En cuanto abrí la puerta del coche inhalé una refrescante bocanada de aire. El aire allí era mucho más fresco. Anduvimos un par de kilómetros antes de llegar a una pequeña pradera próxima a un riachuelo que se encontraba bajo la agradable sombra de unos altos árboles.

Mis amigos enseguida cayeron dormidos tras tumbarse en la hierba, pero yo no quería rendirme al sueño.

Quería disfrutar de aquel lugar. El aire acariciaba mis mejillas y alborotaba ligeramente mi cabello, oía su paso entre las hojas de los árboles, acompañado del rítmico sonido del agua al caer,…Había descubierto el sonido de una cascada que parecía estar cerca.

Tardé un poco en encontrarla, no era como imaginaba. Estaba escondida tras una cortina de hojas y apenas quedaba bañada por la luz del sol. La cascada no era muy grande, pero si lo suficiente para crear un remanso en el que poder darse un chapuzón.

Me quité la ropa sin miedo a ser descubierta, pues parecía que ese lugar aún no había sido explorado, y me sumergí. El agua era totalmente transparente y podía ver el fondo cubierto por una capa de pequeñas piedras.

Me senté en la orilla y quedé hechizada viendo el agua caer. Siempre había tenido curiosidad por saber que había al otro lado, y aquel parecía un buen momento para averiguarlo.

Nadé hasta la cascada y me detuve frente a ella. Primero traspasé la cortina de agua con la mano para asegurarme de que no hubiera roca detrás. Mi mano no alcanzó a tocar nada, pero sí noté una ligera brisa, eso me extrañó. Aun así, cerré los ojos y crucé. Cuando los abrí, creí tener una alucinación.

Detrás de aquella cascada había otro mundo. Podría haber pensado que la cascada llevaba a otro lugar de la montaña, pero allí estaba amaneciendo.

No fue solo la evidencia del sol lo que me llevó a concluir que no me encontraba en mi mundo. La amplia gama de colores y formas de las frutas y flores no tenía nada que ver con la realidad. Todo aquello no existía en mi mundo. Algunos animalillos se acercaron con curiosidad, pero ninguno de ellos guardaba semejanza alguna con los que conocía.

Aún sin moverme del sitio eché la vista atrás y ahí seguía la cascada. Podía regresar si lo deseaba, pero sentía curiosidad por aquello que acababa de hallar. Tenía que ser la primera persona que se adentraba en este mundo. Salí de esa pequeña cueva y descubrí que la temperatura era perfecta, no sabría describirlo. A pesar de encontrarme empapada de pies a cabeza y de la brisa, no sentía frío, pero tampoco calor.

Me adentré en aquel nuevo mundo y pensé en gritar por si alguien respondía, pero hubiera sido una estupidez. Si alguien hubiera estado allí antes, aquello estaría ahora mismo plagado de turistas o científicos en busca de alguna explicación. Habrían destrozado todo y el suelo hubiera estado plagado de basura, en vez de lo que era: una suave alfombra de flores con infinidad de colores.

Avanzaba fijándome en cada nuevo árbol que veía o cada nuevo animal con el que topaba. Al cabo de un rato llegué a la conclusión de que cada árbol era completamente único y diferente a los demás. Cada flor o fruta poseía una embriagadora fragancia que excitaba cada uno mis sentidos. Simplemente, en aquel rincón todo era perfecto.

Tenía la sensación de que había pasado bastante tiempo andando, aunque el sol seguía en la misma posición, como si aún no hubiera terminado de amanecer. Paré un rato a descansar y pensé que aquellas frutas debían estar deliciosas, así que cogí una. Nada más rozar mis labios comprobé que su aroma no hacía justicia a su sabor. Disfruté de aquel glorioso manjar deleitándome a cada mordisco que daba.

