Pensé en salir del cuarto. Pero mientras mi compañera de piso estuviera en el comedor, no pensaba hacerlo.

Abrí la ventana para sacar un poco la cabeza de aquel lugar. Daba a uno de esos inútiles patios de luces que dejan entre finca y finca en las grandes ciudades. Aquel hueco estaba lleno de suciedad y tuberías, no circulaba el aire, y tampoco entraba mucha luz. Estiré los brazos y toqué la pared. ¿Antes era posible alcanzarla?

Intenté moverme alrededor de la cama para llegar al armario, tropecé varias veces. Era la primera vez que me pasaba. El cuarto siempre me había parecido espacioso. Quise sacar una camisa limpia del armario empotrado. Pero al hacerlo, varias prendas salieron disparadas. Parecía que la ropa estuviera metida a presión.

De nuevo pensé en salir del cuarto. Pero escuché a mi compañera toser al otro lado de la puerta. Mejor estar dentro.

Volví a la ventana, necesitaba otra bocanada de aire. Esta vez no pude ni siquiera sacar la cabeza. ¿Estaba aquella pared más cerca? Planté mis manos sobre aquel muro gris y sucio. Creo que no tuve que estirar tanto los brazos como antes ¿Qué pasaba? Di un paso atrás, tropecé y caí sobre la cama, había demasiado desorden, así que traté de volver a meter la ropa en el armario. ¿Por qué no cabía todo otra vez?

El cuarto me parecía más pequeño, y costaba moverse por él.

Miré de nuevo la ventana tras sentarme en el centro de la cama. Un perfecto cuadrado gris en mi pared beige. Continuo, sin huecos, sin fisuras, sin salida. Recogí las piernas. La cama se había convertido en todo mi mundo, no existía espacio alguno más allá de sus límites. ¿Empezaban las paredes a presionar sus bordes? Me convertí en un pequeño ovillo. Quería ocupar el menor espacio posible. ¿Qué llegará hasta mi antes? ¿Las paredes, o el techo?

Sin voz, trato de pedir ayuda.

No puedo moverme.

Me cuesta respirar.

Ya no puedo salir.

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