Con mi vecino de enfrente somos los únicos viejos que existen en varias cuadras a la redonda y no es porque los otros hayan muerto de coronavirus u otras dolencias, sino porque es un barrio nuevo, de gente joven que arrastraron a vivir con ellos a sus padres.
Por las mañanas, tipo once, hacemos acto de presencia para que el otro sepa que aún vive. Un saludo, una señal de que estamos bien, que por lo menos amanecimos, con eso basta. ¡Nos tienen absolutamente prohibido salir a la calle!, por lo del Covid19 por supuesto.
Personalmente, el resto del día lo paso muy ocupado mirando pasar el tiempo, una ocupación ardua pero aburridora.
Los hijos trabajan y llegan tarde, están metidos en la carrera para lograr éxito, cada día trabajan más y pagan más por tener más, más y más. ¡Una verdadera burrada!
También participé de ésa carrera en mis años jóvenes y solo logré ganar un divorcio de mi mujer, ver poco a mis hijos, hacerme de una úlcera, joderme la espalda, el corazón y los riñones. Al final el éxito siempre siguió estando lejos, muy lejos. Pero… cada uno tiene que vivenciar sus propias vivencias, ¡la experiencia ajena no sirve!
Por la tarde tenemos autorización para ir a comprar pan, con la indumentaria de rigor y a veces hasta con ropa recién cambiada, con “merjume”, como decía una nieta, o “coyola”, como le corregía la otra, nos aprontamos a salir a la calle. Mascarilla, guantes y hasta un protector facial tipo escafandra que pasaron vendiendo por el barrio y que nos compraron, el mío tiene ribetes rojos y el de Juan; verdes.
Así, armados, desafiantes, salimos a enfrentarnos con la amenaza latente de una innumerable cantidad de microbios, virus, estafilococos y parásitos que nos acechan a lo largo del extenso trayecto hasta el almacén, ¡media cuadra!
Hacemos la fila, compramos y volvemos a casa conversando cualquier tontería a más de un metro de distancia social.
Hoy no apareció el vecino, debe haber amanecido enfermo, si se esmera y para las chalas (muere), podre decir como el personaje de Will Smith, Soy Leyenda.
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