«En silencio mi voz llama por un escape, pero no hay nada, solo la carpa y preocupaciones falsas…»
Los días pasan y por desgracia las calles siguen llenas, y no por falta de conciencia, sino por exceso de pobreza. Un virus que mata silente los negocios pequeños y a quienes viven del día en trabajos irregulares, sin seguro alguno que les ofrezca salvataje.
A las nueve con treinta desinfectan los caminos una vez más. Desaparece el mal invisible, pero queda la gente que no tiene casa ¿Y qué hacer? Son tiempos de cuarentena. Para algunos no salir significa no comer, para otros no salir es seguridad, para ellos es dejar de estar.
El día se esconde detrás de una ventana sucia, detrás de historias no contadas, detrás de familias quebradas. La crisis que viene los mata, pero no es nada nuevo, siempre han sido ellos los primeros en partir cuando el tiempo se para.
Escucho algunos gritos incluso después del toque de queda, son por lo general personas sin salvoconducto que luego de intentar volver a casa se dispersan y vagan entre las patrullas y los fusiles de la armada.
Ojalá que quienes los detengan, les den algo de paz, un techo enrejado y un piso que no sea de tierra. Un espacio frío, un claustrofóbico respiro de la calle, un breve escape de la vida de inmigrante, un regalo de protección imaginaria.
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