No me fío. Seguro que detrás de sus asentimientos se ríen de mi. Son buitres. Esperan que mis frases se desangren para morderlas con sus afilados juicios. Aún así, aclaro la voz con mi tos más falsa -cof, cof- y finjo leer unos versos que me sé de memoria. Los desafío asomándome orgulloso por encima del folio. Para terminar, les dedico una mirada ácida (mis ojos lagrimean) y lapidaria. Todos aplauden. Excepto el profesor, un hombre muy leído. ¿Qué pensará de los plagios? -me pregunto.

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