Lástima que no haya billetes para maniquíes, porque así tendría más complicidad y mayor amplitud de visión en aquéllos ángulos donde la mirada de mis ojos no alcanza a contemplar el grandioso espectáculo de un amanecer lleno de acuarelas mientras, rumbo a las islas, avanza plácidamente el bajel, acunado por las olas que van besando su estructura, creando un dulce vaivén al ritmo acuoso de su música, saltando y bailando despacio en el firme mojado, como en un vals, como en una balada, donde la brisa, suavemente roza mi cara, descubriendo el brillo azulado de una mañana salada.

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