Es como un outlet de esos que hay en todas las grandes superficies de la periferia de las ciudades más consumistas. Una tienda enorme situada en un centro comercial en el que no falta un cine con los últimos estrenos, una bolera en la que huele a pies y un McDonalds a reventar de niños gritones con la boca manchada de kétchup. Está ubicada en el meollo social de esos grandes emplazamientos de diversión para la familia. Se ve nada más entrar en el parking kilométrico donde los sábados por la mañana cientos de familias aparcan su coche siete plazas para dejarse llevar por todas las ofertas de exagerado entretenimiento. Es importante matizar el concepto de outlet como establecimiento en el que se vende a precio reducido ropa de marca pasada de moda o que tiene algún defecto que hace difícil sino imposible su venta en tiendas normales. Para todos los que no pueden permitirse pagar un pastizal por una camiseta de temporada, estos sitios se convierten en el paraíso de las gangas.

La idea se le ha ocurrido a una empresa especializada en web de citas o dating, como se diría ahora, y consiste básicamente en ofertar el hombre o la mujer de tus sueños, pero con los defectillos propios de la vida. Una especie de tienda de segunda mano para encontrar a tu pareja ideal. El establecimiento consta de varias plantas dividida a su vez en distintas secciones, anunciadas con carteles rojo pasión colgando de techo. Cuando uno entra el panorama que se encuentra es el siguiente: un pasillo enorme cruza la sala y ambos lados, sentados en sillas de plástico, rosa palo, se encuentran las personas que buscan ser compradas. Por supuesto que no se utiliza la expresión «ser compradas», sino que le dan un aire más romántico y por el eso el concepto que usan es: «encontrar a su pareja de serie b». Se promociona como «el lugar de las últimas oportunidades» y pretende ser un sitio de encuentro para todos aquellos que no han conseguido a la pareja de sus sueños y, aun sin haber perdido del todo la esperanza, ya se conforma con algo menos.

Hay todo tipo de secciones, en la primera planta, por ejemplo, se encuentran los defectos físicos. En ella podemos encontrar, entre otras muchas, una parada con unas quince sillas y personas-en venta-sentadas en ellas. Están voluntariamente expuestas, no tan expectantes como aburridas, englobadas en «cojos y manchas de piel». Mientras esperan encontrar el amor de su vida o, lo que es lo mismo, que alguien pase por delante y se encapriche de ellos, leen revistas o libros puestos a su disposición por el personal. Algunos miran por la ventana o escuchan música a través de unos auriculares.

En la segunda planta están los defectos en el carácter, por ejemplo, hay una zona en la que se venden personas simpáticas pero muy aburridas y otra en la que se vende gente orgullosa, pero interesante. También hay una sección de gustos raritos: «todavía se pone hombreras» y sección de manías que sacan de quicio: «opina de todo sin tener ni idea» o «fuma porque quiere y porque de algo que morir».

Al CEO y su equipo de trabajo, según se cuenta en el último número de una revista dominical de gran tirada nacional, se le ocurrió en un momento de inspiración llevar a un lugar físico esas primeras impresiones, como una forma de auto gestionar las inseguridades y la franqueza. El director de marketing y co-fundador de esta empresa relata en la entrevista que se dieron cuenta de que el perfil de usuarios de su página eran personas ya bastante decepcionadas con las relaciones y con problemas para establecer conexiones sociales por culpa de las inseguridades. «Acotar los tipos de búsqueda, filtrar las expectativas de los susodichos amantes, rebajar las esperanzas de encontrar al ser perfecto, venderse tan y como uno es», dice el director a la reportera. Esa es la idea que se quiere llevar a cabo en este outlet que, aunque todavía en fase experimental, parece que sale adelante.

