Lástima que no haya billetes para maniquíes. Eso estaba pensando mientras acomodaba lo más preciso en mi añorada mochila. Me costaba trabajo doblarlo todo lo más pequeño posible. Ya mis manos no tenían la destreza de antaño, ni mis brazos la misma fuerza, y todavía no sabía cómo iba a poder llevarla, por eso me vino aquella absurda idea a la cabeza. Si fuese un maniquí, me la colgaría a la espalda, y de alguna forma conseguiría viajar, aunque fuese en la bodega del avión. Secuelas del puto cáncer. El cuerpo se debilita, pero la cabeza sigue funcionando.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS