Una puerta se cerró y el espacio interior comenzó a tomar extraña dimensión. Afuera es afuera…adentro, sitio plagado de olores distantes, a los pies del dios «alcohol». Todo es desconfianza e incertidumbre: si hasta nos miramos con pruritos, el otro? alguien que puede ser portador. Las manos padecen una lluvia de espumas jamás vista, desconocemos y nos desconocemos. Pareciera que dejamos a la persona que fuimos hasta ayer, archivada  a la espera de mejor ocasión.

La sola mención de «cuarentena», nos sitúa en épocas de pestes, muerte y presagios del fin de los tiempos. Nos iremos olvidando de los rostros familiares? abrazos y expresiones de afecto?…todo se mueve al compás de palabras inusuales (hasta ahora): tapabocas, barbijo. Mas los días se suceden unos a otros imparables, comenzamos a desandar otros caminos, rodeados de silencios…y espera. Y aquellas calles vacías, son un espejo donde poder observar cuanto fuimos y tal vez: no volvamos a ser.

Los encuentros se basan en desencuentros, mientras la naturaleza se extiende agradecida…a la cuarentena. Pájaros, cielo límpido, espacios que vuelven a retomar la inocencia perdida. Esta vez? la «sabia naturaleza humana» no encuentra la brújula, el todo…se transforma en nada. Seguramente sobrevivirán quienes tengan la capacidad de soñar, alimentar un mañana distinto,manos tendidas derramando solidaridad.

Confluencia eterna: amor con desamor, todo en aras de una melodía que nos transporta, nos deposita en el confín de lo posible, en su permanente pelea con lo imposible. Y para ello? será necesario abrir la puerta: esa trinchera entre nosotros y los demás.

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