Después de tres horas de viaje sentí la brisa del mar rozando mi cara; estábamos cerca de la playa. Poco después nos encontrábamos en un pequeño pueblo de la costa valenciana llamado Canet D´en Berenguer. Parecía ser un pueblo precioso, pequeñito y perfecto para familias. El paseo marítimo se extendía hasta más allá del puerto, donde comimos en un restaurante llamado El Sarao y probé el mejor Fidegua que he comido jamás. El día era perfecto, el cielo estaba completamente descapotado, hacia hasta calor, por eso Rocío se había animado a quedarse en bikini por la parte de arriba, cosa que yo ni había pensado en traerme. Después de comer paseamos por el paseo marítimo mientras comíamos un helado del Mar Blau, una famosa heladería artesana, y visitábamos los pequeños puestos que daban vida al paseo; puestos de tatuadores de henna y trenzas, bisutería, juguetes de madera, otro de creps y gofres de chocolate…Cuando la playa se hubo despejado nos animamos a pasear descalzos por la arena.

–Chicos, ¿os hace un chapuzón? –Gritó Hugo mientras cogía a su chica en brazos y esta se revolvía.

–Yo no he traído bañador–Contesté mientras dirigía la mirada a Mario.

–Yo me quedo con la aburrida, id vosotros, tortolitos.

–Ey! Yo no soy ninguna aburrida, es verdad que no he traído nada,

–¿Desde cuándo es eso un impedimento? No te he dicho que te bañes desnuda.

–No voy a quedarme en ropa interior, que sé que lo estás deseando…–Le miré alzando las cejas.

–Aburrida.

–Imbécil.

–¿Siempre eres así?

–¿Así como? –Le pregunté extrañada.

–No sé, parece que nunca te dejas llevar, ni te diviertes, como si te diera vergüenza…

–Eso no es verdad, claro que me divierto–El me miró sin terminar de creérselo del todo y nos sentamos en la arena con los gritos de Rocío y Hugo de fondo, que jugaban alejados de la orilla.

Y por una vez en la vida le daba la razón a él, y es que siempre vivía sin traspasar los límites, estableciéndome mis propios parámetros de lo permitido. A veces creía que era demasiado responsable, algunos pensaban que lo era tanto que era una amargada, y me gustaría volver a mi yo del pasado y decirme a mí misma que eso de madurar es de amargadas, que dejase de hacer todas esas cosas de doña perfecta que en realidad eran un coñazo, como las listas infinitas que llenaban mi agenda rosa; lista de la compra, lista de cosas que me hacen falta, programación horaria de cada día de la semana, de la mascarilla que me tocaba aplicar, el nuevo entrenamiento que tenía que probar…y así una lista interminable de cosas por hacer. Me gustaría poder dejarme llevar por los momentos, dejar a la incertidumbre llevar las riendas de mi vida, dejar de organizarme tanto la vida con todos esos calendarios y listas de todo tipo de cosas que tenía por casa, y de repetirme a mí misma que me vaya pronto a dormir, que al día siguiente hay que trabajar. Me pasaba la vida preocupándome de que todas mis acciones vitales estuviesen organizadas, programando casi hasta las horas de ir al baño. Estaba harta, de preocuparme solo de lo exterior, de pasarme la vida yendo a sitios que no me gustaban por satisfacer a terceros, comiendo cosas que ni siquiera sabía pronunciar para ser una Fit Girl. Me había convertido en una vieja, ahora entiendo la cara de Roci cuando apareció una tarde en mi casa y me vio con el delantal viejo de mi abuela Julia y el pelo recogido en una pinza enharinando albóndigas para un regimiento.

–¿En qué momento te has convertido en la abuela croquetas? –Me dijo mirándome de manera extraña.

Pero Mario me hizo deshacerme de todo aquello que me tenía asqueada, me hizo darles la patada a mis listas, mandar a la mierda a las chicas del bufete con sus comidas sanas y dietas macrobióticas, a mi entrenador personal, mandar a la mierda los prejuicios, las autocriticas, los llantos diarios al ver que el espejo no me devolvía el reflejo de un cuerpo como el de las chicas de la revista Elle que leía cada semana. Me enseñó a vivir al día, a saborear cada momento, y a nunca arrepentirme de haber hecho algo, sino de no haberlo hecho.

