Me encontraba de pie en lo alto aquella pequeña colina observando el mar, como tantas otras veces había hecho. El viento mecía mi pelo, consiguiendo que un escalofrío atravesara toda mi espalda. Esa mañana el sol no brillaba en el cielo, como si supiera lo que se avecinaba. En su lugar, unas nubes negras que avecinaban tormenta, acechaban en el cielo. No era el mejor día para adentrarse en el mar ni con la mejor de las embarcaciones, y sin embargo, medio pueblo estaba en el puerto metiendo sus escasas pertenencias en sus botes. Los más ricos del pueblo tenían barcos grandes, con imponentes velas. Eran los que tenían más probabilidades de sobrevivir aquella noche a la tormenta. Casi todos los que decían adiós a la costa, en sus pequeños botes, y al pueblo en el que habían vivido durante tantos años felizmente, eran conscientes de sus pocas posibilidades, sin embargo la idea de quedarse allí y enfrentarse a lo que venía, era mucho más aterradora e intimidante que la muerte. Hacía solo una hora que la gente había empezado a partir, y el mar ya estaba lleno de embarcaciones de diferentes tamaños. Algunas ya eran solo pequeños puntos en el horizonte.

En una de ellas, iba mi mejor amigo Dani. No pertenecía a una de las familias más ricas y sin embargo iba en una de las mejores embarcaciones, ya que sus padres servían desde siempre a la familia más adinerada del pueblo, los Waitfor. Eso nunca había sido ningún lujo, ya que trabajaban mucho y les pagaban una miseria, pero ahora la suerte se había puesto de su parte, ya que la partida de los señores Waitfor del pueblo les había brindado a ellos también un billete hacia la salvación. Con los prismáticos que mi padre me había regalado hacía tiempo, pude ver como Dani me decía adiós con la mano. Nos habíamos despedido la noche anterior con la promesa de que ninguno de los dos lloraría, y nos volveríamos a ver pronto, sin embargo los dos sabíamos que ninguna de las dos cosas iban a ser cumplidas. Se iba de mi lado la única persona que había conseguido entenderme con tan solo una mirada, de todo el pueblo. Ni siquiera mi familia entendía mi forma de ser. Bueno nadie, excepto mi padre, con el que compartía el gusto por la lectura, la naturaleza y los animales. Por desgracia, había fallecido hacía un par de años a causa de una fuerte neumonía de la que no se había conseguido recuperar. Desde entonces mi madre no había levantado cabeza, y el médico del pueblo le había diagnosticado depresión. Así que yo, había empezado a trabajar por las mañanas en la librería del pueblo, ayudando al señor Stone, y en la farmacia por las tardes, colocando las nuevas mercancías. Lo había tenido que hacer para poder mantener a mi madre y a mi hermana pequeña. Así podía pagar todas las facturas, las medicinas de mi madre y las deudas que había dejado mi padre al morir. Nos costaba llegar a fin de mes, pero me las arreglaba como podía, preparando comidas baratas y que llenaran lo más posible. Lo que menos comíamos era carne, ya que eso era un lujo que pocas veces nos podíamos permitir. De esta manera, al trabajar durante todo el día, me había visto obligada a ponerme a estudiar por las noches para no tener que dejarlo. Había pasado así, a dormir unas cinco horas diarias como mucho, y como era yo la que lo hacía todo en casa, pues mi madre a penas se levantaba de la cama, y mi hermana se había vuelto un ser frívolo que solo se preocupaba de su apariencia externa y de cómo ligar con los chicos del pueblo, acababa los días tremendamente exhausta. Aún así, había conseguido ir tirando durante estos dos años, me había acostumbrado bastante, hasta el día de hoy. La noticia de que el ejército iba a tomar el pueblo por la fuerza e iba a matar sin piedad a quien se cruzara en su camino, me había dejado totalmente estupefacta. No había nada que yo pudiera hacer para poner a mi familia a salvo. Daba igual que hubiera trabajado sin descanso, esto no dependía de mí. No teníamos ni siquiera un bote para poder intentar huir, y que al menos, en el peor de los casos, fuera el mar, y no un hombre con un arma, quien nos sumergiera en ese profundo y eterno sueño. En los últimos días, había intentado intercambiar dinero a cambio de tres plazas en alguna de las embarcaciones, pero nadie había accedido a hacerlo. Algunos alegaban no tener suficiente espacio, otros no necesitaban el dinero y preferían una mayor comodidad, y el resto no se llevaba bien con mi madre, ya que esta había estado envuelta en algunos altercados violentos al morir mi padre, y la gente le había cogido miedo, pues decían que tenía dentro el demonio. Así, quedaba menos de un día para que el ejército tomara el pueblo y yo estaba sin ningún plan de huida. Justo en ese momento, un rayo cubrió el horizonte, y la primera gota cayó sobre mi nariz. Cogí la bici, y me alejé de la colina lo más rápido que pude. En menos de diez minutos ya estaba en casa, sin embargo, ya me había dado tiempo a empaparme, pues fuera ya llovía de forma violenta. Una parte de mi estaba muy preocupada por la gente del pueblo que se encontraba en el mar en estos momentos, seguramente intentado sacar el agua de sus botes, y la otra, estaba preocupada por nosotras. Por mucho que quisiera encontrar una solución, era incapaz. Por el contrario, mi madre y mi hermana no parecían tener la misma preocupación. Mientras que la primera se encontraba tumbada en el sillón, con la mirada perdida, la otra se estaba quejando de que los vecinos se hubieran ido, pues no tenía wifi. Ante ese panorama decidí irme a mi cuarto a leer un poco, con la esperanza de que eso consiguiera animarme algo. Estaba en ese momento sumergida en la impresionante historia de amor entre Elizabeth Bennet y Mr Darcy. Lo había leído cien mil veces, y sin embargo, seguía cautivándome cada una de sus palabras. El hecho de que dos personas se amaran lo suficiente como para estar por encima de cualquier convencionalismo social o clase, era inimaginable hasta para un pueblo pequeño como el mío, pero supongo que por eso mismo me gustaba tanto, era un pequeño rayo de luz sobre un cielo de ceniza.

