Arby encendió el cigarrillo mientras caminaba por el barrio de Prub. Desde niña aquellas casas a ras del suelo le habían parecido extrañas, la tierra y el césped eran cosas de tiempo pasado.

Avanzó con paso comedido entre los sensores de acceso esperando ser escaneada, en su auricular pudo escuchar “acceso concedido”.

El barrio tenía una pinta de siglo pasado, altas farolas semidobladas con sus luces en las puntas y automóviles aparcados perennemente en las calles asfaltadas. Lo más escandaloso eran las flores, habían desaparecido hace tanto que parecían una ilusión. Sin embargo, lo que la hizo detener el paso fueron las bardas de madera, tocar aquel extraño material era una excentricidad en toda medida.

Era todo falso y caro, muy caro. Ella había querido llegar a ese lugar mucho antes; pero conseguir acceso había sido una proeza de negociación y comercio. No pudo más que detenerse apreciando la imitación de cielo estrellado que proyectaban los reflectores; hacían más de cincuenta años que la contaminación no dejaba ver las estrellas.

El cigarrillo iluminó su rostro pecoso con la última calada, lo lanzó a un lado. Estaba asustada, era primera vez que hacía algo parecido, pero así eran las cosas y ya lo había decidido.

Se desvió en una esquina y se adentró en un callejón en donde se podían notar las uniones metálicas del suelo. Desde allí podía ver los anclajes de los aerodeslizadores y aquel pequeño detalle le hizo sentir que no había salido de casa.

Dobló en la esquina en un callejón donde la luz escaseaba. Giró el anillo en su anular y los extras de meta realidad, iluminaron la escena con información de distancia, GPS, temperatura, obstáculos y tiempo atmosférico. Estaba a doce pasos de su destino. La puerta estaba entreabierta. Así que al llegar pasó y cerró como indicaba el email que había recibido para el encuentro.

Dentro, escáneres en forma de delgados humanoides de piel negro mate le registraron con su único ojo amarillento mirándole de arriba abajo.

—Adelante. —escuchó decir a uno de los robots con voz femenina. —La espera el señor.

Se adentró hasta llegar a la casa. Una gruesa puerta de madera le franqueó el paso y esperó a que se abriera.

Dentro subió las escaleras tal como indicaba la flecha que veía en su realidad aumentada y llegó hasta el cuarto.

El hombre sentado en aquel sillón le sonrió al entrar. Era viejo y decía tener más de ochenta años. Sus ojos eran azules claros y su cabeza había perdido el cabello, dejando ver pecas marrones sobre su cráneo desnudo.

—La niña al natural —dijo el hombre sin ponerse en pie —Estoy ansioso chiquilla, ¿por qué no empezamos de inmediato?

Ella apenas vestía unos pantaloncillos cortos y una franela color violeta. Se las quitó de inmediato dejando ver su cuerpo, cumpliendo su parte del trato.

—Increible, creo que solo por esto ya vales lo que pides.

—Cobraré antes -le dijo al viejo, intentando esconder lo nerviosa que la ponía estar desnuda ante él —No pasará nada si usted no cumple su parte.

—A ver ese anillo —le dijo el hombre sin perder la sonrisa.

Ella le tendió la mano y el viejo puso la suya encima sin tocarla. De inmediato en la realidad aumentada pudo ver la transacción, doscientos mil créditos sin décimas.

—Lo otro también —dijo ella de inmediato.

—No. Eso será después

—El trato era…

—Se cual era el trato niña. Pero si te doy eso puedes escapar y…

—Sus escáneres me matarían antes de llegar a la puerta —le dijo y el viejo borró del rostro la sonrisa —Sabe que digo la verdad

—No soy un asesino

—Quiero que me lo entregué

—¿Qué puedes perder? —dijo el viejo un poco después —¿Quién más te hará el amor de la manera tradicional? Ya estás en mi casa, accediste a todo esto, solo tienes que esperar y te prometo que cerraremos el trato

Ella observó al viejo con desconfianza. Se sentía expuesta ante aquel desconocido.

