LEY DE DESABASTECIMIENTO

LEY DE DESABASTECIMIENTO

Fran Nore

13/11/2020

  Llegué a una ciudad fronteriza que estaba desabastecida de víveres y gasolina por una inesperada guerra.

  Las calles estaban en un estado caótico, no destruidas, pero sí desarmadas, como si alguien jugando las hubiera desarreglado.

  Cuando me aproximé a comprar productos de consumo en el supermercado vi una enorme fila de personas silenciosas formada hacia lo largo de la calle despoblada.

  Me intrigaba ver tanta gente esperando impasible en aquella cola interminable, no se escuchaba un siseo, ni una alharaca, ni una sola queja de las personas de estar allí sometidas a la extensa fila bajo un sol abrasador.

  De inmediato, detrás de mí, se formó una cadena de seres mudos que parecían contraerse mientras la cola se alargaba cada vez más en la calle fantasmal en medio de la tarde candente.

  Pensé que era necesario aquel sacrificio para que todos nos pudiéramos abastecer de comida.

  Pregunté a una señora que estaba a mi lado si la confrontación bélica de esta ciudad con otras ciudades vecinas iba a durar demasiado. Y la señora sólo atinó a mover sus cejas despobladas mientras sus ojos saltaban de sus cuencas y se perdían dando saltos juguetones en el pavimento. La señora ni se inmutó en ir a rescatarlos. Quedó ciega y aún así continuó en la exhaustiva fila infinita.

  Opté por preguntarle al señor de barba blanca colosal que estaba detrás de mí. Sólo me enseñó sus dientes destemplados en una sonrisa perdida.

  Como nadie quería hablarme, lancé un pavoroso grito a ver si de pronto alguien se dignaba a bostezar o emitir algún sonido, pero resultaba inútil la tentativa de formar un escándalo, sólo ocasioné que miles de pares de ojos saltaran de sus cuencas orbitales.

  Permanecí en medio de la fila, desconcertado y desconsolado.

  Me encontré incluso familias desamparadas amontonadas en los andenes de la calle, parcas y silenciosas.

  Al parecer la guerra había dejado a la población sin habla y con los ojos corriendo despavoridos por los calientes pavimentos.

  Luego descubrí un vistoso letrero con grandes letras en la puerta del supermercado, el letrero avisaba que La Ley de Desabastecimiento Nacional era general, por lo tanto, las estanterías del supermercado estaban vacías.

  Concluí que por eso la hambrienta población estaba atiborrada en las zanjas de la calle mientras necios y atolondrados individuos hacían la innecesaria e implacable fila bajo el sol.

  Con La Ley de Desabastecimiento los supermercados no se comprometían en brindar servicio a las familias necesitadas.

  En la extensa fila la multitud de personas esperaba con resignación que alguien se moviera de ese estado zombi, puesto que ya estaba cayendo la tarde y nada ni nadie circulaba, todos exentos de fuerzas para moverse con entera libertad; decidí esperar un poco más a ver si la situación cambiaba.

  A la noche siguió igual la cola, estática, inmóvil.

  Supuse que La Ley de Desabastecimiento Nacional lo afectaba todo, incluso hasta la movilidad.

 

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