Miguel salió del supermercado corriendo. Había recibido una llamada de su madre que le decía que a habían despedido a su padre del trabajo porque hacía muchos días que no aparecía.

Por el camino pensaba que no podía haber sido más oportuno ahora con la pandemia del coronavirus ya que la faena se había acrecentado mucho y todas las manos eran ahora indispensables.

Entró en la habitación de su padre y se lo encontró muerto en una situación demoníaca, su padre que trabajaba en Plásticos SL se había envuelto de los pies a la cabeza en plástico desde hacía mucho tiempo, y parecía que se había comido trocitos de su propio cuerpo.

Los trocitos del cuerpo de su padre le descolocaron y empezó a vomitar, pronto su vómito se empezó a mezclar con la carne y el plástico y Miguel se vio envuelto en una pandemia mucho más fuerte que la que azotaba el país. Empezó a pensar en un porqué, creyó que a su padre le había cogido uno de sus ataques de hipocondría tan suyos y le había dado para enfundarse en otra piel que no fuera la suya , que la alejase de todos los microbios y males de este mundo, y que cuando hubiese querido reaccionar habría sido demasiado tarde.

Pensó en la hipocondría tan salvaje y extendida que no distinguía ni a clases ni a razas en este momento tan cruel que nos tocaba vivir ,sin embargo a su familiar hacía tiempo que no le dejaba ni vivir ni morir.

Esta hipocondría feroz que no le permitía distinguir la realidad de su imaginación, esa enfermedad por la cual todo era un enemigo en potencia.

En este momento todos éramos potenciales víctimas, aunque mi padre lo había sido de una enfermedad mucho más silenciosa y no menos terrible: la hipocondría.¿ Seríamos capaces de vencerla colectivamente o el coronavirus nos llevaría a una histeria colectiva?

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