Cuando alguien encuentra a la persona que le parece más aceptable para pasar el resto de sus días basta con que le dé a un botón también rojo que hay al lado de cada silla donde esperan las personas expuestas, entonces aparecen dos dependientes y les conducen a un probador o sala de las segundas impresiones. En esa habitación hay música de piano y velas, rosas por encima de una mesa y dos copas de champán. Las dos personas, cliente y producto, intercambian un breve diálogo en el que se confiesan otros miedos e inseguridades algo más íntimas. Por ejemplo pueden decir se que han sufridos dos divorcios, que no han superado la muerte de un gato o que están enganchados a la telenovela de la primera. Si pese a todas esas confidencias todavía les parece bien empezar una relación, salen de la tienda juntos y como regalo se llevan un ticket descuento para comer en el restaurante de la bolera. La compra, que pasa a llamarse amante, puede devolverse en los siguientes quince días siempre y cuando no tenga el corazón más roto de lo que ya lo tenía.

María ha ido solo a mirar. Aparca el coche después de algo más de diez minutos buscando hueco en el parking del centro comercial y se dirige a la tienda que, por cierto, se llama «Outlove» por el juego de palabra entre «out» y «love» o algo así explican en el reportaje de la revista dominical. Al principio, cuando oyó por primera vez hablar de esta tienda, le pareció una idea horrenda, denigrante incluso, pero después de leer la entrevista y animada por sus amigas, hartas de ver que no levanta cabeza desde que David la dejó por otra hace casi seis meses, ha decidido animarse a ir, aunque solo para mirar.

En la entrada hay un cartel enorme en el que se explican ciertas normas que hay que seguir. En un tono ameno y despreocupado se advierte que: prohibido escoger a más de un «amante», no hablar con el producto y prohibido darles de comer o beber. Por último se recomienda acudir al staff para cualquier duda y se desea suerte con la búsqueda. Hay una lista de reproducción de grandes hits de la actualidad, como Lady Gaga, Bruno Mars y toda esa gente.

María pasea por los pasillos de la primera planta, la de los defectos físicos, y con la timidez propia de la primera vez, le resulta casi imposible sostener la mirada a las personas que, sentadas en sus sillas rojo pasión, esperan que alguien las quiera pese a sus defectos físicos. En cada sección se indica la orientación sexual de la persona aunque muchos optan por no llevar ese cartel porque ya les da igual. María pasa de largo a los «miopes y con tendencia a engordar de barriga» y se dirige a las escaleras mecánicas para ir al piso de los defectos de carácter. Hay bastante gente solitaria que, como ella, pasea en busca del amor. Muchos van cabizbajos, casi avergonzados de encontrarse allí, otros algo más arrogantes observan con agresiva indulgencia a sus posibles compras.

A mitad recorrido hay una cafetería con ofertas para los socios, se toma un café y continúa con la visita. En la planta de las manías se encuentra con una zona de «no me gusta leer», y varias personas sentadas miran hacia delante con cara de obstinación. Una se muerde las uñas. Pasa de largo y llega a «la caza es un deporte», que también deja inmediatamente atrás. Al rato de estar vagando por secciones estúpidas llenas de gente con defectos que jamás podría soportar, y cuando ya había decidido abandonar su búsqueda se encuentra con un chico de mirada melancólica y pelo deshecho, lee un Chejov arrugado y se mueve como un cuadro, si los cuadros pudieran moverse. Sabe que vive expuesto y no parece importarle, está sentado en una posición bastante incómoda, como un modelo que no quiere gustar. Es delgado y puntiagudo y parece cargar los restos de una vida entera. Decide apretar el botón y el chico es conducido al probador, la sala romántica en la que podrán conocerse más profundamente. Está en la sección «Olvidadizos».

El chico está ahora sentado con la misma figura imposible en la mesa llena de pétalos y olor a lavanda. Suena lo último de Katy Perry, porque así lo ha decidido María-por un extra se puede escoger banda sonora-. Dan un trago de champán a sus respectivas copas. A María le pican las burbujas en la garganta y tose tímidamente..

-Olvido todo el tiempo-dice entonces él.

-Qué olvidas.

-Olvido las llaves en otras chaquetas, el mechero en los bares, los cumpleaños.

-¿Te gustan los perros?

-Sí.

Se miran a los ojos, él calla y ella sonríe.


Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS