En la desgracia suelen venir a salvarnos de la locura. Debía asumirlo ¿A qué el afán por sacarme de casa? Temían mi adiós a esta vida cruel. Sin fuerzas asistí al taller de escritura, un atajo de chiflados resentidos. Yo no era la más infeliz, ni tampoco un genio. Aquel ambiente endiosado me destrozaría. Me sacudí el polvo, tomé el tren y aún no he parado. ¿Realmente de qué huyo? Me refugio en el fragor de la locomotora y a ratos logro soslayar el insufrible estruendo de las voces de mi cerebro.

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