Peor que un nenúfar en el pulmón

Peor que un nenúfar en el pulmón

David López

07/05/2017

La no-primavera lucía radiante ese mediodía, y las calles del centro estaban llenas de vida y de dinamismo. Rosas negras y blancas escudaban a ambos lados a Alejo, cuya sonrisa se acentuaba con cada paso. La barba descuidada cubría su cara y tenía el rostro ceñudo. De no ser por los dientes amarillentos asomándose y recibiendo la caricia del Sol nadie habría pensado que se trataba de un hombre contento.

Comenzó entonces con la misión que le había llevado a la calle en ese día de mayo. Prefirió empezar fácil y acercarse a los caminantes solitarios. Atisbó en el horizonte la persona perfecta. Un adolescente regordete que caminaba ensimismado cabeceando al ritmo de una canción desconocida. Con decisión, Alejo cambió su rumbo para tratar de interrumpir la marcha del muchacho, empuñó una rosa negra en la mano derecha, convencido de que esa sería la favorita del chico.

Contrajo los músculos de sus mejillas para convertir su cara en la del gato de Chesire por un momento e hizo un gesto para llamar la atención del joven regordete. Y falló miserablemente. Hizo un gesto brevísimo para analizar a aquel que llamaba su atención y decidió continuar con su camino como si nada hubiera ocurrido.

Fue sólo la primera de las veces que alguien le giró la cara. Fue rebotando como una pelota en el Pinball. De mujeres, móvil en mano, a hombres que reían en grupo, hasta niños que jugueteaban con un balón por la calle y abuelos que estaban sentados en silencio en un banco a pie de asfalto. No recibió ni siquiera una palabra dirigida a su persona.

Tal vez ese día no prometía tanto como su optimismo le había prometido al amanecer.

Con la mente paseando por las nubes y el cuerpo envolviendo a Penélope, Alejo perfeccionó el plan con el que repartiría felicidad por las calles de su urbe. Los amaneceres solían ser mucho más luminosos que las noches. El momento en que las pesadillas rellenas de ascetas y de nenúfares creciendo en los pulmones de su novia daban paso a un despertar dulce y cálido. Aquellas malditas obras completas de Boris Vian habían tenido un efecto profundo en su psique, probablemente las mejores obras de terror jamás escritas.

Con sumo cuidado, arrastró lentamente el brazo con el que envolvía a Penélope, deleitándose con el tacto de su piel y el ronroneo que arrojó al mundo, rozando con la huida de Alejo la vuelta a la consciencia.

Salió de la habitación con un último vistazo a la belleza desnuda por el rabillo del ojo, y se dirigió a su cocina/invernadero. Todos sus amigos se habían reído cuando había empezado las obras, pero seguro que envidiaban los ramos de rosas que sacaría de ese majestuoso invento. Saldría mucho mejor que el plan al que había bautizado Happy Photo.

Paseó el pulgar por la encimera de mármol y echó un vistazo a los cachivaches que sus dos hijas creaban en la Escuela de Inventores. Bella había inventado el coche a vapor, y aunque llegaba unos años tarde, estaba muy orgulloso del ingenio y el encanto victoriano que la habían conducido hasta ese pequeño modelo de plástico que se derretía poco después de empezar a moverse impulsado por carbón de cocina.

Alicia era un poco mayor, ya contaba con seis primaveras en su colección. Literalmente. A Alejo le preocupaba que Alicia fuese un poco oscura en esencia. Cuando aún estaba en la cuna, ya estaba tejiendo cuero y trabajando elaboraciones alquímicas destinadas a atrapar en un tiempo y espacio comprimidos la esencia de la primavera. No sabía Alejo cómo habían evitado que los medios les apresasen. Seis años pasando del invierno al calor atroz del verano como si el mundo se hubiese metido de un salto en una olla a presión.

Fue en aquellas fechas cuando habían decidido que sus hijas acudirían a a la Escuela de Inventores. Ya intentarían meter a alguien en el prestigioso Instituto del Latrocinio si tenían un hijo varón. Siempre hay tiempo en la familia para que alguien se dedique a la política. En cualquier caso, fue un alivio que a Bella también le entusiasmara la idea, ya que necesitaban una espía que controlase los intentos de Alicia de crear un láser de desintegración molecular.

De hecho, ese pequeño conflicto entre el bien y el mal en la familia era lo que había conducido a Alejo a sus planes para repartir felicidad. Bella estaba demasiado ocupada saboteando los prototipos de su hermana como para desarrollar los suyos. La fantástica Turbina arcoiris, o la misteriosa Drenadora de tristeza. Por desgracia para la niña, desde que cumpliera tres años, no se había podido dedicar a otra cosa que al boicot, ¡tan grande era el talento que tenía su hermana!

