UNA BALA PERDIDA
El viento sopla fuerte colándose por la ventana abierta y empuja las cortinas hacia dentro de la habitación, bailando al son de la brisa. El aire recorre su cuerpo desnudo y este le provoca un escalofrío. De pronto abre los ojos y mira hacia el lado derecho de la cama y ahí está él; su salto al vacío, el disparo sin balas en la recamará, su causa perdida, el filo de la navaja, la droga que engancha, la bomba a punto de detona. Pero esta vez no será así, está preparada para el juego, para salir ilesa del golpe y que no haya heridas que sanar, sabe que pieza le toca mover para vencer la partida esta vez.
Ella, con un mapa dibujado que le recorre el cuerpo a base de cicatrices de un pasado agrio, con arañazos en el alma que reflejan las huellas de una vida amarga. El, con mil marcas en la piel, grabadas a base de carmín, de besos con ansia, de lujuria, pasión desmedida y manos llenas de corazones rotos.
Sabe que no es distinta a las demás, no es la excepción que confirma la regla, no es su trago embriagador, tan solo una más, y que él no es intangible como un sueño, que no la hará volar, ni construir castillos en el aire, ni historias de un futuro feliz, no pasearán dados de la mano, ni siquiera habrá una segunda vez. No será más que un grano de arena en el desierto, una gota de agua en medio de un caparrón; será simplemente un recuerdo fugaz, que se esfumará como el humo de un cigarro de después. Pero ella es de jugar con fuego, quemarse la piel, caminar descalza sobre clavos ardiendo, de trepar sobre la cuerda que pende de un hilo para llegar a lo alto de la montaña, de bailar sobre pedacitos rotos de cristal. Sabía hacerse la dura, protegerse de los fantasmas oscuros, mostrar la intrepidez que se escondía bajo un corazón cubierto de parches, que con el tiempo se caerían. Pero a veces sentía estar cansada de fingir, de protagonizar ese baile de máscaras que ocultaban ser quien era de verdad, de balancearse sobre un péndulo, de besar ranas que la convirtieron en sapo. Pero a pesar de todo eso, ella había construido un muro de piedra infinito, una coraza indestructible, y sabía que nada pasaría si el la abandonaba, porque no tenía nada que perder, una vez que desapareciese no quedaría nada de él, pero si todo de ella.
Se despierta con su mirada atravesándole los ojos, unos ojos que no hablan de ella, tan profundos y oscuros que reflejan sus secretos más sombríos y misteriosos, pero en realidad a él le da igual, ha sido una noche que sumar a su repertorio, a su estante de trofeos en forma de cuerpos femeninos. «¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Clara. Una piel tersa, cara dulce, cabello rubio, labios carnosos que incitan a lo prohibido. Una más con quien liberar el lastre de un deseo incontrolable por su cuerpo, con quien quemar su ambición.» Piensa él. El claro reflejo de un hombre sin sentimientos con corazón de hielo, impermeable al amor, que salta de cama en cama, con si fuesen noches de amor de alquiler. Lo que mostraba un lado oculto de su vida, diablos escondidos, ¿Quizá una mujer que jugó con él? ¿Una dura infancia? ¿Un padre con adiciones? ¿Un abandono? Un puñado de viejas secuelas que probablemente hicieron mella en ese interior superficial que se ocultaba tras una fachada de tipo engreído amante del desenfreno.
Al quedarse sola sobre la cama no siente odio, ni resentimiento, ella sabe que no iba a quedarse y mucho menos a regresar, porque todo había acabado antes de empezar, cortó las falsas ilusiones y las esperanzas de raíz, dando rienda suelta al deseo y a los besos sin promesas, sin dejar que nada le llegase al corazón, pues los parches no aguantarían más heridas. Sabía que cuando saliese el sol tenía que despedirse, y destruir todo el rastro que habían dejado sus besos, borrón y cuenta nueva. Ella se repetía una y otra vez que era una persona fuerte, indestructible, que ninguna bala le volvería a atravesar el corazón, podía recordárselo a sí misma, gritarlo a los cuatro vientos, escribirlo en un papel o grabárselo en la piel, pero lo que de verdad importaba era que buscase en el fondo del corazón, debía abrir la caja recuerdos y recuperar los episodios de un pasado marcado, ahí era donde encontraría la fortaleza, la fuerza interior, lo que le haría recordar su expediente marcado por desilusiones pasadas . Son aquellos los hechos que le cambiaron la vida, y la que le hacían ser ahora una mujer de hierro, al menos de fachada, porque allí en lo más profundo de su ser albergaba la esperanza de que algún día apareciese alguien que arrojase sus miedos al fondo del mar, que convirtiese sus flaquezas en valentía y sus sueños en algo por lo que luchar.
La puerta se cierra a su espalda y se disipan en el aire los besos perdidos en cada rincón de la piel, los susurros al oído, las respiraciones agitadas, las manos entrelazadas, cada roce entre los cuerpos, la risa y la prisa, esa por deshacerse de cada pieza de ropa que cubría su delicado cuerpo, las miradas de pasión, lujuria o simplemente avaricia, el hambre, las ganas. Y de pronto el viento da paso a la calma, a un silencio indestructible donde solo quedan las promesas congeladas, los supervivientes de un náufrago, el frio invierno, la soledad, una cama vacía donde queda impregnado el olor de una noche con sabor a despedida. Pero tras todo ese silencio queda la chica de la sonrisa eterna, la que no teme a la oscuridad de los monstros, ni le asustan los precipicios, a quien ya nada le rompe la vida en pedazos, ni tiene cuentas pendientes en el alma; ahí donde acaban las balas perdidas.
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