La diferencia en un simple ‘’CLICK’’

La diferencia en un simple ‘’CLICK’’

Yerard Ohm

07/05/2017

Me he vuelto a despertar, es la tercera vez esta noche; supongo que ya estoy acostumbrado a ello. No hace mucho dormía como un lirón, sin resaltos ni sensaciones de agobio e impotencia evocando momentos pasados.

La luz del sol atraviesa la ventana de mi pequeño cuarto, y se refleja en el cristal de una fotografía que me hice hace dos años en Cádiz.

Recuerdo aquel día como si fuera ayer: mi gran amigo Julio se empecinó en llevarme a probar un deporte acuático; yo siempre he sido muy ducho con los deportes y más si el equilibrio va implícito en ello. ¡Además me había apostado con él la comida y la cena a que dominaría cualquier deporte acuático que fuéramos a practicar en menos de una semana!

Gané la apuesta. Aún veo el gesto de incredulidad de Julio cuando llegó la cuenta de la primera comida; creo que dejamos sin «pescaito» frito a media ciudad.

El deporte que eligió fue el bodyboard, desde luego no es tan complicado como el surf, en menos de una semana ya me mantenía de rodillas sobre la tabla y dominaba varios trucos.

Desde aquél día se negó a hacer apuestas deportivas conmigo… bueno, digamos que apuestas en general. Siempre me he considerado un ganador nato y un mal perdedor.

Aquella primera jornada en la playa en Septiembre del dos mil dos, tuve una sensación de libertad abismal. Recuerdo cada uno de los instantes, cómo el pie desnudo se mezclaba con la arena fina de la playa sintiendo una suave y agradable sensación de bienvenida. El aire soplaba regularmente y se filtraba de forma elegante entre mis largos rizos, susurrando el inicio de un día maravilloso en el reino de Neptuno.

Después llegó el primer chapoteo en el agua, solo existe tu tabla, el mar y tú. No existe nada más., lo demás simplemente desaparece. Estás enfocado en esa tarea y una vez consigues deslizarte entre el oleaje de manera óptima la sensación que prosigue es bastante implícita e inexplicable.

Fue tanta la sensación de unión con el mar y mis ganas de mejorar en ese deporte que acabe practicándolo muy asiduamente. Llegando a convertirse en una obsesión y entrenando cuatro o cinco días a la semana. Disputé diversos torneos a nivel autonómico y hasta que no conseguí ganar uno de ellos no me sentí satisfecho. Era una meta que me propuse y la conseguí.

Mi madre entra en la habitación, me comenta que en media hora estará la comida lista.

– Vaya, parece que mi ensimismamiento ha hecho que pasaran las horas muy rápido. Oigo el leve crepitar de las gotas de lluvia caer sobre el tejado de la casa… sí está lloviendo; con el rabillo del ojo doy fe de ello.

La lluvia evoca mi vehemencia por el motor. Las motos, mi otra gran pasión. Todo lo que implique ese impacto de libre albedrío me engancha cual efecto imán, sin remedio alguno.

Mi padre es mecánico de coches y siempre he vivido entre herramientas, llaves, aceite, motores, elevadores etc. No es extraño que ya con dieciséis años tuviera acceso a un ciclomotor. Con dieciocho años obtuve el carnet A2 para adquirir una flamante Honda 250 de tercera mano, para después, con mucho esfuerzo, tiempo y trabajo, adquirí mi actual Yamaha Fazer 600.

Da igual la moto que condujera en su momento, todas y repito todas me daban una sensación de liberación sensacional. Pero a medida que iba obteniendo más cilindrada, la adrenalina me pedía más y más. Yo a veces lo comparo con las marca de patatas fritas pringles, que comes una y ya no puedes parar,. disculpad el sinónimo, pero es un símil muy cercano.

Entra mi madre al cuarto y deja un plato de puré de calabaza encima de mi escritorio. Me da un beso en la frente y sale de la habitación.

Todo ocurrió un 13 de Mayo de 2009, como ya comenté, cada vez era más descuidado con la seguridad y demasiado impulsivo. Supongo que los veinticinco años de aquél momento me hacían sentir invulnerable, intocable, un dios; más aún cuando dentro de mi círculo de amistades era tan popular, todos me apreciaban.

Tenía un trabajo estable en el taller de mi padre, estaba en plena forma física, una novia envidiable, no tenía miedo a nada. Aquél ‘’click’’ no desaparece de mi cabeza.

Mi madre vuelve a la habitación con una jarra de agua en una mano y una taza con distintivos de Batman en la otra. Me incorpora en la cama y empieza a darme cucharadas del puré, está muy bueno. Con un simple guiño mi madre entiende mi agradecimiento a la vez que le muestro lo mucho que me gusta este plato.

Ya se de donde he sacado tanta fuerza, mi madre tiene que ser como un Hulk. Aguanta las lágrimas cada vez que me da de comer. Aún así, me alienta y anima, contándome cosas que ocurren en el mundo o simplemente algún chiste verde, de esos que me gustan a mí. Pero la realidad es que todos los días la oigo llorar y mi padre la consuela. Si hay algo que he desarrollado en estos años postrado en una cama es el oído; ya que la única movilidad que tengo es en los ojos, soy tetrapléjico.

Ese día de Mayo tuve que salir rápido del trabajo, me esperaban dos amigos para una actividad de parapente a cuarenta kilómetros de allí, iba apurado de tiempo, últimamente iba apurando siempre. Me puse el casco, chaqueta y guantes, pero el enganche del cuello del casco no funcionaba, no enganchaba. No hizo CLICK. Pude coger un coche de cortesía del taller, pero la moto era libertad y sinceramente en ese momento pensé -¿Por qué no salir con ella? Nunca me había caído.

