I

Llevo dos días en la bañera. Es mi lugar favorito de la casa. Además, ahora Kio ha preparado toallas y almohadas muy mullidas para que esté ahí tumbado y a gusto. Desde hace unas semanas está muy pendiente de mí. La verdad es que no me encuentro muy bien, y sé que estoy causando preocupación en casa, especialmente porque apenas tengo apetito y como muy poco. Siempre he sido grande y me ha gustado comer, sobre todo salmón. Ahora se me notan las costillas y por las mañanas todo el cuerpo me duele mucho. Es muy molesto. Francamente, trato de acostumbrarme al dolor pero, de alguna manera, desearía poder acabar con él de una vez. Cuando Kio me coge en brazos, yo se lo intento decir, pero nunca se me ha dado bien hablar. En lugar de un sonoro maullido como el del gato del vecino, yo sólo consigo articular una voz atascada y ronca. Siempre he estado un poco avergonzado de ello, como es natural. Por suerte, Kio me entiende y me sonríe, eso sí es un alivio. ¡Cómo me gusta que me sonría! Estos últimos días tiene húmedo el rostro, también mientras me mira y muestra su sonrisa. Los días que se le humedecían los ojos me tumbaba encima de ella, porque eso le tranquiliza. Pero ahora estoy débil y lamento no poder mover mis patas para ponerme en sus piernas. Es ella quien viene ahora a tranquilizarme a mí y eso me pone muy contento, aunque no lo parezca.


II

Lo peor de estar enfermo como yo no es la enfermedad, sino el tratamiento. La enfermedad es un fastidio, pero las pruebas médicas y las medicinas son mucho peores. Para estos propósitos, a menudo tengo que visitar el lugar de la pared verde. Quizá esta denominación sea un poco vaga, pero ese pequeño detalle me inquieta sobremanera, sé que no estoy en casa cuando veo esa horrible pared. Ahí es donde tratan mi enfermedad, pero siento que no me ayuda mucho, y además tengo que aguantar numerosas incomodidades. Kio se muestra bastante disgustada cuando volvemos a casa. Lo primero que hace es ponerme agua fresca y justo después, se sirve un té. No sé muy bien por qué, pero creo que cada vez que acudimos al lugar de la pared verde, resulta más decepcionante para Kio. La última vez que fuimos lo percibí con claridad. Ese día descubrieron que tengo cáncer.


III

Además de Kio, también vivo con Pika. Si no la había mencionado hasta ahora es porque nuestra relación no es muy buena. Ella es muy independiente y eso me fastidia, porque me gustaría que me hiciese caso. Además, es muy orgullosa. A veces rechaza el aperitivo que nos sirve Kio por la sencilla razón de que me lo ha servido a mí primero. De verdad, no soporto su carácter orgulloso, y siempre se cabrea conmigo cuando se lo intento hacer ver. Sin embargo, hay un detalle que me llamó la atención esta mañana. Cuando estaba yo durmiendo tras haber tomado mis medicinas, Pika se acercó y se me quedó mirando. No sé qué debió pensar de mí o de mi aspecto, que como os podéis imaginar no es el mejor, ya que me encuentro fatigado y no puedo dedicarme ni a mi propia higiene. El caso es que ella vino hacia mí despacio y sin decirme nada, se recostó a mi lado. Todavía no sé por qué haría algo así. Ha sido la primera vez en doce años que he sentido su suave pelaje sobre mis orejas. Tengo que admitir que me emocioné tanto que no fui capaz de volver a dormir.


IV

Hoy me encontraba con mucho apetito. Pude disfrutar de mi comida de pato favorita, que Kio me preparó con entusiasmo. Quizá suene frívolo por mi parte, pero esto era lo que más echaba en falta desde que enfermé. Como te puedes imaginar, justo después de comer fui a dormir la siesta. Había un día lluvioso fuera y el sonido del agua golpeando las hojas de los árboles me relajó profundamente. Siendo honesto, me encontraba bastante bien y conseguí olvidarme por un buen rato de las molestias y el dolor, así que descansé con placidez. Dormir es una actividad agradable, en especial cuando quieres que el tiempo pase más rápido a tu alrededor. Mi siesta se prolongó durante toda la tarde y parte de la noche. Cuando desperté, Kio me preparó comida de nuevo. Lamento no poder explicar el motivo, pero me sentía desganado para volver a comer pese a haber pasado un día tan relajante. Sólo comí dos o tres bocados y, apenas unos momentos después, se me hicieron indigestos. Me sentí muy mal porque Kio se preocupó otra vez y volví a escuchar su llanto desde la cocina.


V

No puedo hablar por todo el mundo pero sé, con toda certeza, que ver la muerte aproximarse da menos miedo cuanto más cerca está. Intentaré explicarlo, aunque es un tema complicado. Tener temor a morir es natural cuando hay energías para seguir en este mundo. Pero cuando estas energías se acaban, vivir es un fastidio. Es posible que mi manera de pensar parezca terrible, pero de verdad, es lo que siento. Es preciso apuntar que lo más difícil es aceptar la muerte. No es lo mismo aceptar la muerte que cansarse de la vida, y es precisamente lo segundo lo que ayuda a perder el miedo. Pero creo que nunca aceptamos morir con total serenidad. Como te imaginarás, no me gusta pensar que diré adiós a Kio y a Pika. Están conmigo en la bañera desde hace horas, y eso me entristece, pero no puedo hacer más que resignarme. Además, ya les he causado muchas molestias. Acabo de saborear un bocado de comida de pato. Me ha resultado agradable, pero ya no quiero más. Creo que no podré volver a salir de la bañera, pero no me importa. Me gustaría maullar en condiciones para despedirme. Sólo puedo soltar un murmullo ronco.

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