La oscuridad se había adueñado de Pamplona. Las negras nubes amenazaban en el horizonte con hacer caer la tormenta del año mientras los viandantes corrían a guarecerse ante las primeras gotas de lluvia. Pedro abrió el paraguas a la vez que intentaba abrocharse uno de los botones de su chaqueta. Respiraba el húmedo aire a medida que caminaba por las calles. Cruzó varios pasos de peatón, pasó de largo ante el Baluarte y se dirigió con paso acelerado hacia el hotel Los Tres Reyes. Allí ya le esperaba su contacto habitual, su topo, su garganta profunda. La vio nada más acercarse al aparcamiento en forma de semicírculo. Por aquella muchacha habían pasado los meses como si fueran años. La joven sonrió a su interlocutor y le estrechó la mano bajo el paraguas. Pedro la invitó a entrar a la cafetería del hotel. Sostuvo la puerta para que la joven entrara y no pudo evitar mirarla de arriba abajo mientras caminaba hacia una mesa. Se había recogido el pelo castaño claro casi rubio en una trenza que le llegaba hasta los hombros, se había dejado un flequillo que resaltaba sus ojos color azul grisáceo y sus elegantes piernas se movían sobre aquellos tacones de aguja. Carolina le atrajo a la realidad mientras le preguntaba dónde quería sentarse. Pedro prefirió que eligiera ella. Ambos se colocaron uno enfrente del otro. Carolina se deshizo de la bufanda y del abrigo.

-Tú dirás.

-Eres directa.

-Tengo muchas cosas que hacer, Pedro y lo sabes. Tengo que volver al ayuntamiento antes de que me echen de menos.

-Pero ya es hora de irse a casa.

-No es para trabajar para lo que me necesitan-suspiró molesta.

-Comprendo.

-Venga, suelta por esa boca.

-Sobre lo que hablamos el otro día…

-Olvídalo, ¿vale? No sé cómo se me pudo calentar la boca de ese modo. Olvídalo.

-No, Caro. Quiero saber en qué te han metido. Quiero que me lo cuentes o de lo contrario no voy a poder ayudarte.

-Ya, como si fueran a hacerme daño. Me tienen mejor de su lado, no me harán nada.

-Eso no lo sabes-dijo mientras apoyaba la espalda contra el respaldar de la silla-. Lo que insinuaste es grave y tengo un amigo que probablemente se vea en tu misma situación. Una cosa es que tengáis que pasar por el aro y otra bien distinta ser cómplices de…

-Shh. Cállate-gruñó.

La muchacha se removió intranquila en su asiento. Se acarició la sien mientras agradecía al camarero el café que le traía. Clavó sus ojos en el azúcar removiendo aquel líquido para que se deshiciera, evitando así la acusadora mirada del periodista. No quería seguir con aquella conversación que tanto la incomodaba.

-No pienso callarme-le dijo con seriedad y en voz baja-. Carolina, le prometí a tu madre que cuidaría de ti cuando llegaras a la ciudad y eso he estado haciendo durante todo este tiempo, no me pidas que me calle ante semejante bajeza. Eres una chica con futuro no deberías rebajarte a ser la querida de nadie y mucho menos a dejarte engañar para ser cómplice de semejante estafa. ¿Qué pensaría tu padre si estuviera vivo, eh?

-Pero no lo está, Pedro. Muerto y enterrado-sentenció-. No me juzgues. No tienes ni la menor idea de lo que es trabajar allí. No me quedaba otra opción.

-¿Me vas a decir que te obligó a acostarte con él? Porque parecías muy entusiasmada con la idea… ¡Está casado, por el amor de dios!

-Ya lo sé. Y por esa razón me tiene atada de pies y manos. No sabía que lo estaba cuando empezamos a salir.

-Era vox pópuli-sentenció irritado a la vez que observaba a la muchacha, intentaba mantener la compostura-. Está bien. Dejémoslo estar… ¿Sabes algo más que puedas contarme?