Me encontré bastante tráfico, todo el mundo volvía del trabajo a casa. Pero la moto era ideal para estos casos. Recuerdo meterme entre las filas de coches para poder continuar la travesía antes de alcanzar la autopista, había sitio de sobra, pero uno de los coche invadió el carril y golpeó la moto. Salí disparado de la misma y noté que el casco se deslizaba de la cabeza, mientras mi cuerpo volaba literalmente, debido a la colisión. Después negro, oscuridad.

Esta vez quien entra al cuarto es mi padre, se sienta en la silla del ordenador que tengo al lado de la cama y empieza hablar sobre el partido de fútbol que van a retransmitir esta noche de champions. Siempre vemos el fútbol juntos. Desde del accidente no se pierde uno, me acompaña y celebramos los goles de manera efusiva, cada uno a su manera. Mi madre sale del cuarto recogiendo los platos y cierra la puerta a su paso.

Lo siguiente que recuerdo era estar en la cama de un hospital, reconocí familiares y amigos. Sus miradas eran de pena, pena absoluta. Esta vez no reflejaban envidia o idolatría.

Intenté incorporarme, pero mi cuerpo no respondía. Solo pude mover los ojos, fue una sensación de impotencia y claustrofobia exacerbada.

Fue tanto el shock, que sufrí un ataque crítico de ansiedad. La cara de los presentes, cambiaron de pena a terror plausible y empezaron a evacuar la habitación mientras aparecía más y más personal del hospital.

Sentí como si cayera en un pozo sin fondo, vacío, frío y oscuro. Perdí el conocimiento.

El sirimiri se ha convertido en aguacero, parece que Thor ha decidido librar, una vez más, otra lucha contra los gigantes, golpeando con fiereza su martillo Mjolnir.

Mi padre se sienta en una silla y comienza a leer un libro. Junto a él, su pipa con tabaco NightCap. No podía faltar. Es como los zumos individuales que siempre vienen en pack de tres, son inseparables.

A mí nunca me ha gustado el tabaco, mi padre lo sabe y en aquellos primeros días en los que me trasladaron a casa, me preguntó: ¿Te importa que fume aquí contigo?. Con dos parpadeos entendió que no me importaba.

Lo que puede cambiar el cuento… en circunstancias anteriores hubiera sido un tajante si, ahora es al revés. Cada día deseo que mi padre fume su pipa a mi lado, me hace sentir su compañía y respirar el humo, es como un arañazo a la libertad que se me escapo hace unos años atrás.

Volví a despertar en el hospital, todo era muy duro. Recuerdo querer mover los dedos de los pies y sentir una impotencia increíble al ver que no se movían, no respondían, pero la orden estaba dándola. ¿Porqué? Durante años he pensado en la eutanasia asistida. Aquí esta prohibida, pero hay países como Estados Unidos donde puede realizarse, bueno más bien en algunos Estados de ese país, no todos.

Uno de ellos era California. Siempre quise ir a Huntington Beach y hacer surf, un sueño truncado. Pero al menos podría dejar esta vida en un lugar paradisiaco para mí, sería como una última voluntad.

Toda esta información la obtuve de Internet, donde suelo navegar durante horas y horas, gracias a las GT3D. Son unas gafas que me trajeron de Inglaterra hace unos años, mediante ellas puedo usar internet. Su funcionamiento es relativamente simple, a través de unas cámaras que me fotografían los ojos, un programa puede concluir dónde va mi mirada, y el cursor se mueve a la par. Por último, un simple guiño, traduce el click para ejecutar una acción.

Mi padre enciende la televisión, la música de la Champions League resuena por toda la habitación. Este tipo de partidos de fútbol me hacen aflorar sentimientos encontrados. Hablar con mi familia sobre estas emociones produciría en ellos una exulansis compleja.

Cada día me hago las mismas dichosas preguntas ¿qué habría sido de mí ahora, si hubiera escuchado ese CLICK al cerrar? ¿recordaría hoy lo ocurrido de no haber tenido tan nefasto resultado en aquella salida? ¿qué estaría haciendo ahora mismo de no ocurrir el accidente?

El tema de la eutanasia asistida era muy patente y cada vez más marcado debido al nodus tollens que sufría día tras día. En la habitación número sesenta y siete del Hospital Clínico dejaron de aparecer amigos y familiares. Incluso mi pareja de entonces con la que tenía una larga relación, en menos de dos meses me dejó. El sentimiento de abandono iba in crescendo. De mis amigos, solo Julio y Pablo venían alguna vez al mes a visitarme; tampoco los culpo, todos tienen cosas que hacer, igual que mi familia.

En ese instante, mientras suena el himno de la Champions League me harté de ver tanto dolor y me di cuenta de que tengo que ser optimista en un momento donde resulta imposible serlo, pero que me lo propondré como una meta más, esta vez será la más dura de conseguir. Los avances tan grandes en nuevas tecnologías, sumado a mi coraje y el amor de mis allegados, harán que algún día recuperaré la movilidad. Tengo FE. Llegará mi momento.

Mi padre corea las alineaciones. Empieza el partido. Mi partido, posiblemente sea el más largo jamás retransmitido, duro y tácticamente difícil, gracias al rival con el que me enfrento. imposible de abordar para muchos. Pero se que ganaré.

En mi cabeza oigo el ’’CLICK’’, esta vez el cierre del casco sí está preparado, saldré adelante. Ahora la idea de la eutanasia se ha diluído cual azucarillo en el café.

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