AMOR BAJO PLÁSTICOS

AMOR BAJO PLÁSTICOS

WALTER MONDRAGÓN

10/01/2021

Del coche en el que vive, con el que trabaja y en el que duerme, aparcado en un lugar discreto bajo un frondoso carbonero plantado en ese lado de la avenida Gaitán, sobresalía una pierna larga y esbelta. Las hojas brillaban de rocío y el aire aromado le daba al paraje un toque mágico.

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Soy amigo de “El jugador” así le digo, porque otra vez, cuando pasé trotando por esa vía a coger la variante, entre arboledas, lo hallé dominando una esférica, haciendo treinta y unas, elevándola más arriba de la copa de los árboles y recibiéndola en el pecho tal que un james en su entreno, aunque, siendo sinceros, su raído balón estaba de botar. Yo me había quedado mirándolo. Él, al descubrirme, me ofreció un pique que acepté … ¡Sólo me dejó tocar el cuero por cortesía al entrar en el juego! Me lo quitó, amagó, dribló, hizo malabares y finalmente haciendo la bici´ lo pasó por encima de mí, dejándome azul. Supe que ya no vería esa pelota y seguí mi trote mañanero. Él siguió hacia su ancho coche de basuriego a guardar su objeto más preciado.

En mi rutina deportiva suelo pasar por ahí a las siete a.m. más o menos, cuando el tipo aún duerme en el coche bajo cobijas de plástico, o apenas se está levantando y preparando ese cajón ancho de latón que es su coche para salir a su recorrido de recolección, o juega un rato para desentumecer los músculos, pero hoy lo interesante es que El Jugador, se ha retrasado y la razón parece ser la dueña de esa pierna. Seguí mi ruta y me alegré por él que es un hombre bien plantado muy a pesar de sus harapos; tendrá acaso veinticinco años y uno lo supone consumidor de alucinógenos, como suele pasar con la mayoría de los recolectores de basura de esta ciudad de jóvenes desempleados, aunque a juzgar por su aspecto atlético tal vez él no lo haga.

No soy compasivo pero no soporto botar los sobrados de mi almuerzo y por estos días visito un restaurante donde me sirven como para dos, de modo que guardo la mitad para donarla al primer hambreado que me encuentre en la calle y la acepte. Desde luego, no debo rodar mucho para encontrar el “afortunado”, rumbo a casa.

Van a ser las dos de la tarde y localizó un tipo bien vestido que palpa, en contraste, una bolsa de basura, en una calle próxima, de la cual saca algo y sale corriendo hasta la esquina siguiente donde se reúne con alguien; como voy en bici´ me apresuro y lo alcanzo, en ese momento veo que el hombre le da un sorbo de gaseosa a una chica, a la que instintivamente le miro las piernas, ella me descubre observándola y él, alertado por su movimiento, voltea a verme. Entonces nos reconocemos: ¿Quieren? Les ofrezco tímidamente la caja de sobras y El Jugador no me la recibe: ¡La rapa, literalmente, de mis manos!.

La mujer es una quinceañera que se ve muy hermosa no obstante unos rasguños que le cruzan las mejillas, como si hubiera atravesado un cañaduzal. En fin, la abren y se sientan en un acera amplia de la calle a compartir el modesto bocado.

Los dejo.

El día avanza y se hace noche. De vuelta de un taller virtual sobre relato testimonial, ofrecido en esta forma debido a la pandemia de Coronavirus 19, regreso a casa (vivo en un apacible barrio clasemediero, cerca a un colegio, ahora cerrado) Al doblar una esquina veo bajo un árbol bajito pero grueso cuyas raíces han roto el cemento de la acera del edificio del colegio, ahora en penumbra, que han parqueado inusualmente un destartalado coche de basuriegos, avanzo, dudo incrédulo: ¡Pero si son ellos! Me los he topado, otra vez -confirmo para mí- mermo la velocidad con intención de saludarlos, pero me limito a verlos, puesto que ellos están entretenidos ….

El Jugador linterna en mano examina minucioso el interior del coche quizás reparando en que no estén por ahí trozos de vidrio, latas, clavos o alambres que puedan afectar aún más la carita de su compañera, que recostada sobre el tronco de aquella ceiba enana, le espera mirando para el páramo, en actitud soñadora.

He seguido de largo sin que me noten.

No supe si se quedaron a pernoctar ahí; el coche cabe perfectamente entre el árbol y la tapia del colegio, calculo, y los vecinos todos estaban confinados o parecían estarlo a juzgar por las luces apagadas de las ventanas y la penumbra y el frío que envolvían la cuadra.

Aunque, por otra parte, pensando en los melindres de las gentes del vecindario…, quién sabe!. Bueno, pero, de ser así, me pregunto: … cómo hubo de hacer la muchacha para esconder la pierna que le sobresale al estirarse en el coche cuando duerme? ¡Se madrugarían! -Imagino.

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