Aquel día el crúor no corría por sus venas, su corazón tan solo bombeaba la hiel que le producía vivir en un mundo en el que había sido rechazada, el miedo y la angustia pasaron a formar parte de su día a día, y su conciencia, una sabia consejera que le susurraba tiernamente al oído «acaba con todo ya». No pude hacer más que compadecerme de ella y acercarme para socorrerla.
Al sentirme, se despertó sobresaltada y asustada, mirando de un lado a otro rezando para que nadie hubiera llegado a casa aún, no quería ser sorprendida por nadie que pudiera ver su pelo alborotado. Se levantó de la cama y se dirigió directamente hacía el cuarto de baño donde pudo verse reflejada en el espejo de la mampara de la bañera.
Su larga melena negro azabache danzaba al son del viento que entraba a través de la ventana de la estancia, su movimiento era hipnótico, como si fuera una obra de un ilusionista. Ésta, contrastaba con su tez blanquecina, cubierta por múltiples magulladuras y moratones que formaban el cuadro de su silueta; su cuerpo era realmente hermoso, siendo la sombra de lo que un tiempo atrás fue; resquebrajada como una copa de cristal, desangrándose por culpa de sus propias esquirlas.
Me fijé en sus preciosos ojos verdes, los cuales irónicamente buscaban los retazos de una esperanza ya perdida, sin brillo, sin vida, sin nada, acompañados por la curva que dibujaban sus labios tan descuidados, buscando desesperadamente escapar de su dueño. ¿Por qué acabaría en los brazos equivocados?
Pude ver como pequeñas joyas cristalinas brotaban de sus ojos, camuflándose entre el agua de la ducha derramada sobre su lastimado cuerpo.
Después de ducharse, agarró su albornoz y se dirigió directamente hacía el armario, donde el vestido que él le regaló anoche esperaba para cubrir sus heridas. Era un vestido rojo escarlata con una gran obertura en la espalda, la única zona que no había sido víctima de sus golpes; fue horrible saber que ese día, dejaría de serlo. Solo de imaginar su risa enfermiza, escalofríos la recorrían de la cabeza a los pies.
Aún recuerdo las frías noches donde su única compañía era yo. Siempre me hablaba, aunque no me viera. Me susurraba cosas preciosas al oído con su tímida voz, nunca alguien se había dirigido a mí de una manera similar: «Te quiero, te necesito dentro de mí, necesito sentirte en mis entrañas, rescatándome de seguir viviendo este tormento. Quiero abrazarte como una amiga, ya no sé cómo decírtelo, ven a mí».
Cuando me quise dar cuenta, oí unos pasos que se acercaban lentamente a la puerta de entrada. «Ya estoy en casa cariño» se escuchó desde el otro lado de la puerta, había vuelto del trabajo. Abrió la puerta sin problemas, mas no pudo llegar a desabrocharse el lazo de sus zapatos de cuero, su embriaguez se lo impedía.
Con dificultad, consiguió llegar a la habitación matrimonial, donde su sumisa esperaba tumbada en el colchón reluciente con el vestido rojo que él le regaló. Una sonrisa enfermiza se dibujó en su rostro, su satisfacción había llegado al summun cuando entró por la puerta.
Sin mediar palabra, empezó a golpear el rostro de su esclava y rasgó de cuajo el vestido, dejando al descubierto su vergüenza, sus mayores temores, sin piedad alguna. Seguidamente comenzó a propinar puñetazos que provocaban que su frágil cuerpo se quebrara por dentro; en la habitación, solo se escuchaban gritos mudos.
Rápidamente hicieron acto de presencia las acusaciones y los insultos: «¿Cómo puedes ser tan zorra para ponerte ese vestido?, ¿parece mentira que no sepas cual es el castigo?, eres mía, solo mía, y no dejaré que vayas vestida de esa manera para ser la calientapollas de la oficina. ¿Acaso es que no me quieres?, ¿has dejado de quererme?, si me quisieras no me harías estas cosas, ¿quién te va a querer tanto como yo?». Esto tan solo era el comienzo, nada comparado con lo que seguiría a continuación.
Seguidamente cogió el móvil de su mujer y revisó las conversaciones que tuvo la pasada noche, una rutina ya instaurada en la vivienda. Cuando descubrió una llamada al 092 reflejada en la pantalla, la ira le consumió por completo; pasó de ser una persona a ser una bestia.
Aquel joven encantador que se sentó a su lado el primer día de universidad, que clavo la mirada en sus pupilas y le rodeo con sus brazos, convirtiéndose en el escudo contra el resto del mundo, apoyándose en el lugar donde los latidos se encuentran, sonriendo, sumergidos en su propio caos, se convirtió en sus peores miedos, siendo la pesadilla de la mujer a la que algún día amó de verdad.
En el momento en el que empezó a propinarla puñetazos a diestra y siniestra decidí que era el momento de esperar a que acabase aquella escena infame, detestable y ruin. A lo largo de toda la historia había visto como personas inocentes me abrazaron por culpa de los intereses egoístas de los hombres, mas seguía sin soportar un acto tan deleznable como la agresión a una mujer desvalida.
Finalmente, después de media hora escuchando como el cabecero de la cama golpeaba periódicamente con la pared de la habitación entre gritos y gemidos ahogados, pude observar como aquel parásito salía de la habitación abrochándose los botones de sus pantalones para seguidamente lavarse las manos y curarse las heridas. A continuación cogió las llaves de su Audi y cerró la puerta con un sonoro portazo.
