Me he sentado a escribir unos cuantos párrafos sueltos y algo parecido a un borrador de una historia que valga la pena compartir y contar pero no he conseguido algo que considere apropiado.
Después de unos minutos frente al ordenador y sin mucho éxito he comenzado a divagar, es el proceso normal de un escritor empedernido y he brincado de idea en idea sin detenerme mucho en cada una de ellas. Un poco frustrado por el intento decidí dejarlo por un rato y para despejarme salí al balcón de mi apartamento a fumar un cigarrillo y relajarme viendo las formas dibujadas por el humo.
La vista del apartamento es muy agradable pues mi edificio se ubica frente a una conocida alameda, muy concurrida y visitada son ya casi las seis de la tarde hora en la que por lo regular el lugar esta abarrotado. El sol ya no cala tanto, los arboles proveen de una agradable y fresca sombra para los visitantes, los padres aprovechan para llevar a sus pequeños y despejarse un rato al aire libre.
Observo con detenimiento cada acontecimiento que pasa en aquella alameda y no puedo evitar quedar fascinado, puedo ver a una madre con su hijo extasiado con los globos de helio de distintas formas y colores pidiéndole eufórico a su madre le compre uno, mientras el globero observa a los dos personajes un tanto impacientado esperando que realicen su compra o no le hagan perder más su tiempo.
Veo a un taxista gritar por la ventana maldiciendo y reprendiendo a los jóvenes que transportaba por haber dado un portazo al momento de bajar del vehículo y estos solamente reír y salir corriendo gritando un intento de disculpa para el acalorado chófer.
Después me llama la atención dos pequeños una niña y un varón jugando en las fuentes de la Alameda mojados chapoteando mientras sus padres los vigilan a lo lejos, el niño resbala y se raspa las rodillas, obviamente corre en busca del consuelo de su madre, la niña preocupada corre y lo alcanza en un intento por consolarlo le da un tierno beso en la mejilla.
Más tarde me percato de una joven pareja, van tomados de la mano ignorando todo a su alrededor, disfrutando de la compañía mutua concentrados en ellos mismos, los dos sonríen radiantes y la señorita carga un ramillete de flores en la mano que le queda libre, me llama la atención pues no se despiden hasta que el chico se asegura que la señorita suba a su transporte y la observe alejarse camino a su hogar con un poco de tristeza porque la tarde con su amada se ha acabado.
No me había percatado de que ya había oscurecido cuando caí en la cuenta de lo inmerso que estaba en el paisaje que había estado horas contemplando, no cabía duda de que esa alameda era hermosa por si sola pero caí en la cuenta de que lo era aún más por todo lo que pasaba en ella pues eran las personas y sus vivencias quienes le daban vida.
Ahora regresaba frente a mi ordenador y como por arte de magia las palabras fueron tomando forma, las historias tenían sentido y emociones. Ahora tenía muchos viajes que emprender, muchas historias que contar pues había un montón de personajes esperando por un papel en alguna historia.
Por ejemplo un niño que regresaba a casa contento con su brillante globo rojo flotando a su lado, un taxista y sus experiencias en el camino mientras recorre la ciudad, dos pequeños jugando e imaginando mil aventuras y un pareja de jóvenes amantes descubriendo la primera etapa del enamoramiento tan inocente, noble y sincero.
No era escritor ni mucho menos pero era una pasión que nunca había podido ignorar y más ahora porque sentía la obligación de plasmar todo lo que la Alameda me había mostrado aquel día pues soy de los que piensa al contrario de Oscar Wilde pues para mi la vida imita al arte más que el arte a la vida.
Recuerdo no haber dormido casi nada pues no paraba de escribir fascinantes historias inspirado en un lugar que se encontraba enfrente de mi hogar y que recién acababa de descubrir, pasa en la vida cotidiana estar tan abrumado y distraído que las mejores cosas se encuentran frente nuestra nariz y así podemos pasarnos los años sin percatarnos hasta que un día tal como me pasó a mi, hartos ya de la rutina y vacíos de lo cotidiano le damos la razón a los que saben aprendiendo de personajes como Facundo Cabral que «No estas deprimido, estas distraído».
Amaneció más tarde y no sabía que aún tenía otra lección más grande que aprender todavía, pues salí a recibir el nuevo día a mi balcón para nuevamente ver la alameda y descubrí algo todavía más impactante pues me corto la respiración ver los rayos del sol reflejarse en la copa de los arboles, las sombras distorsionadas que se proyectaban por todos lados como si tuvieran vida propia, el brillo del rocío del la mañana sobre las hojas parecían miles de diminutos diamantes bajo la luz del sol.
Ahí entendí que el día anterior estaba equivocado y que la Alameda no necesitaba de nadie más para brillar por si misma porque así nadie fuera a visitarla seguiría siendo igual o más hermosa, pues temprano sin el ajetreo del día podía también escuchar los pájaros cantar, una que otra ardilla trepar por los árboles, abejas y garaballos de colores volar entre las diversas plantas.
Ahí supe que cualquier otra cosa que pudiera afligirme era insignificante y que al final todos formábamos parte de algo mayor y ese algo a veces actúa de maneras inesperadas.Como por ejemplo ese día con un escritor un tanto neófito que hacía berrinches mientras no conseguía escribir algo decente.
Le debo mucho a esa Alameda por que más allá de ayudarme a escribir historias fascinantes, he aprendido a apreciar mejor la única historia que vale la pena: la vida en general y todo lo que la compone, ahora solo estoy tratando de escribir mi capitulo lo mejor posible ¿Tu ya escribiste el tuyo?
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