Estaba en el lugar perfecto; agachado entre un árbol y un banco del Campo Grande. Desde allí también veía a su niñera, que llevaba un rato leyendo.

La piedra ya no se sentía fría en su mano. Miró de nuevo al cisne «¡Qué feo; negro!» Lanzó una última vez el canto al aire para calibrar el peso. Aguzó la vista, respiró hondo, levantó el brazo y…

—¡Chssst, rapaz! No hagas eso.

Del susto, la piedra se le resbaló de la mano y cayó sobre su cabeza. Sentada en el banco había una señora mayor. Algo en ella le recordaba a su abuela, pero no sabía el qué. Su piel estaba morena. Tenía los ojos azul claro, casi transparentes. El pelo gris lo llevaba recogido en una trenza. Portaba un vestido de color hueso con dibujos geométricos de muchos colores; naranjas, morados, verdes… todos muy brillantes. En los pies, unas simples sandalias. Miraba al estanque.

El niño bajó la cabeza mientras se tocaba en donde había golpeado la piedra. Compuso una especie de puchero y fue a decir algo, pero la anciana se llevó el dedo índice a los labios con una mano y con la otra, le indicó que se sentara a su lado. Echó un vistazo a su cuidadora y finalmente se sentó.

—¿Te gustan las historias?— preguntó sin desviar la mirada.

—¡Siii, un cuento, un cuento! Me gustan de brujas y caballeros valientes— exclamó el chiquillo.

Ella asintió levemente. Cerró los ojos y por un momento todo lo que escuchó fue el chapoteo de la cascada, el canto de las diferentes aves y los movimientos de éstas entre las hayas y encinas. La luz del sol atravesaba sus párpados, formando un horizonte naranja.

«Érase una vez un niño que vivía en una ciudad. Era flacucho y no muy alto, con los ojos marrones.»

—Señora, en las ciudades no hay brujas ni caballeros— dijo cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto exagerado. La anciana siguió como si no le hubiera oído.

«Un día, la maestra le preguntó que de dónde venía la leche, y el niño contestó que del brick. La maestra, alarmada por tamaña ignorancia, decidió hablar con sus padres»

—¿Cómo se llama el niño? ¿Cuántos años tiene?

La señora detuvo su discurso y muy seria avisó —Si me vuelves a interrumpir, me iré y no sabrás más.— Al escuchar la advertencia, el pequeño se puso tan rígido que parecía un soldado en miniatura.

«Cuando llegó el verano, le apuntaron a un campamento. Allí aprendió lo que era ordeñar una vaca, probó el sabor del pan que él mismo hizo, observó día a día el crecimiento de tomates y pimientos, tocó a un cerdito, dio de comer a las gallinas, recogió sus huevos. También pudo conocer a animales silvestres; en su visita al bosque vio a un zorro escabullirse dentro de su madriguera, a una nutria nadar en un riachuelo.. pero fue otra experiencia la que cambió su vida para siempre.»

La anciana hizo una pausa y, de reojo, comprobó que el niño prestaba atención.

«Era el último día. Marga preparó la merienda y les llevó a dar un paseo a caballo. Le tocó una yegua blanca, grande, de patas fuertes. Hasta que llegaron al merendero, niño y yegua mantuvieron una lucha de poder, en la que claramente ganó el animal. «No me hace caso» se quejó a la monitora. Ésta sonrió y le explicó que Bruja era la jefa de la caballada y que tenía que ir delante «trátala con cariño y verás como mejora».

Cuando regresaban, a la altura del pinar comenzaron a aparecer coches. Marga, tranquilamente, dio instrucciones para avanzar en fila por un margen de la pista de arena. El pequeño tragó saliva y tensó su cuerpo; un coche había pasado muy cerca. Por instinto, puso una mano en el cuello de la yegua. Notó el calor que desprendía, el tacto áspero del pelo… y en voz muy bajita dijo «Por favor, te pido de corazón que me hagas caso. Nos pueden pillar los coches.» Entonces, como si Bruja le hubiera entendido, comenzó a seguir sus órdenes. Fue un momento especial, mágico.»

—Bombóoooon, es hora de merendar— gritó Conchi haciendo gestos para que fuera.

El chaval, con un claro gesto de fastidio, miró a la anciana. —Ve rapaz, que no lo dejará correr. Te aguardo.— contestó colocándose el vestido, sin apartar la vista del estanque.

«El tiempo pasa y se convierte en todo un hombrecito. A ojos de todos, su vida era idílica. Destacaba en la universidad, tenía una novia que bebía los vientos por él, era popular, sus padres estaban orgullosísimos porque su hijito llevaría algún día el despacho, etc. Sin embargo, nuestro joven amigo se siente infeliz. Nada le satisface.

En secreto, antes de dormir, rememora ese día. Aunque han pasado más de diez años, recuerda el momento preciso en el que Bruja y él fueron un mismo elemento. Durante la noche, la magia vuelve y se hace fuerte en su mente y en su corazón.»

—Rapaz, ¿qué crees que hizo el joven?

El niño no se esperaba la pregunta. Entrecierra los párpados y gira levemente la cabeza a un lado y a otro. — Puesss, ¡vuelve con Bruja!— exclama levantando el dedo. La piel de la anciana se estira y en sus labios aparece un intento de sonrisa.

