Iniciaré estas líneas con el clásico de clásicos; -En aquella calle…- y coincidentemente, acorde al tema de convocatoria, será las Historias de la CALLE 5.

En aquella calle 5, de la delegación Álvaro Obregón en Ciudad de México; la de los años 80-90’s donde los niños podían salir a jugar con los vecinos o solos sin temores mayores, aquella donde los padres ya iniciaban una vigilancia proactiva pero no demandada ni limitativa por altos niveles de delincuencia; esa donde cada navidad las calles se cerraban para poder realizar las festividades en compañía de los vecinos. Todos y cada uno de ellos organizados de manera en la que las posibilidades, económicas lo permitieran, pues aún existía la bendita capacidad de tener tiempo libre y disfrutar de los amigos y familia sin rencores, sin que el estrés del día a día lo prohibiera de manera inherente y casi malévola como en la época actual; y no, no me refiero a estos tiempos pandémicos; que, desde mi punto de vista infantil, adolescente y adulto que hoy por hoy su narradora tiene, me parecen por sobre todas las cosas grosero, poco respetuoso y hasta en algunos casos sin piedad.

Sé que para todos, lectores y no asiduos, podemos tener algo en común en esta época y lo que respecta a las celebraciones de ciertas festividades, es muy deprimente en algún punto lo que ha generado hasta ahora el aislamiento; independientemente de la poca o mucha vida social con la que está usted acostumbrado a llevar su vida. Si no es usted, son sus padres, si no los tiene, son sus hijos, si no los tiene, son sus mascotas, si no las tiene son sus compañeros de casa o de trabajo, pero como todos sabemos esto ha afectado a toda la población mundial. ¡TODA!

Por este justo daño historias de la calle 5 se remonta a ese momento, donde una pequeña de cabellos negros, de piernillas delgadas siempre cenizas o chorreadas, Dios sabrá de qué. Inicia cuando llegan a festejar con los vecinos de aquella calle, la de sus abuelos.

Llegando todos los habitantes alrededor de las 6 de la tarde, y ahí está aquel muchacho que parece tener algún daño cerebral o quizá haber sufrido algún tipo de abuso, pues su manera de comportarse no es la más cercana al promedio de los chicos de su edad, pero es muy atento: Luis su nombre, y es el responsable por propia voluntad, y para ganar unos pesos; de ayudar a todos los propietarios a encontrar el mejor acomodo de los vehículos, todos apretaditos hasta atrás y hasta el frente de la calle, pues la parte de enmedio justo donde la pequeña de rodillas chorreadas parece tener más control que en el resto de las propiedades pues se le ve entrar y salir de todas las casas de aquel lugar. Ese, el número 8 de esa adoquinada calle coincidentemente tiene uno de los árboles más grandes de la calle, un hule, de él se recuerdan muchos de los cumpleaños de los que los entonces chiquillos que fueron creciendo y de los hijos de muchos de ellos; sin dejar pasar las vastas y múltiples posadas navideñas de todos ellos, árbol de más de 20 años, algo sabrá como buen anfitrión de eventos; los secretos que habrá tenido que guardar, besos, llegadas o salidas furtivas, la de veces que la habrá hecho de ser base en los juegos de niños. Ahí justo ahí es donde también se reúnen los mayores para poder entregar el ponche calientito, pareciera que en el caso de los mayores a quienes les gustaba un poco de piquete como sabor especial, les servía de soporte el hule que firme parado estaba en la esquina de esa casa. Así mismo se ve tan detallado a los señores platicando de sus cosas, contando chistes y uno que otro trato. Por otro lado las señoras preparando típicas bolsitas con frutas pequeñas de temporada, cacahuate y uno que otro confitado, y sirviendo los platos de combinación de tradiciones familiares disfrazados de platillos. 

Qué maravilla de mundo en una sola calle, los chiquillos jugando a cualquier cosa que de imaginación se alimentara y a los adolescentes o adultos jóvenes haciendo alarde de cualesquiera fueran sus mayores habilidades del momento, y algunos más altruistas viendo cómo acomodar las piñatas y hacer las filas.

Cómo hacer que vuelvan aquellas viejas reuniones donde se aglomeran todos los de la localidad o el poblado, pero ¡no! esto se fue reduciendo, y más tarde quedaron sólo reuniones por terrenos hacendarios, después cúmulos en las colonias, más adelante en tiempo solo reuniones de vecinos de la calle, y cercana fecha solo núcleos de familias; y ahora, hoy día familia cercana, cerrado, totalmente limitativo. Queda la historia, queda el recuerdo de aquellos que lo pudieron vivir, y queda la bella imaginación de los que nos siguen para poder dar inicio a algo que pueda revivir.

¡Qué hermosos recuerdos!, todas las historias de la calle 5.

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