—Está bien

El hombre se puso en pie y apartó la bata que llevaba encima. Pudo notar las modificaciones biónicas que adornaban sus rodillas y la mayoría de sus articulaciones como pequeños puntos de metal brillante. Su piel había sido cambiada varias veces y podía notarse las líneas rectas en donde carecía de arrugas.

—Creo que disfrutaras esto mucho más que yo —dijo el viejo.

Comenzó a tocar cada parte de su piel como si estudiará su textura, para luego delimitar sus pezones y caderas con el rose de los labios. Dedicó tanto tiempo a apreciarla que pronto y sin poder evitarlo se dejó llevar hasta lo insoportable.

Tuvieron sexo como lo mandaban los libros de texto. En posiciones viejas y sin apoyos modulares, sin maximizadores de placer, ni gel bio-sensible; Y aunque el viejo no tenía el pene alargado o modificado, ella disfrutó cada parte del proceso, estallando en éxtasis hasta quedarse dormida en una cama de sábanas tan suaves como nunca había sentido.

A la mañana siguiente despertó con el ojo amarillento del escáner sobre su rostro.

—Señorita, el desayuno está servido. El señor ha dejado un paquete para usted —Dijo el androide de facciones alargadas con una voz de mujer de operadora.

El escáner le indicó el camino al baño y le sorprendió encontrar una ducha a base de agua. Era el primer baño con el vital líquido que se daba en toda su vida. Aquel era un placer tan costoso que difícilmente una mujer como ella podía haberse costeado nunca.

Comió y luego el escáner le entregó una pequeña caja de cartón gris. La abrió y dentro estaba aquello por lo que había venido.

Un Souvenir. Un pequeño cubo transparente, dentro del cual delgadas fibras brillantes destellaban en la meta realidad marcando su estado activo. Lo analizó a la luz de su anillo, era verdadero, pudo ver de inmediato que estaba repleto: treinta y dos minutos con doce segundos grabados en 2002.

Se lo llevó al bolsillo y salió por la puerta de atrás. Casi corrió hacia la salida del barrio y los escáneres la siguieron al marcharse.

Tomó el primer taxi que se detuvo. Muy pocas veces había tomado un aerodeslizador intimo. Estaba sola en un cubículo, con el corazón golpeando su pecho mientras se elevaba hasta alcanzar la velocidad de crucero.

—¿Me indica por favor su destino? — Dijo la voz del navegante del taxi.

—Al barrio La Font, nivel 264 del cuarto cuadrante.

—Tiempo estimado de llegada, treinta y nueve minutos. Relájese y disfrute. — Dijo el navegante automático que conducía. Un reloj apareció en la ventana acompañado del mapa del recorrido.

Arby tomó el pequeño cubo y lo colocó sobre su anillo, de inmediato aparecieron unas letras grandes rojas flotando delante de sí.

“Operación de alto riesgo”

“Este artilugio puede reemplazar sus recuerdos de forma permanente, ¿Está segura de querer avanzar?”

Ella seleccionó, Sí. “Confirmar repuesta” y de nuevo: Sí.

Todo se iluminó a su alrededor y el taxi desapareció. Sintió aquel viento en el rostro. La presión en los pies y las risas, una niña estaba a su lado, montaban en bicicletas, árboles enormes bordeaban el camino de tierra húmeda, el cielo estaba lleno de estrellas como puntitos blancos sobre sus cabezas. Llegaron a la playa y subieron a un acantilado largo, se sentaron dejando colgar las piernas, ella le abrazaba con un calor que solo podía catalogar como Humano, en el cielo miles de estallidos de colores brillantes adornaron el firmamento, mientras ella alzaba su dedo para señalar la belleza imposible del momento. El viento, la arena, la sal y el perfume de su cabellos.

—Un minuto para la llegada —dijo el Navegante del aerodeslizador —Espero este vuelo haya sido de su agrado, gracias por preferirnos.

Ella abrió los ojos. Lloraba lágrimas ajenas. El cubo estaba apagado, inactivo. Ella lo había vivido, lo recordaba, la recordaba, la amaba sin conocerla.

Aun cuando sabía que no lo había vivido, aquel recuerdo de otro, había sido el mejor de toda su vida.

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