-Creí que no te interesaban estos asuntos, me lo dejaste muy claro la última vez.

-Yo tampoco controlaba mis emociones.

-Está bien. Han imputado a tres concejales y a dos de la oposición. Creo que Democracia por el Pueblo lo tiene bastante fácil para ganar las municipales.

-¿Ah, sí?

-Hay rumores.

-¿Qué clase de rumores?

-Dicen que quieren acabar con el partido de gobierno, que la corrupción es solo la punta del iceberg. Aunque probablemente no entren en la cárcel pero el daño moral ya está hecho. Dicen que si Democracia entra al ayuntamiento el caos será aún mayor…-esperó a que el periodista sacara su libreta para continuar-. He escuchado a alguien decir que el presidente de la diputación les sobra para sus planes, que es demasiado íntegro. Quieren quitárselo de en medio, pero no sé cómo. Tiene bastantes apoyos en todos lados…

-¿Quién…?

-Lo desconozco, y aunque lo supiera no podría decírtelo. Me matarían.

-¿Tan importantes son?

-No creo que les importe quitarse de en medio a un par de personas si con ello consiguen lo que se proponen. No sé qué quieren pero la gente tiene miedo, Pedro-respiró con agitación-. No lo sé pero esto no me gusta nada.

Pedro esperó a que Carolina se terminase el café y se limpiara la comisura de los labios. Sus ojos lo observaban con una angustia que jamás le había demostrado con anterioridad.

-Esa estafa de la que hablas…-se sorprendió al oírla hablar del asunto de nuevo-. Lo tienen todo atado y ya lo han hecho. Pero no sé qué es lo que quieren, yo solo soy la secretaria que escribe, calla y que de vez en cuando les ofrece diversión a cambio de un sobresueldo. Dudo que vayan a poner en mi conocimiento sus verdaderos planes.

-Caro-dijo mientras alargaba el brazo para acariciar su mano-, gracias a ti hemos accedido a mucha información y hemos podido publicarla para poner a la justicia sobre aviso. Eres muy valiente…

La muchacha se puso seria de repente. Parecía haber visto un fantasma a través de la ventana pero el periodista no vio a nadie al seguir su mirada. Recogió la bufanda y comenzó a colocársela alrededor del cuello. Pedro la agarró del brazo, aún quedaba un asunto pendiente.

-Caro, aún no hemos hablado de esos sobresueldos. Dijiste que tenías…

-Olvídalo, Pedro. No me llames más, ¿vale? Haz como si no existiera.

-¿Por qué?-preguntó mientras ella se levantaba.

-Es por tu bien.

Carolina apretó con cariño el hombro del periodista camino de la entrada de la cafetería. Abrió con dificultad y salió al exterior abotonándose la chaqueta. Sus pasos la guiaron hacia el parque de La Taconera. Miraba hacia ambos lados de la calle, hacia el tráfico que no cesaba mientras pasaba junto al carro lleno de patatas y churros. Le llegó su olor y también el de una colonia que difícilmente podría llegar a olvidar. A su lado un hombre de ojos color avellana comenzó a sonreírle mientras pasaba un brazo por los hombros de ella. Carolina acurrucó la cabeza mientras miraba hacia la oscura calle.

-¿Quién era ese hombre?

-Un amigo, un antiguo amigo de mi padre.

-Deberías presentármelo.

-No creo que sea buena idea. Es periodista y a ti no te gusta esa gente.

-Con él haré una excepción, preciosa. Me gusta conocer a los amigos de mi chica-comentó mientras acariciaba su mejilla-. Mi mujer no estará hoy en casa ni tampoco mi hijo. Si quieres puedo pasar a recogerte en cuanto acabe con un asunto pendiente.

-Tengo trabajo que hacer.

-Les diré que no puedes. No me gusta compartirte con otros, Caro-dijo con seriedad y apartándose de ella levemente-. No eres su secretaria sino la mía.