Aproveche ese momento para entrar en la habitación y presentar una escena llena de ternura. Mi querida compañera seguía tumbada sobre sabanas teñidas por el rojo de su sangre, pero no lloraba, ya no quedaban más lágrimas por derramar, tan solo sonreía, porque ella era consciente de que nadie nunca más borraría esa sonrisa de su rostro.
Intentó levantarse por su propio pie, pero era incapaz, sus piernas temblaban y no tenía las fuerzas suficientes como para caminar por sí misma. Entonces se apoyó en la mesilla de noche y cogió un folio en blanco acompañado por un bolígrafo de gel verde, y comenzó a escribir.
Cuando hubo terminado, me miró a los ojos y, valiente, me pidió que la abrazara, estaba lista parar morir. Me acerqué con pasos silenciosos y la abracé como una madre abraza a su hijo. Por fin pude sentir su piel suave cubierta de cenizas, gélida, fría, tan muerta:
― Tranquila querida, ya estás en un lugar mejor, he esperado este momento mucho tiempo, amiga.
― ¿Por qué noto el cansancio en mi espalda?, no lo puedo soportar. La presión me oprime y no puedo respirar.
― Cuando el temor nos invade, no existe ninguna otra salida, y tú querida, has sufrido demasiado. Pero ha llegado el momento de que te liberes de las cadenas que te tenían oprimida, toma mi mano y déjate llevar.
Cuando la joven dama tomó mi pálida mano, el ruido de un motor se oyó a través de la ventana, era él. Me acerqué a la ventana y pude ver como arrancaba su coche para dirigirse al lugar donde le conocí por primera vez. Me estaba esperando:
― Querida, he de reunirme con el hombre al que amaste, me está esperando cerca del río.
― Eso quiere decir…
― Exacto, he de partir.
― Pero… ¿Qué debo hacer?
― Seguir tu propio camino querida, llevas caminando toda tu vida, pero aún no has llegado a tu destino. Es tú labor encontrarlo. Estarás bien, siempre cuidaré de ti.
Rápidamente seguí la estela del coche y cuando se bajó del coche y se sentó en el banco, hice acto de presencia y me senté a su lado:
― Disculpe mujer, ¿se ha perdido?
― Creo que la única persona que se ha perdido eres tú o ¿acaso me equivoco? ―respondí.
― ¿Perdone? ¿Quién es usted?
― Oh, ¿acaso no me reconoces? Nos conocimos desde hace mucho tiempo.
― Le juro que no la he visto en mi vida ―su cara fue de asombro y desconcierto, me produjo una pequeña carcajada.
― Pensé que al verme recordarías a la mujer que te salvo la vida en este mismo lugar cuando tenías cinco años. Recuerdo que vine para buscar al niño juguetón y risueño que se estaba ahogando en las aguas de este rio. Si te soy sincera, es un lugar precioso para morir, un lugar de recreo, rodeado de naturaleza en un rio limpio sin restos de contaminación que puedan corromper su curso. Pero pensé que no era tu momento, que debía salvarte y eso hice. Pero ahora nos volvemos a encontrar en este mismo lugar.
― No… No puede ser… Eres tú.
― Sí, soy yo, la dama blanca que te salvó aquel día ―tenía una mirada atónita. Su cara se empalideció y sus piernas comenzaron a inquietarse.
― Y… ¿Por qué has venido a buscarme? ¿Voy a morir aquí? ―se levantó del banco y comenzó a buscar una vía de escape, sentía el miedo en sus entrañas.
― Eso solo es decisión tuya, tu conciencia sabe perfectamente lo que has estado haciendo este último año.
― Así que has venido por eso… Quieres que pague por lo que he hecho, ¿no?
― Yo no juzgo a nadie, tan solo te estoy esperando con los brazos abiertos para abrazarte, es lo que tú deseas en este momento ―en un segundo dejó de temblar al escuchar mis palabras. Sabía perfectamente lo que estaba pensando y caer en mis brazos, era una opción.
― Joder… porque todo ha acabado así, aún puedo volver a casa y arreglar las cosas ―lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro desamparado, sabía que todo lo que había hecho, era un error.
― Ya no está en casa, ella está siguiendo su camino.
― ¡No! No… No… ¿Por qué?
― Sabes perfectamente quien ha sido el causante de todo, tú decides cuál es tu camino a seguir.
― ¡Llévame contigo! ¡Quiero volver a oír su voz, volver sentir sus labios, que todo vuelva a ser como antes! ―cayó rendido en el suelo, postrado ante mí, rogándome que le llevara conmigo para volver a verla; pero eso no iba a pasar.
― Lo siento, pero tienes que encontrar tu propio camino, solamente podréis encontraros si vuestro amor vuelve a ser puro.
― ¡Prometo recuperarla! ¡Lo juro!
― Nunca ha sido tuya y nunca lo será, amigo.
Dicho esto, se levantó del suelo, se acercó a mi vera, y me abrazó. Un abrazo sincero, inocente como la mente de un niño, como aquel niño que salve en la orilla del rio.
― Debo encontrarme a mí mismo, amiga.
― Toma mi mano, yo te guiaré.
Me cogió de la mano y juntos nos adentramos en la espesura del bosque, cerniéndose una niebla blanca sobre nuestras cabezas, ocultándonos tras ella.
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