Inspirado en la pieza para piano a cuatro manos de Franz Schubert.

¡Ya están aquí! Me rodean, me claman, me persiguen, me seducen… El ocaso se cierne sobre mis párpados. El viento frío y áspero recorre mi cuerpo centímetro a centímetro, arañando lento el alma y contrayendo con saña cada vena, cada nervio, cada aliento. La oscura y diabólica bruma se empieza a posar sobre mis cansadas y devastadas extremidades. ¡Y Pesa! Pesa… Pesa…

Llevo días intentado luchar contra ese pesar, pero… ¿De qué sirve hacerse el valiente, cuando a tu alrededor se torna cada vez más fuerte el trote de esas bestias que quieren arrebatarte la vida a costa de nada? ¿De qué sirves si se hacen más infames y grandes con mi lamento y con mis flaquezas?

Tal vez estén esperando que les haga frente, qué les mire a esos ojos rojos inyectados, a esos largos brazos tétricos y fríos, a esos alaridos traídos desde lo más profundo del mal y les arrebate sus sórdidas miradas con mis languidecidas garras de pobre diablo. No, no soy tan fuerte, jamás lo he sido y jamás lo habré compuesto en ningún verso, en ninguna estrofa.

Pero… ¿Qué queréis de mi tan pronto? ¡Decidme qué tengo que tanto anheláis! ¡Decidme por qué no os marcháis! ¿Por qué me habéis elegido para derramar vuestro veneno sobre mi corta y degenerada vida? ¿Es por eso? Si es por eso, ¿qué os importaría verme morir a mi manera?

Por favor… ¡Por favor…! ¿Queréis qué os suplique? Pues también se hacerlo: Dejad que mis dedos sigan escribiendo poemas, dejad que mis labios sigan saboreando condenas, dejad que mis mañanas sigan dibujando inexcusables resacas y qué mis noches hospeden gráciles fulanas. ¡Por favor… os lo pido como jamás he pedido nada a nadie! ¡Decidme bestias del inframundo! ¿Por qué venís con tanta furia embravecida, con tanto odio retorcido, con tanta oscura perfidia y con tanto sufrimiento contenido? ¿Qué tengo yo que tanto queréis quitarme?

Si tan solo soy un don nadie, vestido de don alguien.

¿Es así como nacen los demonios? Porque si es así, estoy convencido de que este don nadie será uno de los vuestros. Porque a veces me parecéis un espejo roto en el que me entiendo, y otras no quiero imaginaros dentro de un solo verso. Y es que tengo tanto miedo a irme, como a quedarme. Pero es que ni en la más infame duermevela hubiese imaginado ser tan cobarde y tan frágil a tanto dolor. ¡Noooooo! ¡Así no debe morir nadie, ni siquiera yo! ¡Me estáis ultrajando, me estáis desgarrando, me estáis ahogando, me estáis matando!

¡Oídme! Vamos a hacer un pacto. Voy a contaros por qué mi vida no os merece la pena, voy a contaros por qué mi vida no es mía, por qué hace tiempo que dejó de serlo y porqué jamás volveré a recuperarla. ¡Sí! ¡Escuchadme bestias del inframundo! Voy a contaros toda la verdad que jamás he contado a nadie, la verdad que nadie merecería haber vivido, ni la que nadie debería volver a vivir. Voy a poneros en bandeja la peor de las rabias, la más larga sábana de oscuras frustraciones, la más áspera piel de errores concatenados, la más turbia sed de esperanza y la más lúgubre lengua enviciada.

¡Sí, bestias del purgatorio! Ese soy yo. Un horrendo ser despreciable, invadido por la cólera, por la envidia, por la miseria, por la lujuria, por la insidia y por la más fausta violencia emocional que corroe mi mugrienta alma. Tal vez os sirvan todos estos escombros de humanidad, todas mis lágrimas no derramadas y todas mis esquinas más escabrosas como balanza para resarciros en vuestro infierno codicioso, vengativo, sentencioso y pendenciero. ¿Por qué, por qué no os lleváis todo eso que os ofrezco, y me dejáis lo único bueno que tengo? Morir solo. Morir sabiendo que muero y que nadie puede evitarlo, ni aprovecharse ¡Por qué…!

¿Acaso no veis como suplican mis arrepentimientos? Sé que me estáis atendiendo, sé que os estáis riendo, sé que estáis deseando que mis ojos se cierren por completo y que mis labios sellen la puerta que me conduce al averno. Ahora, atended a mi susurro… ¡Vamos a blandir una última espada, vamos a luchar como luchan los hombres, cuando esperan que les lleve el tiempo! Como luchan cuando no tienen prisa por vivir ¡Vamos, luchad, antes de que me arrepienta de estar aquí y de plantaros cara! ¡Vamos viles diablos enardecidos por vuestro exilio, luchad!

Truenos enfurecidos, llamas sangrientas, garras afiladas y mugrientas en ira, vuelos raudos de sábanas negras, vientos humeantes oxidando y envenenando mi respiración. Tengo vuestros crueles alaridos abriendo heridas inescrutables, sellando vida a raudales y haciendo ceniza de lo que una vez fueron vanidades. ¡Mirad mis armas! ¡Mirad como saco pecho, como alzo la mirada y como planto firme el rostro! ¡Miradme sucios seres inservibles del firmamento, horrendos desechos de la batalla, vejestorios infames castigados por el demonio! ¡Miradme y regodearos en vuestro hijo, que no es otro, que este pobre desgraciado dispuesto a batirse en duelo con sus semejantes!

Pero… ¿Sabéis? Ahora que os tengo frente a mí… No os tengo miedo.

Sí, así es. Todas las guerras empiezan igual que acaban. Con una muerte, con una vida. Con un naufragio de dolores y rencores. Con un poema que llora rimas y que compone horrores. Con un aliento de vida que brota inesperado y con un hola que saluda a la despedida.

Y es que… ¡Por un momento, he creído ver ángeles!

En esa maniatada batalla que nos cernía, entre el tiempo que demoraba la avenida y los espasmos que jalonan la impaciencia; he creído ver ángeles. Y es que la sonrisa del óbito tiene esos caprichos onerosos, esos giros inesperados que te alejan y acercan a la puesta de la vida.

El deceso tiene esos desvaríos incontrolados, esos amaneceres a media noche y anocheceres en pleno alba emborrachados. Es la luz, que rebelde se acerca y se aleja como la mañana acerca al día y la luna acerca a la noche. ¡Decídmelo usureros del alma y esclavos del engaño! ¿Es esta vuestra última artimaña? ¿Por qué me hacéis ver luz donde tan solo existía la agonía? ¿Por qué me dejáis empuñar de nuevo el sentimiento?

No os dais cuenta que en ese hacinado páramo que ahora escondéis es donde los sumisos dejamos consumir las pasiones. A lomos de las canciones de un soldado desechado y al filo las cicatrices de un papel mojado… Es allí donde vamos, pero también de donde venimos.

No os dais cuenta que soy un poeta que ha malversado el verso. ¡Otro de esos caballeros armados de pluma y tintero, que no hace más que escribir lo que no sabe decir, que no hace mas que silenciar lo que no sabe gritar!

Sí, así es. He sido un despojo a dos patas… y a veces a cuatro. He visto como mis dignidades se reflejaban en un charco embriagado, y como las vuestras acariciaban mis intimidades. Pero así he sido y seré en el exilio

¡Y vosotros, bufones disparatados del infierno, me habéis hecho alertar! Vosotros me habéis alzado en vuestro levitar, me habéis azotado en vuestro tétrico bailar, me habéis dado rimas donde solo me podía emborrachar. ¡Vosotros, cuando más temía dejar de ser quien soy, me habéis devuelto mi verdad! Que no soy el primero ni el último de los que poetas que este túnel atraviesa, ni atravesarán. Pero sí es el último frasco de elixir placentero que vais a sorber de mí.

¡No! No voy a creer que me levanto, ni que mis ojos vuelven a ver luciérnagas hipnóticas. ¡No! Sinceramente no me veo capaz de volver de nuevo atrás. Hay tanto que rectificar, tanto por lo que arrepentirse y flagelarse… ¿Hoy? Si me preguntáis que tengo previsto hacer hoy, os diré bien claro lo que hacer. Hoy moriré. ¡No me vais a engañar! Porque hoy escribiré el último poema que melódico va a derramase bajo la desidia sumergida de un moribundo en vida.

La muerte es… ¡Es tan reconocible! Es algo tan… estéril y a la vez pletórico que no hay explicación ni imaginación posible al otro lado.

Ha llegado el momento. He sufrido la negación, he lanzado mis súplicas, he sacado mis garras, he padecido el último aliento de vida y he acabado aceptando mi condición. ¿Es eso resignación? No lo sé, y apenas tengo tiempo para meditarlo, pero ahora soy consciente de que éste es el último fracaso, y a la vez, el último legado que os entrego a quienes podáis recogerlo. Éste es mi sino, éste es mi último escrito, mi último esbozo de lo que he sido y de lo que jamás seré. Un hombre indecente que escribe indecencias.

Aquí me tenéis bestias que ya no lo sois tanto. Aquí, donde siempre me habéis visto rehuyendo de la vida y buscando la muerte. Rendido a ras de mi silla de mimbre fino y mugre vieja, donde siempre ha descansado la resaca, donde los pensamientos han flotado como estacas en mi alma dolorida.

Acabo de llamar a vuestra puerta, entregado y casi satisfecho. Porque si de algo estoy tranquilo, es de no haber vaciado nunca el vaso, de no haber insultado nunca tu regazo, de no haber codiciado la mentira ni tampoco amado la evidencia. Porque si de algo estoy orgulloso, es de morir en paz, como mueren los malvados cuando se han confesado.

Aquí, envueltas en miseria, que no en misericordia, curtidas en violencia que no en experiencia; os entrego mis manos adormecidas, mis labios en carne viva y mis ojos hundidos en lascivia. Es ahora cuando debéis batir vuestras sábanas, extender vuestras garras y sangrar vuestra ira alojada

¡Llevaos todo cuanto marchita! ¡Lleváoslo antes de que os lo quiten otros diablos más diablos! ¡Podéis calcinarlo, mancillarlo, ultrajarlo, envenenarlo o crucificarlo! ¡Podéis hacer de él cuanto os plazca, pues mi esencia ya se ha separado! Se ha evaporado entre el sedante susurro de ese eco… que es la tranquilidad.

¡Es tan reconocible! La muerte es tan… ¿Placentera, hipnótica? ¡Oh! Jamás la hubiese imaginado tan blanca, tan amplia, tan posible. Solo espero que algún día pueda escribir de ella algo mejor de lo que escribí de la vida. Porque cuando los gatos no maúllan, es que no hay luna que los guíe.

¡Sí! Estoy alegre de ver así de cerca la muerte, porque la viviré con más intensidad que la propia vida; en la que la muerte, siempre estuvo presente.

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