Cuando me desperté, estaba recostada sobre la mesa, con el libro abierto. Había dejado un hilillo de babas sobre una de las páginas. Cogí un pañuelo y lo limpié con esmero. Fue entonces cuando me di cuenta de que la ventana estaba abierta. Ya estaba oscuro afuera y seguía lloviendo. No recordaba haberla dejado abierta y era muy raro, ya que estábamos en enero y yo era tremendamente friolera. Me dispuse a cerrarla, cuando vi que una luz se movía fuera entre los arbustos. Era un brillo tenue, que enseguida se apagó. Cerré la ventana y me fui a meter en la cama, a sabiendas de que era la última noche que lo haría. Justo en ese momento, oí como algo chocaba contra la ventana haciendo un ligero ruido, por lo que me levanté de la cama y volví a abrir la ventana. En ese momento vi como la luz que había visto antes entre los arbustos, se movía ahora por el jardín. Decidí entonces ponerme el abrigo y bajar a ver de que se trataba.

Al llegar a la puerta, vi como la luz se encontraba ahora en la verja de fuera. Cogí un paraguas, me puse las botas y salí corriendo fuera. Nada más moverme, la luz se desplazó otros cuantos metros. Parecía como si quisiera que la siguiera. Entre la lluvia y la escasas luces que iluminaban la calle, me costaba mucho ver dónde pisaba y por dónde iba, por lo que me llené el pijama y las botas de barro, y estuve a punto de resbalarme y caer al suelo un par de veces. Tuve que bajar a la playa, donde el mar, enfurecido por la tormenta, se había comido casi toda la arena. Al fin, vi como la luz se había parado a lo lejos. Cuando llegué, me di cuenta de que se trataba de una cueva. No me sonaba haberla visto nunca, y era raro, porque era un pueblo pequeño. Me pensé dos veces si debía entrar, pero entonces vi como la luz brillaba dentro de la cueva, y la curiosidad pudo al miedo y la sensatez. No había dado nada más que un par de pasos, cuando me resbalé, y empecé a caer por lo que parecía un tobogán. Al llegar abajo, caí sobre un manto de arena blanca. La cueva estaba iluminada por un centenar de luciérnagas que más bien parecían estrellas, y entonces comprendí cuál era la procedencia de aquella luz que me había guiado todo el camino. Era un lugar mágico, que de alguna manera, había permanecido oculto todo este tiempo. Entonces, me empecé a plantear que quizás seguía dormida en mi habitación o me había resbalado por el camino y me había dado un golpe en la cabeza, quedándome inconsciente en el suelo. En cualquier caso, aquello tenía que ser fruto de mi imaginación. Era la única explicación. Además, seguía sin entender por qué la luz me había guiado hasta allí. En ese momento, una voz grave me sacó de mis cavilaciones.

-¿Se puede saber que haces tú aquí? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

-Eee… lo siento…yyo… esto…Una luz de esas me ha traído hasta aquí. Yo estaba en mi casa tan tranquila… Si me dice dónde está la salida me iré encantada…

-La he traído yo Chris- dijo una vocecilla entre susurros- no tenía dónde ir. La llevo observando mucho tiempo y creo que nos sería de utilidad. Creo que es un desperdicio que muera mañana…

-Ese no es nuestro problema. Te digo siempre que no podemos ir rescatando gente, solo porque te den pena- la voz masculina parecía tremendamente cabreada, sin embargo, hablaban en un tono lo suficientemente bajo como para que me costara entender lo que estaban diciendo.

-Te prometo que es la última, y que no te vas a arrepentir…

-Siempre dices lo mismo y siempre me arrepiento- parecía que escupía cada palabra que decía- pero está bien, ya que nos ha visto, habrá que llevársela.

Estaba intentado buscar una salida, pero parecía que no la había. Delante de la arena, había agua de mar, sin embargo, esta se encontraba totalmente tranquila. No había escapatoria a la vista.

-Puedes venir con nosotros- dijo la voz grave, esta vez más fuerte, dirigiéndose a mí.

-¿Ir dónde? No puedo ir a ningún sitio. He dejado a mi madre y a mi hermana en casa. No me iré sin ellas. Si me deja que vaya a avisarlas, no tardaremos.

-NO- gritó- No vendrá más gente. Tú te vienes. No era una invitación, ni una opción, sino una orden. Nos has descubierto y ya no tienes elección. Es tarde para tu madre y tu hermana- dijo un poco más suave como con pesadumbre.

-De eso nada, me niego a abandonarlas. Mañana llegará el ejército y las matará. ¿Es que no tienes piedad?- ahora la que gritaba era yo. Las lágrimas corrían por mi cara sin control.

-Ya sabes lo que hacer… no pienso discutir con ella más. No hay tiempo, hay que irse- volvió a decir en susurros a la lucecilla que estaba a su lado.

En ese momento sentí como un profundo sueño se apoderaba de mí sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Noté como mi cuerpo se desplomaba, y entonces antes de que cayera al suelo, unos fríos y rígidos brazos me cogieron. A partir de ahí, todo se volvió negro.

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