«Escoge la celebración de su cumpleaños como el momento apropiado para dar la noticia; todas las personas importantes estarían. Espera a los postres. Se pone en pie, coge el tenedor y lo golpea en la copa de champán para llamar la atención. Todos le miran; los padres expectantes, la novia anhelante, los amigos cómplices… Es el momento de decir lo que lleva días ensayando. «Familia, desde hace tiempo noto que no encajo. ¡No puedo con la gente! La norma de la humanidad es pisar al otro. No cuidamos lo que tenemos. Siento que tengo una deuda con la Tierra; que puedo hacer algo para cambiar las cosas.» Una lluvia de opiniones comenzó a caer en sus oídos: «¿Desde cuándo piensas tú así?…Has bebido demasiado esta noche» dijo su padre con desdén. «¿Te has vuelto loco? ¿Qué eres ahora, el Papa o el presidente de GreenPeace? No te hemos educado para esto.» espetó la madre. El miedo le mordió la boca del estómago y sintió que se volvía diminuto. El recuerdo de cuando ese coche pasó tan cerca se hizo fuerte en su mente. Los amigos, ojipláticos, decidieron salir por piernas «Se le ha ido la pelota por completo» oyó entre risas. Sólo le quedaba un salvavidas; su novia. Cuando la miró, reconoció la viva imagen de la decepción».

El niño pegó un salto y, echando el cuerpo hacia delante y los brazos extendidos hacia atrás chilló —¡Eso es injustooo!— A continuación se tapó la boca con las manos; había incumplido la norma.

La anciana le miró directamente por primera vez. —¿Qué es lo injusto, rapaz? ¿La decisión de él o la de su familia? El niño nuevamente se sorprendió. Permaneció callado y transcurrido un rato dijo:

—Es difícil.

Ella se estiró un poco y, concentrándose de nuevo en el estanque, prosiguió.

«Los siguientes días no fueron nada fáciles. Se encontró solo, incomprendido; rechazado por los suyos. Comprobó el dinero ahorrado y decidió que era el momento de hacer ese viaje que llevaba meses preparando. En su cuarto dejó una nota; Necesito encontrar mi lugar. A pesar de todo os llevo conmigo .

Voló a Costa Rica. Contrató un tour donde la naturaleza se mostraría desnuda. Los primeros días disfrutó de Tortuguero, donde se fundió con la selva virgen. Con respeto contempló al volcán Arenal. Corrió por las orillas de las distintas playas; Punta Uva, Manzanillo, Puerto Viejo.

La cultura costarricense fue un tsunami liberador que arrasó con todo el sufrimiento. El antídoto tropical había entrado en él. Sabía que ya no podía prescindir de esa pureza que lo envolvía todo; su gente, sus playas, su comida, toda la fauna. Era su aire, su oxígeno».

La anciana interrumpió su relato. Dos segundos después se oyó «Bombóoooon, tenemos que irnos».

—Dila que aguarde un poco, ya estamos casi en el final.— afirmó con tono solemne.

El chaval echó una carrera y, con un tono pasteloso suplicó —Cinco minutos más, porfa, Conchi—. La cuidadora lo permitió diciendo «Pero ni uno más».

«El canto de algún ave le despertó. Sabía que iba a ser una jornada dura; tenía planeada una caminata guiada por el refugio Gandoca Manzanillo y la humedad no daba tregua. No se cansaba de absorver esa vegetación exótica; examinaba el rojo intenso de las bromelias, admiraba las orquídeas. Lo mismo la pasaba con la fauna; el movimiento hipnótico del perezoso contrastaba con las estampidas de las iguanas que no tomaban el sol. Los colibrís batían incansables sus alas y los tucanes ofrecían un espectáculo único de color.

Por la tarde, entraron en contacto con la población autóctona. Allí conoció a Don Silvano; el chamán. Después de purificar al grupo de excursionistas con una retahíla indescifrable, se acercó a nuestro amigo y le dijo «¡Qué bueno que llegaste!, te has demorado un poco. Tienes muchas cosas que aprender». El chamán le acogió en su familia. Allí todos parecían conocerle de toda la vida y le profesaban un inusitado respeto… era mucho más de lo que había dejado atrás.

Don Silvano hizo que recordase su talento innato y activó de nuevo la magia que desató con Bruja.

Juntos hicieron viajes impensables sin salir de la choza; visitaron las cataratas del Iguazú, se metieron dentro del volcán Kilauea, atravesaron las nubes y las estrellas.

Asimiló que las plantas, a parte de purificar el entorno, eran herramientas para curar. Aprendió a comunicarse con los animales, a ganarse su respeto. Se unió espiritualmente a la Madre Tierra, sintiendo su fuerza y protección.

Pasaron los años y nada quedó de aquel joven extranjero que llegó ciego, sordo y mudo. Ese diamante en bruto se pulió hasta dejar salir al poderoso hechicero blanco que había en su interior. Gente de todos los rincones acudían a él con diversas dolencias para ser tratados; unas veces necesitaban curación del cuerpo, otras del alma. La generosidad que repartió le fue devuelta; formó una familia y conoció la auténtica felicidad. Nunca ambicionó bienes pero nunca le faltó de nada.»

La anciana suspiró. Se giró y tomó de las manos al niño.

—Rapaz, ahora te dejaré hacer una pregunta y después me iré. No te precipites.

El chiquillo la miró fijamente, mientras repasaba la historia y buscaba la pregunta que realmente quería saber. De pronto, la chispa prendió.

—¿Cómo se llamaba el protagonista?

Ella dibujó una sonrisa plena y soltando sus manos le contestó:

—Hilario, aunque todos le llamaban Larius.

El niño se llevó ambas manos a la cabeza. Un fuerte chapoteo le hizo girarse y mirar al estanque. Aquel cisne negro había levantado el vuelo.

—¿Cómo lo has sabido?— preguntó lleno de curiosidad mientras seguía la trayectoria del ave.

—Larius, ¿con quién hablas? Aquí no hay nadie.— le dijo Conchi con la ceja enarcada.

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