LA POMPA

Era una noche confinada. Como todas, en realidad. Como si no pasara nada. ¿Acaso no se está en casa confinado por la noche? El día confinado, sin embargo, sí había sido diferente. Por fin, habíais podido dar un simple paseo, una pequeña huida al exterior. Algo había cambiado. El ambiente se había relajado.

Al terminar la cena, en el escurridor del fregadero, abriste el grifo de agua caliente y apuntaste a una fuente usada, tras dejar caer unas gotas de detergente.

Surgió espuma en las olas del estanque costroso de aquel recipiente.

Y de la superficie, sin previo aviso y lentamente, fue ascendiendo como un globo una minúscula pompa en suspensión. Con su pequeño y trasparente cuerpo, flotó de manera frágil pero mantenida. Pudisteis ver los reflejos de los colores en su translucidez, como un bello cristal. Pareció reposar en el aire, tan suave son las corrientes y los vientos que hay en la cocina.

La pompa se fue meciendo y vosotros dos, asombrados, la admirabais como ese espectáculo que nunca antes se vio.

Una sensación relajante y exquisita os fue acompasando con ella en ese vaivén, en el que muy sigilosamente fue dejándose caer.

Al llegar casi al suelo, temiendo y esperando ya lo peor, os sorprendisteis de ver cómo siguió su camino horizontal, iba y venía en aires invisibles que ni podíais imaginar.

Os mirasteis y sonreísteis, como compartiendo el secreto de una primera vez, de un código cómplice, de una magia que hiciera a la pompa flotar, por siempre jamás. Menudita pero infinita. ¡Qué estupenda lección! ¿Cómo explicarlo a quién quiera escuchar?

Y, de repente, de las entrañas de debajo de la mesa surgió el lobo que acecha, buscando presa fácil con quién jugar. De un solo bocado, vuestra perra se abalanzó e ingirió la pompa, sin piedad.

Rompisteis a reir como locos.

Y volvisteis a la vida real.

Aunque real fue la pompa también. ¡Qué vida más corta! No pudo ser.

Contemplar la sencillez de las pequeñas cosas fue todo un descubrimiento.

El mundo en cuarentena estaba detenido.