Era todo tan agradable, me sentía tan a gusto que me acurruqué a los pies del árbol para dormir un poco. El sueño se apoderó de mí fácilmente, pero al cabo de un rato algo comenzó a despertarme, y lo primero que pensé fue que todo aquel mundo único y perfecto había sido un sueño. Pero cuando abrí un poco los ojos descubrí que seguía bajo el mismo árbol. Sacudí un poco la cabeza, pero recordé que algo me había despertado. Alcé la vista del suelo lentamente con miedo de lo que pudiera encontrarme. Descubrí unos pies descalzos, posiblemente de un hombre. El pánico se apoderó de mí y, sin pensarlo, eché a correr en dirección contraria.

-¡Espera! No solemos tener muchas visitas – gritó.

Paré en seco. Acababa de decir ‘solemos’, ¿había más personas? Eso era imposible, no había visto a nadie.

Me giré lentamente con la mirada fija en el suelo buscando sus pies. Fui levantando la vista y me arrepentí de no haber empezado por su cara primero: estaba completamente desnudo. No era una imagen desagradable, pero por cortesía busqué su cara. Era de tez morena, unos ojos azul gélido encantadores y el pelo rubio alborotado que adornaba su rostro.

Se cruzó de brazos y mostró una sonrisa torcida con aires de superioridad, seguramente porque ya me habría sonrojado.

-¿Cómo te llamas?- preguntó con la voz algo ronca.

-Me llamo Laura- había sonado más temblorosa de lo que pretendía.

– Un nombre precioso, yo me llamo Alex – dijo con una sonrisa.

Miré al suelo avergonzada y pregunté.- ¿Por qué estás desnudo?

– Tú tampoco llevas mucha ropa- respondió. Mi cara se tornó aún más roja si era posible.

Justo en ese momento me percaté de la situación: estaba en ropa interior frente a un extraño, que estaba completamente desnudo, en un mundo que desconocía. Aquello era de locos, no tenía sentido. Seguramente me había dado un golpe en la cabeza y todo aquello era un sueño.

-¿Qué es este mundo?-pregunté-¿Y por qué es todo tan perfecto?

-Gracias- dijo guiñándome un ojo ¿En serio aquella había sido su respuesta? No podía creer que fuera tan descarado. Sin mediar palabra di media vuelta decidida a deshacer el camino y alejarme de allí. No tenía por qué soportarlo.

-¡Espera! ¡Espera! Lo siento, era una broma ¿vale? Hace mucho tiempo que no veo a una…hace mucho que no veo a nadie. Venga, acompáñame y te contaré lo que quieras.

No tenía nada que perder, y sí mucha curiosidad por escuchar lo que tenía que decir sobre aquel lugar.

-Está bien- le dije- iré contigo a cambio de contarme todo lo que sepas-. Sonrió complacido por mi respuesta.

-Llegué cuando tenía 24 años, no sé cuántos tengo ahora. Por si no te has dado cuenta, aquí el tiempo pasa muy despacio. Pero al igual que el tiempo pasa muy despacio, se envejece muy despacio.

-¿Cuántos sois?- pregunté.

– No somos un número fijo- respondió él – Algunos entran y se quedan, pero otros terminan por regresar a su hogar.

-¿Y tú por qué no regresaste?

-No tengo a nadie que me espere al otro lado.

Seguimos hablando y caminando, no sabría decir durante cuanto tiempo. Cada vez había más árboles formando un denso bosque que parecía sacado de un cuento de hadas. Seguimos adentrándonos en la espesura hasta llegar a un pequeño claro. En el centro había una laguna, y cerca de ella un hombre de mediana edad pintando con piedras sobre una tabla de madera. Al menos él tenía la decencia de vestir una especie de túnica, al contrario que mi nuevo amigo. Tenía una larga melena gris recogida en una trenza. Sus ojos transmitían felicidad, paz, sabiduría, y revelaban una mayor edad de la que aparentaba.

-Buenos días Andrew – le saludo Alex – he venido con una amiga que anda buscando algunas respuestas.

-Como todo aquel que cruza- con una amplia sonrisa me invitó a que tomara asiento a su lado – Cuéntame, ¿qué quieres saber?

-¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?

-Un mundo alejado de toda civilización, y siempre ha sido así.

-Pero, ¿Cómo? ¿Por qué? – pregunté intrigada. Pero él me respondió con otra pregunta.

-¿Qué estabas haciendo cuando cruzaste? – No entendí muy bien la finalidad de su cuestión.

