A veces nuestro sitio está ocupado, adoso la silla de ruedas de papa al banco y espero a que amablemente me cedan el sitio, casi siempre ocurre así. Solo allí veo la puerta por dónde entran los viajeros y el tablero que anuncia el destino del vuelo. Imagino a mi padre dándome los últimos consejos, dilatando el último abrazo y sacudiendo su mano mientras camina a la salida, pero entonces le miro a mi lado, le subo la manta de cuadros y le limpio el hilillo de baba de la comisura de los labios.

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