El maniquí
_¡Lástima que no haya billetes para maniquís! _concluyó la telefonista. Ella colgó el teléfono y se giró hacia él: _¿Cómo que …?, ¡cómo que lástima!, ¿lástima?, ya…, de eso, nada. Tú te vienes conmigo, ¡te vienes conmigo! _le grito, tardó un instante en darse cuenta de que todo ese tiempo había mantenido la mirada clavada...