– Estaba en la montaña, descansando.

– Pues por eso mismo estás aquí-. Lo dijo como si su respuesta fuera la clave de todas mis incógnitas.

Aquello era demasiado irreal. Carecía de sentido completamente. Pero decidí ignorar mi parte racional un poco más, y conseguir algunas respuestas.

-¿Nadie ha intentado nunca decirle a alguien que existe algo así?

– ¿Por qué iba nadie a hacer eso? – me miraba confundido, como si hubiera dicho un disparate.

-Alex me dijo antes que había más personas, ¿dónde están los demás? – pregunté cambiando de tema.

-Es cierto que hay más como nosotros por aquí– respondió Andrew – este mundo es muy grande y muchos no llegamos a vernos. ¿Qué sentido tendría salir de un lugar superpoblado para ir a otro igual?

Quedé un rato en silencio intentando asimilar todo aquello, pero Andrew parecía preocupado por algo.

-Jovencita, ¿venías con alguien más a la montaña?

-Sí, con unos amigos, ¿por qué?

-¿Hace mucho que llegaste?

-No estoy muy segura, cuando llegué aquí estaba amaneciendo.- Miré al cielo y el sol ya estaba en lo alto del firmamento, debía ser medio día.

-Ya sabes que el tiempo transcurre más despacio aquí – dijo Andrew – yo en tu lugar me daría prisa en regresar, si es lo que deseas.

-Tranquila, yo te acompañaré – me dijo Alex – No creo que seas capaz de recordar el camino de vuelta.

Asentí con la cabeza y me despedí de Andrew con un gesto de la mano.

Me di cuenta de que no volvíamos por el mismo camino, pero enseguida descubrí porqué. Llegamos a una llanura en la que estaban pastando unos animales a los que podría comparar con caballos.

-Vamos a usar un medio de transporte más rápido – me guiñó un ojo y antes de que pudiera quejarme, me cogió de la cintura y me subió encima de uno de esos enormes animales. Él se sentó detrás de mí y le susurró algo al animal que no alcancé a escuchar.

Había sentido miedo por montar aquel extraño animal, pero estaba siendo una experiencia increíble. Sentía como la adrenalina recorría cada fibra de mi cuerpo y no quería que esa sensación acabara.

No podía ser un sueño porque mi imaginación no solía tratarme tan bien.

Llegamos enseguida a la cascada, y Alex me ayudó a bajar del animal.

-¿Por qué los animales de este mundo se acercan a nosotros sin miedo? – le pregunté.

-No están acostumbrados a los humanos. Quiero decir, que aquí ni los cazamos ni los maltratamos, así que no tienen motivos para temernos.

Surgió uno de esos incómodos silencios que tanto detestaba. Sabía que tenía que irme, aunque todo aquello comenzaba a gustarme. Bajé la cabeza y desvié la mirada para evitar la suya decidida a marcharme.

– Tengo que volver, no quiero que mis amigos me echen en falta.

No podía seguir hablando con él, así que di media vuelta y antes de cambiar de opinión crucé la cascada.

Estaba oscuro, no solo porque fuera de noche. Toda aquella sensación de felicidad, paz, armonía,… se había ido al cruzar la cascada. Fue una vuelta a la realidad muy brusca, y echaba de menos esas sensaciones.

En medio de aquel lapsus mental y emocional escuché unas voces que gritaban mi nombre, seguramente mis amigos. Sentía que algo tiraba de mí, como si de un sueño se tratara.

-¡Laura! ¿Dónde estabas? Estás empapada.

-Lo siento, perdí la noción del tiempo. Estaba dándome un baño y debí quedarme dormida. ¿Cuánto llevo aquí? ¿dos horas…tres?

-Llevas desaparecida más de dos días y no hemos parado de buscarte. Te habrás dado algún golpe en la cabeza, voy a avisar a los demás – se marchó casi corriendo.

Me quedé allí sin moverme, ajena a la realidad y con la mente en otro mundo. Ya no sentía que perteneciese a aquel lugar. Resultaba muy tentador volver a cruzar esa cascada.

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