Abro los ojos por primera vez y no logro ver nada. Todo es oscuridad a mi alrededor. Quizá aún no es tiempo. Mi tiempo. Aunque ya escucho algunas voces y sonidos, no logro identificar de donde provienen o a quién pertenece cada una.

Llegan a mi memoria recuerdos de otra vida. Momentos fugaces repletos de amor con flashes de felicidad.

Dar mis primeros pasos, dejar de mojar la cama, aprender a vestirme solo sin mediar remordimiento alguno por una combinación fallida. Padecer las consecuencias del retiro prematuro de las llantitas de mi bici que impedían mi enfrentamiento con el voraz pavimento. Toda decisión fugaz traía su consecuente factura. Se pagaba con billetes de ilusión y orgullo.

Descubrí de súbito un día mi sexualidad, entre miedos y prejuicios. Sentí despertar mi sexo pensando que firmaba un pacto diabólico. Junto con mis primeras gotas de semen, abandonó también mi cuerpo mi alma despavorida. Nadie me dijo que aquél sentimiento sublime no estaba reservado a Dios. Y yo, en verdad lo había disfrutado. ¡Vaya herejía!

Salí corriendo y llorando del cine aquella vez en que un hombre se sentó junto a mí y trató de tocar mis partes, ofreciendo pagar con unas cuantas monedas su osadía. Me sentí ofendido y humillado. El demonio me había tocado y mancillado mi ser. No podía contárselo a nadie. Mi vergüenza era mayor que mi deseo de consuelo.

Crecí inocente y víctima de mi inocencia. Lloré al toparme por primera vez de frente con la muerte, cuando mi padre, con una bala veintidós, puso fin al sufrimiento de mi amada mascota.

Ahora escucho voces, más bien parecen murmullos, pues no logro entender nada de lo que están platicando.

Aprendí a sentir con mi cuerpo, o más bien a interpretar el estado de ánimo de aquellas voces que oigo.

¿Cómo será este nuevo mundo de afuera? Eso es algo que me intriga, aunque la verdad no me quita el sueño, bueno en realidad nada me lo quita. Dormir es ahora lo que hago la mayor parte del tiempo. ¿Qué otra cosa podría hacer?

Mi actual mundo es tan fascinante que los pocos meses que permaneceré en él pasan como un suspiro.

Mi infancia transcurrió entre inocentadas y travesuras. Fui, sin duda, un niño feliz.

Aprendí a atrapar mariposas con redes de ingenuidad, pero terminé liberándolas al darme cuenta que para volar, más que alas se requiere de libertad.

Coleccioné bichos raros en frascos de vidrio burlados a mi mamá, pero ellos también me enseñaron que el estar estático mata, y yo no quería una etiqueta que manchara mi integridad.

Amé y fui amado sin mediar pago en reciprocidad, y fui muchas veces desilusionado pero nunca sopesé el entregarme cuando mi corazón me dictaba amar.

Algo interrumpe mi sueño y trato de entender, qué es lo que pasa en ese mundo al que pronto tendré que afrontar.

Mi pequeño cuerpo ya bien formado está y siente la presencia de un objeto oprimiendo mi parte frontal. Parece buscar mi corazón, como si lo quisiera escuchar.

Late ya de forma independiente mientras yo trato de recordar cuándo aprendí que sus latidos, junto con mis sentimientos, al unísono iban a vibrar.

Tuve la fortuna de ser hijo, nieto, hermano, padre, abuelo, amigo, esposo y amante.

Conocí el Amor que cada una de estas figuras da. Crecí en él y me superé. Me sublimé en el dolor y lo dominé.

Aprendí a valorar la tranquilidad de un cálido atardecer. Agradecí la fortuna de tener una vida y acepté cuando mi destino me quiso alcanzar. Supe recargarme de energía abrazando un árbol. Limpiar mi espíritu con mil cánticos y risas. Sentir la felicidad, cuando descubrí que ella vive en nosotros desde siempre, y que solo hay que dejarla manifestar.

Me caí mil veces y aprendí a tropezar. El caer te da opción de levantarte y tu paso volver a iniciar, pero el tropezarte te permite tu camino rectificar.

Lloré mucho, pero también reí. Supe poner en un extremo de la balanza una sonrisa, y en el otro un millar de lágrimas, y constaté que una sonrisa equilibraba el peso de todo mi llanto, por lo que reí mucho y lloré poco. Una sonrisa queda congelada en la mente, mientras que las lágrimas se evaporan bajo el calor del sol.

Decidí entonces coleccionar sonrisas y exprimir las lágrimas, hasta extraer de cada una los vestigios de nobleza que encapsulados en ella gritan clamando libertad.