Ahora todo estaba en su mano, tal vez no tenía el mismo talento que sus hijas para los ingenios mecánicos, pero a ganas de vivir y compartir alegría no le ganaba nadie. ¡Pensaba hacer que Bella se sintiese orgullosa, en sesión vermú y sesión de noche!

El atardecer era cálido y el ambiente festivo. Un viernes como otro cualquiera en no-primavera. La terraza a rebosar en la cervecería, un collage de nacionalidades y mentes cruzando pensamientos y caricias.

Fue en ese momento en el que Alejo hizo su aparición, con un ramo de rosas negras y otro de rosas blancas, y se acercó a la primera mesa con una sonrisa en la cara, cargado de ilusión. Dos jóvenes debatían acaloradamente y apenas se daban cuenta de su acercamiento. Palabras volaban, desde Aristóteles hasta Rosa Park, con paradas, incluso, en Lebron James y Kevin Durant. Carraspeó para tratar de llamar la atención de la pareja.

-No, gracias-sólo un vistazo a la cara de Alejo y otro a las rosas bastan a uno de ellos para desestimar totalmente la opción de regalarle un minuto.

Se alejó, con cierto miedo a la decepción recorriendo su cuerpo como un calambre. Mientras avanzaba hacia un grupo de extranjeros, podía escuchar cómo, sin ningún pudor, sus primeros verdugos se preguntaban qué diablos pensaba, y compartían anécdotas sobre hombres haciendo cosas similares. ¿Es que nadie ama las flores?

No tuvo mejor suerte con el grupo de turistas, ya más embriagados. Uno de ellos, rubio y de ojos azules, con aspecto de depredador nocturno, se lo pensó, apenas dos segundos, y declinó la invitación sin la menor educación.

A Alejo le vino a la cabeza la imagen de su casa, y de ese pequeño invernadero en el que con cariño había ido hibridando rosas hasta conseguir los tonos perfectos del ying y el yang, del equilibrio como camino hacia la felicidad. Su amanecer había sido bastante más agradable que ese monumental rechazo vespertino. Con los dientes amarillentos escondidos tras sus labios, emprendió el camino de vuelta a casa.

Penélope esperaba, expectante, o al menos esa era la máscara que se había puesto. Alejo ya no temía siquiera que un nenúfar creciese en sus pulmones. Y con una sola mirada bastó para que su pareja lo entendiese. Todos los miedos que llevaba acumulando a lo largo del Proyecto Rosa se habían confirmado.

-Lo siento mucho, cariño- no eran insinceras, sus palabras, pero ella ya sabía que las fantasías de su marido eran sólo eso, fantasías.

-A nadie le gustan las flores, no lo entiendo, cuando yo era pequeño nos enseñaron que las flores eran belleza…

Penélope estaba a punto de acogerlo entre sus brazos cuando Alicia apareció en escena, corriendo, y se lanzó a los brazos de su padre. Casi se le escapan las lágrimas al hombre ante esa repentina muestra de cariño. No sabía si La niña oscura tendría una sabiduría visceral, similar a la de los canes, y habría empatizado con su tristeza, pero era muy bienvenida.

-A mí sí me gustan, papá, ¿puedo quedarme tus flores?

A Alejo se le olvidaron todas las palabras de su idioma, y por no llorar, le dio todas las rosas a su hija mientras se mordía un labio. Emocionado sería decir poco. Y con sus flores, recién adquiridas, Alicia salió corriendo de la habitación y se fue hacia su cuarto.

-A veces creo que nos preocupamos demasiado por ella-le dijo a Penélope.

Muchas veces había compartido con ella la teoría del genio maligno en el interior de la mente de su hija. Siempre le respondía con cierta condescendencia cuando hablaban de ello, como si fuesen las locuras de un hombre desocupado que cultiva rosas para regalar a extraños.

-¿Crees que deberíamos volver a tener una cocina normal? Echo de menos nuestra piscina-había anhelo en la voz de Penélope.

Alejo suspiró y se encogió de hombros, aceptando su derrota. Le había pasado lo mismo cuando había intentado regalar fotografías instantáneas por la calle. En cuanto se acercaba a la gente, todos se alejaban y negaban con la cabeza.

-Ahora le pido a Bella su Miniaturizador, me temo que ese invernadero va a acabar en el Cajón de las incoherencias.

-No te preocupes, seguro que a la próxima lo consigues. Y vas a tener que buscarlo, Bella lleva todo el día en la Escuela, estaba muy retrasada en su proyecto y la han obligado a quedarse- los ojos de Alejo se fueron abriendo de forma exagerada-, dicen que el mundo no puede esperar por su…

Alejo gritó “¡Drenadora de tristeza!” mientras salía corriendo de la habitación, llegó al cuarto de su hija justo a tiempo para ver cómo sus ojos negros se dirigían a dos ramos de flores desintegrándose.

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