-Lo sé. ¿Qué quieres que haga? Me vendiste.

-No fue esa mi intención en ningún momento. Pero ya sabes que me debes mucho, cariño. Me debes tu puesto y que no te haya denunciado a la policía. Eres tan cómplice como yo de ese desvío de subvenciones y sin embargo, he preferido cargar yo con toda la culpa. Lo he hecho porque te quiero, pequeña.

La muchacha resopló. Colocó las manos dentro de su abrigo y soltó una bocanada de aire que se convirtió en vaho enseguida. Hacía mucho frío, más del que cabría esperar para aquel noviembre. Las hojas esparcidas por el suelo y el agua de los charcos les recordaba que aún estaban en otoño, que el invierno tardaría un poco más en llegar. Caminaron en silencio hacia la parte vieja de la ciudad. La gente caminaba aprisa de un lado para otro, algunos arrastrando a sus hijos mientras comenzaba a llover con fuerza de nuevo. Carolina sacó el paraguas del bolso y su acompañante abrió el suyo propio. No eran una pareja normal, de hecho quizás no fueran ni pareja pero para ella él era gran parte de su existencia. Se había enamorado y no quería dejar de verle, aún sabiendo que estaba casado y que en cuanto no le sirviera la vendería. Le odiaba también por ello, por aprovecharse de ella y de su cariño. Por haberle mentido y traicionado ocultando una verdad que se había tornado dolorosa.

Pasaron a través de varias calles observando a los viandantes. Carolina posó sus ojos en un hombre que no paraba de gritarle a una puerta, a un bar. Parecía haber bebido más de la cuenta, parecía uno de aquellos mendigos que tanto observaba de unos años hacia atrás. Golpeaba con todo su cuerpo la puerta de cristal llamando a la dueña para que le abriera, para que se apiadara de él. Carolina sintió tristeza al verle, su padre también había sufrido por culpa de aquellas bebidas antes de morir.

-Es un pobre desgraciado.

-¿Cómo?-preguntó sin comprender

-Ese hombre. A saber cuántas botellas se habrá bebido. La gente no tiene control… No sé cómo le dejan entrar.

-No sabes por qué está así.

Rio con ganas mientras se acercaba a la puerta del ayuntamiento. Abrió y dejó que la muchacha entrara.

-Ha vivido por encima de sus posibilidades. La gente es tonta, se cree que puede obtener dinero de un banco por la cara y encima esperar que sean benevolentes con ellos. No tienen mesura a la hora de gastar y luego pasa lo que pasa. Algunos se quedan sin casa y se ponen a mendigar, a dar pena para que los que nos ganamos el pan honradamente nos apiademos de ellos. Otros se dejan morir y otros se dan a la bebida. Son unos cobardes-comentó subiendo las escaleras hacia su despacho-. Encima pretenderán que les comprendamos y les demos ayudas. Se tienen merecido el destino que se han labrado…

El hombre acunó con su mano su pequeño y preocupado rostro mientras abría la puerta del despacho. Cerró tras él dejando que la muchacha se quedara de pie en medio de la estancia. Se acercó a ella para besarle en la boca con pasión, acariciando cada parte de su cuerpo, subiendo sus manos hasta rozar su suave cabello mientras Carolina le atraía hacia ella sentándose sobre la mesa.

-No me gustan los cobardes, Caro-le sonrió con amabilidad mientras apretaba su cuello con fuerza-. Y ya sabes lo que le pasa a ese tipo de gente. Lo siento, cariño, no voy a poder llevarte a mi casa esta noche…-dijo mientras la dejaba caer hasta el suelo recién barnizado semanas atrás.

Bermejo la acomodó para que no se golpeara la cabeza, la sangre habría estropeado su alfombra. Respiró hondo y salió del despacho cerrando con llave. Tenía un pleno al que acudir.

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