Exhausto me apoyé sobre la pared y exhalé una bocanada de aire que hinchó mis pulmones como un globo a punto de reventar, mis piernas temblaban y apenas mantenían la verticalidad, no podía seguir corriendo, todo comenzaba a darme vueltas dentro de la cabeza y las gotas de sudor se fundían con mis lagrimales creando una densa película blanquecina sobre mis córneas, debía parar para recuperar aliento y con suerte, no desmayarme por el esfuerzo pero, él seguía persiguiéndome, desconocía el terreno que había conseguido separar entre los dos pero, con toda seguridad no sería el suficiente, nunca lo era, como un perfecto rastreador siempre daba conmigo y de nuevo comenzaba la huida.

Respiré profundo y me concentré en recuperar el ritmo cardíaco, froté mis ojos con la manga del abrigo y observé a mi alrededor, el callejón era oscuro y la noche silenciosa, algo hurgaba en el contenedor del fondo entre las bolsas de basura, quizá algún roedor en busca de alimento, contuve unos segundos la respiración y escuché con atención los sonidos que me envolvían… nada, quizá estaba lejos, al menos lo suficiente para permitirme pensar en mi siguiente paso. De nada servía huir, lo había hecho demasiadas veces y demasiadas veces él acababa encontrándome, daba igual lo rápido que corriese y lo lejos que llegase, siempre daba conmigo.

Era hora de acabar con esto de una vez por todas, debía enfrentarme a él, nunca lo había hecho en el pasado, unas veces por miedo, otras por pura cobardía, en ocasiones por el desconocimiento total a mi enemigo y casi siempre por una mezcla de todas, pero se acabó, no podía continuar así, debía dejar de huir.

Mis oídos se percataron de los sonidos de sus pisadas, cogí aire y el corazón comenzó a desbocarse, “no más miedo” me repetía mentalmente, cerré los puños y giré la esquina a su encuentro.

Le golpeé con fuerza mientras avanzaba hacia él, con los puños hundiéndolos en sus mejillas, rasgando la piel de su cara, abriendo brechas en sus cejas y labios, la sangre emanaba como un río desbordado impregnando cada centímetro de su rostro. Cayó al suelo y arrodillándome sobre su pecho continué con la brutal paliza, mi brazo derecho subía y bajaba como si tuviese un resorte, con fuerza, con decisión impactaban todos mis golpes sobre él, los huesos de mis manos se quebraban, los nudillos se dislocaban, el dolor comenzó a hacer mella sobre mi codo subiendo como un espasmo hasta mi hombro. No se defendía, apenas se movía, encajaba cada golpe como un muro, inmóvil… Hasta que todo se detuvo… jadeando y casi sin respiración me incorporé y observé en vista cenital su cuerpo inerte, su mirada inexpresiva, sus ojos mirando al infinito cubiertos por el espeso líquido rojo, giré sobre mí mismo y anduve unos pasos tambaleándome, un sonido como el roce de una serpiente reptando me hizo volver la cabeza… Su vientre subía y bajaba con intensa calma… no estaba muerto… Caí de rodillas, exhausto, abatido, con la mirada fija en mi mano con todos sus dedos quebrados.

—Te dije que no podrías matarme— me dijo con un hilo de voz —Por mucho que me golpees solo conseguirás que tarde más en recuperarme, pero siempre lo haré… y siempre volveré.

—Lárgate de mi vida, no te necesito, tienes que morir… Necesito dar este último paso y nunca lo conseguiré si sigues respirando— Respondí sollozando.

Me incorporé y deshice mis pasos en su busca, agarré una enorme piedra asida con mi mano izquierda y el muñón derecho, volví a arrodillarme sobre su pecho y levanté la roca por encima de mi cabeza.

—No te servirá de nada— dijo ahogándose en sus propios fluidos —para poder avanzar tienes que entender que jamás te librarás de mí, puedes hacerme todo el daño que quieras, puedes mutilarme y esparcir mis trozos por todo el planeta, pero nunca matarme, tarde o temprano regresaré como si nunca me hubieses puesto una mano encima y estés donde estés, daré contigo.

—¡¡No te necesito!!— grité desesperado bajando la piedra a la altura mi pecho, —¡¡No tienes derecho a retenerme!!, ¡¡Sólo yo decido mi destino y mis pasos!!

—Te equivocas, sí me necesitas, solo que aún no lo sabes y por eso sigo a tu lado, por eso jamás te abandonaré y de hecho, tengo más derecho sobre ti que tú mismo, yo ya existía dentro de ti antes incluso de que tuvieras conocimiento de tu propia existencia, fui de las primeras cosas que se gestaron dentro de ti… tengo más derecho que tú a decidir… estás asustado, pero poco a poco nos haremos fuertes… juntos.

—No sabes nada sobre mí… — dije rompiendo a llorar —no sabes nada.

—Lo sé todo… sé que te ha traído aquí, conozco el infierno por el que has pasado, por eso me ves, nítido frente a ti… nunca me necesitaste tanto como ahora y por eso no puedo irme, por eso puedes hacerme daño, mucho, como el que acabas de hacerme, pero jamás matarme… cojearé, me arrastraré y mientras no esté a tu lado te sentirás perdido, sólo, con la necesidad de dar ese paso que te asusta tanto… cuanto más herido esté más vulnerable serás y a medida que recupere las fuerzas más sentido cobrará todo lo que te rodea, deja de golpearme porque cada puñetazo que me das te lo estás dando a ti mismo… Yo soy el que mueve tu mundo, yo soy la razón de cada paso que das, de cada dirección que tomas… Ahora… Despierta… deja que sanen mis heridas y levantémonos juntos.

Abrí los ojos, tumbado en mi cama y con los ojos fijos en el techo respiré profundo, me incorporé hasta quedarme sentado al filo del colchón y miré el reloj, marcaba las siete y veintisiete minutos, alargué el brazo hacia la mesita de noche y arrastré las pastillas al fondo de la papelera… tendrán que esperar… ese paso tendrá que esperar… mis deseos, mis fuerzas, mis sueños necesitan recuperarse… mi voluntad necesita sanar sus heridas. Me dirigí a la cocina, me preparé un café y apoyándome sobre la encimera leí la frase que yo mismo coloqué tiempo atrás sobre las baldosas de la pared cuando todo esto empezó a derrumbarse.

“No existe fuerza motriz más fuerte que tu voluntad”

Me vestí y salí de casa dando un portazo.

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