“Si hay magia en este planeta está contenida en el agua”. Con esta cita del biólogo Loren Eiseley ha comenzado mi profesora la clase de hidrología de hoy. Me han dado ganas de gritar delante de todos lo que opino yo sobre el agua.

Hace cinco años a mi pueblo fue llegando como con un cuentagotas información sobre un proyecto. Al principio solo eran rumores de unos cuantos paranoicos. Decían que querían construir un embalse allí y que no nos darían ni un cuarto de lo que valían nuestras casas. Durante años fue una broma macabra que se hacía eco en el valle hasta que un día dos hombres peinados con mucha gomina llegaron con un papel. Dos meses después mis amigos y yo mirábamos desde una colina cómo el agua rellenaba cada uno de los espacios donde habíamos comido, dormido, jugado, besado… El agua inundaba nuestro pasado y lo lavaba hasta borrar las huellas que certificaban que estábamos vivos.

El 28 de junio, era la fiesta del Patrón. ¿Tiene Patrón un pueblo subacuático? Nosotros creemos que debe tenerlo así que cada año unos cuantos acampamos a la orilla del pantano. Hacemos fuego, comemos y bebemos. Contamos historias y señalamos hacia la masa líquida que contiene las pruebas de nuestras proezas. El año pasado hicimos una embarcación pequeña con unas tablas como para dar un paseo por el pueblo. Algunos creen haber sentido el pararrayos de la Iglesia en la planta de un pie cuando se han sumergido en el agua. Yo aún no lo he hecho.

Tengo el saco de dormir bajo mis pies y sólo quedan cincuenta minutos de clase de hidrología para que pueda darme un baño en lo que solía ser mi casa. Me paso treinta mirando una mancha en la pared y los otros veinte sintiendo un pinchazo en la planta del pie. Cuando mis compañeros comienzan a recoger yo ya estoy saliendo por la puerta de la Facultad.

Hemos quedado en la estación de tren más cercana al embalse. En realidad no es una estación sino un apeadero donde pone “Embalse de rosas”. Yo soy la primera en llegar, como siempre. Me entretengo mirando cómo planea un águila sobre el campo que tengo enfrente. Parece que se quede suspendida en el aire y de pronto se precipita al suelo y vuelve a remontar el vuelo con un topo en su pico. Al ver todas las madrigueras que hay en el prado pienso en los topos que habrá dentro ajenos a lo que le ha ocurrido a uno de los suyos. Aunque seguro que lo habrán escuchado. Los grititos y el golpe en el suelo. Si pueden percibir eso ¿cómo será para ellos vivir al lado de las vías de un tren? El temblor, los pitidos, el chirriar del hierro… Ya lo oigo. Ahí dentro van mis amigos los tardones. Silvia, Pedro, Gloria e Isaac.

Silvia va con una maleta gigante y toda clase de artilugios. Dos días de acampada para ella son como dos meses viviendo en la selva amazónica. Seguramente sea la que más se esfuerza por hacer posible este plan. Cuando se fue a la ciudad consiguió un trabajo fijo en una oficina, que es su ecosistema natural, y no tiene tiempo para comer otra cosa que no esté dentro de una fiambrera.

Pedro viene con su móvil en la mano y una cajetilla de tabaco en la otra. Como siempre, habrá que dejarle un saco de dormir. Pero para eso Gloria trae uno extra. Si se le olvidase le dejaría su propio saco a Pedro y ella dormiría acurrucada encima de una piedra, estoy segura. De hecho esa sería la imagen que ilustraría a la perfección la relación que ha habido siempre entre ellos. Ya no están juntos, afortunadamente para Gloria, aunque ella no piensa lo mismo.

Isaac trae la bebida, la comida, el camping gas y todos los utensilios de cocina. Parece que está muy involucrado en su nuevo módulo de cocina. Perdón, FP en Gastronomía e investigación culinaria. Me alegro por él, a ver si esto es lo definitivo.

—¡Vaya horas!

—Hola, Raquelina — me dice Pedro abrazándome— Venga, que te encanta hacerte la mártir. Seguro que llevas aquí cinco minutos.

—Hola, cariño. Perdona, es que he tenido que ir a la oficina con todo el petate y mi jefe no me dejaba salir hasta y media— parlotea Silvia mientras arrastra Dios sabe qué.

—Bueno, traigo para hacer un rissotto que os vais a caer de culo. Y un vinito blanco que cuando lo probéis no vais a dar crédito. En la escuela lo recomiendan porque marida perfectamente con…

—A mí con un bocata y unas litronas me valía, tío.

—Bueno, es que no está la miel hecha para la boca del asno.

—No sé a quién quieres engañar, Isaac, aunque la mona se vista de seda…

—¿Vais a recitar todo el refranero? Porque podéis pegaros ya y así tenemos el resto del fin de semana en paz.

—Bueno, ya. A mí también me servía algo sencillo, Isaac, pero por no molestar. No tenías que haberte molestado. Esto es demasiado.

—No lo es, con que te guste a tí ya me vale, Gloria.

Dos kilómetros andando pueden parecer un paseíto pero con estos es como hacer el Camino de Santiago. Parada para hidratarse, parada para cambiarse de calzado, anécdota por aquí, historia que no le interesa a nadie por allá, pullitas volando por todas partes… Pero siempre nos pasa lo mismo, al cruzar la última era ya llega el silencio y el paso firme. El agua empieza a asomarse en el horizonte y no hablamos hasta que llegamos a la orilla.

Todo está como el año pasado. Nuestras expresiones faciales son ridículas. ¿Qué esperábamos? ¿Encontrarnos el pueblo intacto otra vez? ¿Quizá un rebaño de vacas bebiéndose el agua hasta drenar todo el embalse para que podamos correr por las calles y llamar a todas las puertas? Yo sí. El día que espere algo diferente a eso es que me habré vuelto completamente loca.

Lo primero es clavar la sombrilla en el suelo. Después, todos juntos, nos cogemos de las manos en círculo y cantamos una ronda que nos enseñaron nuestras abuelas cuando éramos críos como de manera premonitoria:

Voy a la fuente por agua

Voy al molino contigo

Por ver el agua correr

Y no por otro motivo

Todos los vientos de marzo

Y las escarchas de enero

No bastan para olvidar

Un amor tan verdadero

Entonces, nos lanzamos al agua.

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