Podría acostarme a ver como las golondrinas conversan de su reciente vuelta. Intentaría sentir el contacto con el césped y que precisamente sea ese roce el que identifique cada uno de mis contornos. Podría sentarme en un recodo y escuchar el silencio que llena el vacío del pensamiento. He buscado un lugar apartado de la mente incansable y fatigosa. Me alejé muchas veces varios kilómetros, pero no fue suficiente. Erré el escondite, equivoqué la orientación. La soledad perfecta no está fuera.

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