Llegué al día 41 de la cuarentena (¿o el primero de la cincuentena?). Estoy solo en mi departamento, ni gato tengo, necesito ver fútbol en vivo, no me alcanzan los goles de Messi del 2004, 2005 o 2010 que pasan por TV incesantemente, ¡quiero ver gambetas nuevas! Y necesito hablar con gente que no esté detrás de una pantalla, estoy harto del guasap, las videoconferencias y hasta del nuevo Zoom. Lo confieso: ayer fui subrepticiamente hasta el buzón de la esquina y me envié una carta a mí mismo… para que me visitase el cartero. ¡El cartero!, pero cómo es que ignoré con un mero saludo de cortesía durante tantos años a tan interesante persona. Esta mañana, cuando me trajo la carta ―que aún no he abierto―, hemos podido mantener una conversación magnífica por casi tres minutos. Creo que yo he hablado más que él, pero de barbijo a barbijo charlamos de mi familia, de la ansiedad por el fútbol, del puto virus y los chinos, de cómo extraño las reuniones en el bar con amigos, de la carta que me autoenvié… bueno, al llegar a este punto el tipo pareció asustarse, supongo que de pronto recordó que tenía mucho trabajo pendiente. Me dijo que estaba un poco apurado, así que yo lo retuve amigablemente mientras pude tomándolo por el codo (con guantes, claro) hasta que al fin logró desprenderse y retomó velozmente su reparto. Le pedí que volviera todos los días un ratito, aunque no tuviera correspondencia para entregarme. En fin, como dijo Rick Blaine, presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad…
OPINIONES Y COMENTARIOS