Ana, que se consumía en una cama como consecuencia de una larga enfermedad, le preguntó a su marido: «¿Adónde vamos hoy?» Juan, abrazándola, hizo girar la bola del mundo y le respondió: «A la Isla Mauricio. Al llegar a la playa, desnudos, pasearemos bajo las palmeras para sentir el dulce tacto de la arena en los pies. Después, nos sumergiremos en sus cálidas aguas…»

Una noche más, como cada noche, juntos, viajaban a cualquier lugar del mundo hasta que ella cerraba los ojos.

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