De torturador para torturadora

Como un bicho arrancado de ella, ella se calmó. Dejó de luchar, o tratar de que, en aquella silla, atada por unas correas de cuero. Lo que él le iba a hacer era impensable. Y ella, para el placer de él, iba a sentir todo lo acordado…

– Libera me. Deja que me vaya.

Él se rió -.

– ¿Crees que es lo que vas a conquistar tu libertad? No, primero hay que sufrir.

– Pero ¿por qué, por qué me haces esto? ¿

– ¿Crees en el amor? Esto es lo que tengo. Amor a la tortura.

– Déjame…

– Calla. A partir de ahora sólo quiero oír tus gritos…

– Hermosas uñas. Y si empezar por ahí? – Dijo Gregorio.

– No, déjame en paz… – Suplicó Estella. – Deja…

– Pero sólo ahora empezamos. – Dijo, mirando a las uñas de ella. – Y si las arrancássemos, una por una?… Eso es todo.

– No.

Pero de nada valía la Estella suplicar. Él no cedía. Una por una, inmersa en el dolor, se le hizo arrancar las uñas de la mano. Llegó a un punto en el que el choque del dolor era tanto que se desmayó. Sin sentir nada, soñó con su abuela. Había muerto a tantos años… Estaba hablando con ella cuando se despierta por un cubo de agua, que Gregorio le mandó arriba. Volvió su mirada hacia las manos y gritó de dolor.

– Porque me has hecho esto? – Preguntó Estella. – Porque me magoaste? Por qué no me matas, sólo?

– Porque puedo y quiero. Quiero más, quiero verte destruida.

– Eso no es amor, es odio. Porque me aborreces tanto?

– Porque sí. Porque puedo odiar-te y amarte. Te Amo cuando gritas á de dolor, me das caliente. Cuando desmaiaste sentí miedo de perder. Ahí sentí odio; no puedes morir tan fácilmente.

Mientras que Gregorio hablaba, Estella fijó en el cuchillo que llevaba en el cinturón. Si pudiera alcanzarla…

– Porque no te aproximas? – Dijo Estella. – Acércate a mí.

– Que quieres? – Preguntó Gregorio., riendo -. – ¿Quieres un beso?

Estella pensó un poco.

– Sí, quiero. Quiero sentir el sabor de tus labios, la sangre que transporta.

– ¿Quieres sentir la sangre? Yo puedo hacer esto…

– No, no me cortes! Sólo quiero sentir el sabor de tus labios…

Gregorio se acercó a Estella y se sentó.

– Aquí tienes…

Y besándose. Estella hizo que Gregorio se acercara más y más, hasta llegar a cuchillo. Así que ha logrado, mordió-o.

– Ah. Dijiste que no me morderias.

– Mentí. Sabes bien, tu sangre.

Aprovechando que está de espalda momentáneamente, se liberó de las hebillas que le apremiaban los pulsos. Cuando él se volvió hacia ella, estaba Estella a cortar las correas que le sujetaba las piernas.

– Ni pensar que vas a hacer eso. – Dijo Gregorio.

Trató de atacar a ella, pero Estella ha sido capaz de defenderse, golpearla en el pecho con el cuchillo.

– Tú pensabas que iba a ser fácil? No. Lo que me hiciste no se compara a lo que te voy a hacer. – Dijo Estella, mientras se libraba la última hebilla…

– Sabes cuánto me gusta la sangre humana? – Dijo Estella, riendo -. – Me encanta la sangre. Comencé a atacar a los bichos, animales de compañía, cuando pequeña. Nadie lo sabe, claro. Culparon al vecino de los actos. Lo que no sabían que era yo… Aquel chico sufrió por causa de esto. La discriminación, el rechazo, el aislamiento. Y allí estaba yo, sólo observando. Hasta el día que apareció muerto. Despedazado.

– Tú venciste-me… – se Quejó Gregorio.

– Y haré-te mucho más. – Dijo Estella.

– Lo que quieras que hagas, yo sobreviverei.

– Dudo. Te voy a sacar los órganos, uno por uno. Dudo que continues vivo por mucho tiempo. Por cierto, te debía cortar el cuello. Pero no, como tú me hiciste sufrir, te lo haré.

Encontró unas escaleras interiores. Comenzó a bajar las, con los órganos de Gregorio envueltos en un plástico. Ése es el edificio más parecía un antiguo matadero. Y, probablemente, era. Continuó bajando las escaleras hasta que vio una puerta al final de ellas. Con cuidado, abrió a. Era de día, el sol iba a la mitad de su trayectoria. Fue ahí que se dio cuenta. Estaba cubierta de sangre.

Si saliera ahora todos iban a notar en ella. No, tenía que esperar hasta que sea de noche. Lo que haría, sin embargo? No le de ganas de estar junto al cuerpo de Gregorio. Estaba con demasiado dolor para salir. El edificio era frío, a pesar del calor que hacía ahí. Pero no podía salir, no ahora.

Había pasado horas y la noche se acercaba. Estella temblaba de frío en el suelo, unida a la bolsa. De vez en cuando, observa la calle. ‘Pero que rayos, la luz nunca más se va?’, pensó Estella. Pensó en cerrar un poco los ojos…

Estella se despertó con el sonido de un gruñido. Era un perro, que venía por la correa de una persona sin hogar.

– Sé lo que hizo, muchacha. No tiene como escapar.

– No sé de qué habla… – Dijo Estella, medio ensonada.

– Cállate. Ya llamé a la policía.

Estella se levantó de repente.

– ¿Qué es lo que has dicho, velladas? Plumas que tengo miedo de ti y de tu Chihuahua? Yo tengo un cuchillo. Puedo ir a la cárcel, pero ustedes no se salvan.

Tal y como dijo esto, atacó el perro con el cuchillo. Cuando el dueño lo quiso defender, Estella le dio un empujón y lo hirió con el cuchillo. Estaba en esta lucha cuando la policía llegó. Pillaron en flagrante delito. Cuando intentaban sostiene que, la Estella se liberó y degolló el sin hogar.

– Menos basura en este mundo. – Dijo Estella.

Los policías nada pudieron hacer por el hombre. Sabiendo solas en aquel edificio, querían vengarse de Estella. La llevaron hasta el sitio donde había sido torturado. Y comenzaron…

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