Ella y sus blusas aerostáticas se apuntaron al taller de escritura por los créditos de libre configuración. Yo fui detrás porque la niña, además, gastaba vaquero reventón. Ni dos semanas aguantó por allí. «Paso», me dijo, «anda, porfi, escríbeme tú el relato, que necesito los créditos». No supe decirle que no. La pega era que el resto de tías del curso no valía gran cosa, aunque descubrí que en un cuento las podía inflar.

–Bueno, ¿hacemos otro taller este año? –me preguntó.

–Fff… No.

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