Primavera y poesía confinadas

Primavera y poesía confinadas

Gabriel

22/03/2020

Hoy los versos caen del cielo en forma de lluvia fina. Desde mi ventana el día es gris. El edificio de enfrente representa un cuadro cubista: líneas rectas y fondo ocre con cinco hileras de ventanas grises.Todas cerradas.

Monotonía rasgada por una mujer vestida de azul asomada a una ventana abierta. Los árboles están desnudos y húmedos. Hoy la primavera está confinada en estado de alarma. El suelo acoge la lluvia fina y lo cubre de un manto marrón con pequeñas hierbas que no entienden de «estados de alarma.»

Entra por mi ventana una bocanada de silencio que se resquebraja por el canto intermitente de algún pájaro o por el ruido de un coche que pasa a lo lejos. Pequeñas señales que me reconfortan con la vida que sigue su curso por no hacer mudanza en su costumbre.

El viento frío se cuela por la fina abertura de mi ventana. Recorre mi cuerpo y la cierro con un golpe seco. Miro por la pantalla que es ahora mi ventana, cortada a la mitad por la persiana que hace días renunció a moverse, quizás porque los años la animaron a quedarse quieta. Este capricho me fragmenta la realidad exterior. Eso sí, me deja percibir un trozo de cielo y en la noche, esta persiana mía antojadiza, le da permiso a la luna para asomarse y yo, desde la cama, le cuento «qué sé yo».

No soy la muchacha que mira por la ventana del cuadro de Dalí. No entran la brisa y el eco del mar por mi ventana. Ni siquiera estoy de pie, ni mi cuarto está vacío. No, lo habitan «cosas de las que emerjo yo, cosas llenas del alma mía», como dice el poeta chileno. Desde ese cuarto, y desde mi ventana, percibo poesía en la prosa cotidiana; sin embargo, solo encuentro versos libres que no logro retener en un poema de versos blancos. Siempre se cuela un verso suelto y el poema se diluye, ablanda y derrite como los relojes de Dalí. Y es que vivo en la irrealidad real de un poema onírico.

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