Como si de broma se tratase, parecía una leyenda lejana que no nos iba a llegar. La cosa se ponía cada vez más seria, dando la sensación de tenerlo todo bajo control. Lo ibamos perdiendo. Y de repente un sueño en el que un hombre con un arco anunciaba penurias, hizo que al despertar comprara un billete y me hiciera las maletas. -Regreso a casa.- le dije a mi madre. Hacía semanas que la mala suerte me acompañaba. Ahora entiendo que eso fue lo mejor que pudo pasarme. Llegué jueves y viernes por la noche se estaba decretando el Estado de Alarma, lo justo para que pudiera coger un poco de aire de mi tierra y fuerzas para resistir las consecuencias de una pandemia.  Día 17 de aislamiento y nos estamos volviendo locos. Permítanme mi atrevimiento si digo que nos hacía falta. Pasar más rato con la familia, cocinar juntos, parar y plantearnos la vida, querer dejar de pensar para no dejar de vivir, echar de menos, morirnos de ganas de besar, dejar los rencores a un lado, unirnos todos los seres humanos y luchar. Parar el mundo, dejar revivir a la naturaleza la cual no merecemos. Ver como una enfermedad se lleva miles y miles de vidas, nos hace darnos cuenta que una mierda vale el dinero. Que no hemos hecho todo lo posible por codicia, por exprimir hasta el último momento, hasta la última moneda, sufriremos las peores consecuencias. Sentiremos el último aliento de millares de seres queridos, veremos la quiebra que a pulso se esta tallando en este país. Para que de una vez por todas dejemos de mirar a un lado. Somos afortunados de lo que tenemos y no se aprovecha. No hay nada que negociar cuando somos nosotros los que estamos en juego. Y seguimos subidos a un barco en manos de quiénes toman decisiones a contrarreloj, probando suerte, tentando al destino. Viendo como cada día que pasa parece que nunca sea un día menos. Ciudades deshabitadas y balcones llenos de miradas que no pierden la esperanza. Ojalá despertáramos y solo fuera un mal sueño.

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