Ni siquiera nos dimos cuenta de que había anochecido, nos habíamos comido la tarde entre charlas, entre conversaciones espontaneas, como lo era todo con él; sencillo, dócil, fácil. Las palabras flotaban entre nosotros, nos contamos la vida sin siquiera pretenderlo, me enseñó a dibujar deseos en la arena, a soñar son los ojos abiertos y a liberarme de todos los lastres que cargaba a mi espalda para poder flotar. Me enseñó a interpretar la vida con cada una de las señales que nos manda, porque él no creía en las casualidades, para el todo tenía un por qué.

Me sentía embriagada de felicidad, como si hubiese descubierto un nuevo mundo, quizá siempre había estado ahí, pero todas las capas de vidas ajenas de las que yo asumía responsabilidad no me dejaban ver lo bonito que era.

–¿Sabes?, a veces nuestros sueños son como las huellas en la arena, recorres un camino por el que vas dejando tu rastro, tus inquietudes, tus deseos, los pasos que das para llegar a la meta que quieres alcanzar. Es algo así como la historia de tu vida–Me explicaba con el ceño fruncido mientras miraba al horizonte. –Pero de pronto la marea sube, el mar agita con fuerza, y las olas arrasan con todo aquello que habías deseado, todo el camino recorrido se deshace, tus sueños se esfuman, y tienes que volver a empezar, así una y otra vez. –Se giró y me agarró de la mano. — Pero hay un remedio contra eso, como cuando soplas las velas de la tarta de cumpleaños y pides un deseo solo para ti, sin compartirlo con el resto, porque a veces tus sueños se ven pisoteados por el resto del mundo, y a lo mejor es mejor que los guardes solo para ti, así nadie puede arruinarlo. Debes creer en ti, sin pensar que eres demasiado ambicioso o que quizá sea algo utópico. ¿qué más da lo que los demás piensen? Tú sueña, vive, crea tus propias fantasías. –Tomó mi dedo índice y comenzó a dibujar en la arena. –¿Has oído alguna vez eso de escribir una carta a alguien que ya no está con todo aquello que te quedaba por decirle y lanzarla al viento quemándola? Bueno, es parte de una peli, pero esto es algo parecido. –Yo negué con la cabeza y el comenzó a trazar letras que no conseguí distinguir hasta que hubo acabado: VIVE UN SUEÑO. –Le miré a los ojos y sonreí, por un instante ese momento se congelo, capturando nuestras miradas en una sola, dejándome hipnotizar por sus ojos, y por el tacto de su mano sobre la mía.

–Es bonito, pero suena triste. –Le dije encogiéndome de hombros.

–No lo es, es la forma de darte lo que mereces, de no dejar que nadie te arrebate tus sueños, de que cuando nadie crea en ti tu misma seas suficiente para lograrlo. –Volvió a tomar mi mano y cubrió de arena las letras que había escrito. –No dejes que el mar se lleve consigo tus sueños, se tú la que lleve las riendas de su vida, escribe tus sueños y entiérralos en la arena, antes de que las olas te los arrebaten.

En ese momento sentí un extraño hormigueo, lo miré emocionada y me enamoré de sus palabras que para mí eran poesía, me enamoré de su forma de vida, de la luz de su sonrisa. Y miles de palabras y sentimientos se quedaron en mi garganta pidiendo a gritos salir. Para gritarle que me encantaba, que me gustaría gritar al mundo que le comería a besos. Gritar que estaba loca. Cogerle de la mano y huir. ¿Cómo podía ser que en tan poco tiempo me volviese tan irracional? Apenas lo conocía y sentía que todo iba a acabar antes de comenzar, me daba miedo acercarme a él, y a la vez existía entre nosotros un magnetismo inexplicable que me unía a él, y me hacía perder el control.

Y es que todo era tan fácil de creer a su lado, las complicaciones se esfumaron, y los problemas se los llevó el mar, lejos, allá por donde se esconde el sol.

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