Sufrí el desamor pero esto me permitió valorar el amor. Entendí la dualidad divina como un regalo magistral. Fui amante del calor y experimenté el placer que el frío proporciona, pues te permite acariciar la esperanza de sentir algún día la serenidad que un cálido abrazo te da.

Tuve la fortuna de no tener que escatimar caricias. De contar con cinco sentidos que me permitieran competir en igualdad de condiciones con mi más acérrimo rival. De celebrar cada uno de mis triunfos y analizar mis derrotas, que en realidad no fueron tal, pues la experiencia que de ellas obtuve, fortaleció mi personalidad.

La vez que me topé con el amor por primera vez no lo supe reconocer y lo dejé pasar. Fue entonces que aprendí que uno tiene que luchar por lo que quiere y cuanto más trabajo te cueste conseguirlo, más lo vas a valorar. Es verdad que el primer amor nunca se olvida, como no te olvidas de tu primera bici, tu primera película, tu primer logro. Me enamoré del amor. Se me presentó quizá demasiado joven, cuando no lo esperaba y resultó tan grande que no había en mí corazón espacio suficiente que lo pudiera resguardar. Y lo dejé marchar. Me enfrentó un rival que a capa y espada me lo supo arrebatar, y en mi nobleza, en bandeja de plata se lo entregué. Al no sentirse mi amada protegida ni mucho menos valorada, no dudó en abandonarme, pero se llevó consigo parte de mi corazón que nunca pude recuperar.

Como un niño despojado de un dulce, me sentí traicionado por el amor, sin darme cuenta hasta que ya fue demasiado tarde, que la vida todo te da, solo es cuestión de aceptarlo y saberlo valorar.

Viví una vida plena y llena de bendiciones, y quizá, solo quizá, en verdad no lo sé, no la supe aquilatar.

Me resulta hoy curioso pensar que mis mejores recuerdos provienen de mi niñez. ¿Será que los momentos felices los guardamos en un lugar especial en nuestro corazón, y siendo niños al no preocuparnos por encontrar la felicidad, es cuando más disfrutamos de ella?

Escucho a mi madre llorar, sé que es ella porque todo mi mundo alrededor se estremece con su llanto. ¿Será que mi llegada más que felicidad le ocasione un gran pesar?

Distingo a dos seres discutir, o eso es lo que parece por el tono que sus palabras acaban de tomar. Deben ser mis padres, pues son las mismas voces que en otras ocasiones he oído con dulzura dialogar.

¿Acaso una noticia que les acaban de dar, los enfrentó con su cruel realidad?

Estoy consciente que en esta nueva vida no contaré con todas las herramientas que en mi otra vida utilicé, pero seguro estoy que mis logros serán por mucho mayores a aquellos que cualquier ser humano sepa valorar.

Solo algunos privilegiados tenemos la fortuna de volver a vivir libres esta vez de maldad, de envidias y egoísmos y de todos los sentimientos humanos que se deben superar para lograr la divinidad. Si contamos con esta deferencia, es porque logramos erradicarlos de nuestra vida, por lo que ahora debemos enseñar a los demás a vivir sin ellos.

Quizá nunca pueda valerme por mí mismo, pero mi amor será inagotable y alcanzará para compartirlo con quien lo pueda necesitar.

Quizá nunca tenga que buscar la felicidad, pues la traeré tatuada en mi piel desde siempre, como un traje especial.

Quizá requiera de ayuda para hacer muchas cosas, pero esto me permitirá ocasionar que quien me auxilie, suba un escalón en su desarrollo espiritual.

Quien conviva conmigo será muy afortunado al contar con el privilegio de conocer un tipo especial de amor, de compasión, de divinidad.

No necesitaré aprender a caminar, ni mucho menos a en bici andar. No tendré problemas con mi sexualidad y nadie romperá mi corazón en una cita fallida con un primer amor. No tendré que cambiar lágrimas por sonrisas, ni buscar un árbol que abrazar. Yo seré el árbol que muchos querrán abrazar y en lugar de lágrimas, eternos diamantes y perlas preciosas de mis ojos brotarán.

Será breve en esta vida mi transitar, pero suficiente resultará, sin embargo, para a la eternidad un sentido dar.

¡Calla madre mía! guarda tus lágrimas para el despertar. Tu dolor será generosamente recompensado cuando con mi llegada, un cambio a tu vida darás.

Dicen que el tiempo todo lo borra, pero no este tiempo. No mi tiempo, no nuestro tiempo. Este grabará con letras de oro en el infinito nuestro caminar, y como una dulce cicatriz, eterno testigo de nuestro dolor transformado en amor, permanecerá.

Y será entonces cuando el universo, ante tí y solo ante los seres como tú, su eterna magnificencia con humildad doblegará …

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS