Nunca había pensado que mi vida pudiera cambiar así. Lo único que me separa de ellos es esa puerta de madera, la cual no creo que tarde mucho en caer. Aquí estoy, encerrada, en lo que parece el cuarto de juegos de unos niños únicamente con un cuchillo como arma y sin saber cuántos de ellos hay al otro lado. Hoy parece que no es mi día.

Mi nombre, no tiene mucha importancia, solo decir que hoy era mi primer día como residente en el hospital, por lo que había llegado con tiempo de sobra para cambiarme y saber dónde iba a empezar. Mis primeras horas fueron en pediatría, un infierno para mí pues no me gustan para nada los niños, pero intenté disimular cuanto pude y entonces entró una madre histérica gritando y zarandeando a su hijo; yo lo vi todo desde lejos, como enfermeras y un médico intentaban tranquilizarla, lo que si llegué a escuchar claramente fue como la madre no dejaba de gritar que a su hijo lo había mordido algún animal en el parque. Le arrebataron al niño de los brazos para examinarlo y antes de poder saber que sucedía, los gritos de la enfermera me hicieron dejar mi trabajo.

Salí de la zona de neonatos al pasillo y no sé si fue la mejor idea de todas. Al abrir la puerta, lo primero que mis ojos vieron fue como un niño de unos diez u once años repleto de sangre terminaba de morder el antebrazo a la enfermera, que no dejaba de chillar de dolor. En esos segundos sentí un pánico terrible y a la vez una sensación de bienestar, como si estuviera viviendo lo que en tantas películas y series, un apocalipsis zombi en la vida real.

Entré nuevamente para salir fuera de su alcance y poder tranquilizarme, no era capaz de asimilar lo que había presenciado hacía unos segundos. Respiré varias veces, cerré los ojos y no dejé de repetirme que tenía que actuar rápido y salir cuanto antes. Al mirar por las ventanas, en el pasillo reinaba el caos, ahora la enfermera se había convertido, en menos de dos minutos estaba corriendo e intentando morder a todos los que iban a detenerla, hasta que el guardia de seguridad le pegó un tiro. Su cráneo golpeo en la ventana, lo que me dejó una vista muy particular de sus sesos, pero lo que nadie esperaba es que la sangre salpicara al guardia. Una única gota le dio en el ojo, y en cuestión de segundos se llevó las manos a la cabeza y no dejó de golpearse contra las paredes, de repente se detuvo, me miró y se abalanzó sobre la cristalera.

Retrocedí, tropezándome con una de las cunas vacías, me levanté precipitadamente y salí por la puerta que conducía a cuidados intensivos, sabía que no iba a poder escapar, pero ganaría algo de tiempo para pensar.

Bloquee la puerta lo mejor que pude y me puse contra ella, utilizando la bata de sujeción, la até al pomo y de ahí a la mesa. No resistiría mucho, pero el tiempo necesario para que el guardia se olvidara de mí y eso hizo, golpeó varias veces la puerta, no pudo entrar y se puso a atacar todas y cada una de las cunas. Me puse la mano en la boca para impedirme gritar, intenté respirar y decirme una y otra vez que saldría de allí, solo debía mantener la calma, la mente fría y encontrar cualquier objeto que en esos momentos me sirviera de arma.

Me puse en pie, abriendo uno a uno todos los cajones, armarios y estantes que había allí, todo era demasiado pequeño e inútil para enfrentarme a zombis, ahora deseaba más que nunca encontrarme en un videojuego donde el protagonista siempre encuentra la salida y un arma, pero no era momento de ponerme pesimista, debía seguir buscando.

Por suerte para mí se cansó y me dejó estar, aproveche para salir, llegar a la calle era mi mejor opción. Corría todo lo que mis piernas me permitían, me tropecé varias veces antes de poder alcanzar la salida. Una vez fuera, me detuve a mirar mí alrededor, se había instaurado el apocalipsis, tenía las manos repletas de sangre y no podía dejar de temblar, me limpié las manos en los vaqueros e intenté en un vistazo hacerme con la situación.

Lo mejor era encontrar un arma y un refugio, aunque fuera de momento, después ya pensaría que iba a hacer pero lo mejor era desaparecer del alcance de ellos. Me fui agazapando entre los coches del parking, solo escuchaba gritos, gente corriendo en todas direcciones y sangre por todas partes. Un hombre salió despedido y vi como su torso impactaba en el capo del coche donde estaba oculta, me llevé una mano a la boca para impedirme gritar, mientras apoyé la otra en el suelo para no caerme. El hombre estiró la mano intentando decirme algo, pero uno de aquellos seres se le abalanzó sobre el abdomen sacándole las tripas en cuestión de dos zarpados. Fui retrocediendo para alejarme lo antes posible de esa escena, me oculte debajo de otro coche, tenía la cara pegada al suelo y la cara de una mujer se quedó a un palmo de la mía.

– A..yu..da..me

Se le echaron encima tres de ellos y vi cómo le destrozaban la cara, le arrancaban mordisco a mordisco un trozo de piel, mientras no dejaba de gritar. Giré la cara, no quería que me salpicara sangre después de lo visto, no sabía con seguridad que había provocado todo aquello así que era mejor mantenerse alejada de la gente.

Salí de allí a sin mirar atrás, en el camino de correr sin más me tropecé con gente desorientada y al tropezarme con una mujer se le cayó un cuchillo, el cual recogí y seguí corriendo. Al llegar a una avenida, vi demasiados zombis, pero se habían percatado de mi presencia y me metí en la primera casa con la puerta abierta que encontré.

La puerta estaba a punto de ceder, mis opciones eran pocas o casi ninguna, miré por la habitación en busca de lo que fuera. Revolví cajones, baúles y lo único que vi de utilidad fue un escudo de juguete, lo arrojé contra la ventana y me descolgué de nuevo a la calle. Nunca me había sentido de esa forma, rodeada de gente y a la vez totalmente sola, no podía confiar en nadie, el origen de aquella plaga, infección o apocalipsis debía ser causado por el gobierno. Obtener información sería importante, pero lo primordial para sobrevivir eran armas, comida y un refugio seguro para pasar la noche.

Una calle conocida, ahora era un lugar siniestro, tenebroso, horrible; tenía frío, todo el cuerpo recubierto con sangre que no era mía y lo único que primaba por allí era la muerte. No sabía qué hacer, quienes eran infectados, quienes no, lo único totalmente seguro era apartarme de todo y ocultarme; sería arriesgado permanecer sola, pero era mejor que intentar encontrar ayuda.

Cuando me di cuenta estaba en un barrio residencial, me fui agazapando entre los coches y observando todo el entorno, no quería sentirme de nuevo encerrada, vi a algunos de ellos parase en un jardín. Era como una pesadilla, realmente era la misma muerte andando, continúe oculta viendo como un grupo de unas seis o siete personas salían de una casa cercana. A uno de ellos se le cayó una lata al suelo y antes de poder siquiera percatarse los tenían encima. Me llevé las manos a la boca y aparté la mirada, no quería ver como destripaban a más gente, por el momento ni cerebro había tenido suficiente. Me escondía debajo del coche y escuchando gritos, disparos y gruñidos, al cabo de un rato el silencio volvió a reinar y aproveché esos instantes para salir corriendo y refugiarme antes de ser vista.

Entré en la primera casa que vi, la puerta estaba abierta, me dirigí a la cocina cogí un cuchillo, algo de provisiones, pues en los pantalones no podía llevar mucho, debía hacerme con una mochila, una chaqueta y mejor calzado. Subí lentamente las escaleras, en el piso de arriba apestaba a sangre, vísceras y restos humanos, entré en las habitaciones en busca de cualquier cosa que me pudiera ser útil; conseguí una mochila y algo de abrigo, me precipité escaleras abajo al ver como uno de ellos salía del baño.

Escondida bajo la mesa del salón, empuñando el cuchillo y a la espera, mi cuerpo estaba en tensión, era la primera vez que sentía esa cantidad de adrenalina, pero por alguna razón no entré en pánico, mi mente estaba clara, fría y atenta a mi entorno. Fue gruñendo, tambaleándose y golpeándose con todo lo que encontraba en su camino, me deslicé hacia la izquierda, si lo ataba por la espalda terminaría con él. Me coloqué detrás, respiré, me abalancé sin pensar y sin apenas percatarme le rebané el cuello.

Estaba quieta, helada, viendo como el cuerpo se desplomaba a cámara lenta y la única sensación que recorría mi cuerpo en ese instante era de superioridad, tenía el valor y el poder de terminar con ellas, esa confianza estúpida me estaba haciendo sonreír, realmente creía que podía sobrevivir. Agité la cabeza, volví a la realidad y salí de allí, no era el mejor sitio para quedarme.

Unas horas después, no sabía dónde me encontraba o cuanto había caminado, pero el cansancio empezó a notarse. Me colé por una ventana, revisé la planta baja, me atrincheré en el comedor, cerrando las puertas y ocultándome detrás del sofá, poniendo las cortinas por medio para ser lo más invisible posible; en cuanto me tumbé, mi cerebro repaso toda la situación, las lágrimas salieron por si solas, no podía detenerlas, no era un sueño la muerte estaba andando y yo era presa de ella. Mis amigos, familiares, toda la gente que me importaba podía estar muerta o peor aún, ser uno de ellos, me quité esa imagen en seguida, me obligué a respirar pausadamente y tranquilizarme.

– Cálmate, no te sirve de nada estar así.- Cerré y abrí los ojos unas cuantas veces, mi pulso se normalizó, inhalé por última vez e intenté dormir, no sabía que iba a depararme mañana, pero sería mejor estar preparada.

No había salida, su cuerpo no parecía suyo, la herida no dejaba de emanar sangre y no podía detenerla. La cabeza le dolía como si estuviera a punto de estallar y lo único que sentía era un vacío inmenso en su interior, se había apartado, escondido, mantenido alerta y sola, pero un descuido, y estaba perdida. Solo deseaba que alguien la encontrara y la salvara; apartó ese pensamiento rápidamente, sabía perfectamente que no iba suceder.

En cuestión de minutos dejaría de ser ella, para convertirse en otro monstruo más sediento, inspiró varias veces para tranquilizarse, miró el cuchillo donde veía su reflejo deformado e incapaz de reconocerse. Cogió aire nuevamente, sujetó el mango firmemente con ambas manos, cerró los ojos y se cortó el cuello.

La sangre empezó a manar, se dejó ir, y una última lágrima se deslizó por toda su mejilla hasta perderse.

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