desde que ella entró al lugar, tomó la taza, tembloroso la llevó hasta sus labios y una vez dado el primer sorbo, rompió el silencio.

-Y bien, ¿qué hiciste sin mí?

-¿Sin ti?- dijo ella tomando la diminuta cuchara y colocándole azúcar al café. -Visité lugares, conocí a muchas personas, probé cientos de platillos, dormí demasiadas noches riendo con alguna comedia romántica, tantas mañanas sin preocuparme del tiempo o el lugar en el que estaba, leí cientos de libros, yo…hice tantas cosas sin ti…

-Ah, eso solo suena a que trataste de olvidarme.

-¡Te olvide!- dijo ella casi al mismo tiempo.- Solo que al parecer no lo hice bien, para olvidarte en serio, como se supone que tenía, primero, no debí llevarte conmigo todo el tiempo.

-Pero dijiste que…

-Y quién no ha dicho cosas de las que se arrepiente, dime, quién no ha dejado algo que ama, solo por no saber que lo ama, o tener miedo de hacerlo, de entregarse.

-Y ahora… ¿Qué sucederá ahora?, ya no estoy dispuesto a dejarte ir otra vez.

-Ahora, te diré mi nombre esperando que esta, no sea la última cena.

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