VOZ INTERIOR 1: ¿Otra vez tú? ¿No comprendes que aquí no tienes nada que hacer? ¿A qué se supone que has venido? Siempre apareces con esa idea tuya de que tienes algo que contarle al mundo. Pues ya te digo yo que te puedes ir por donde viniste. Aquí ya hay muchos como tú, que osáis alzar vuestra voz porque creéis que debéis gritarle vuestras penosas ocurrencias a los demás. Os iréis todos tan pronto como llegasteis. Bastará, para que no volváis jamás, que vuestros dueños puedan salir y aspirar el aire fresco allá dónde ahora solo quedan seres esenciales. Os iréis todos de la mano igual que llegasteis.

VOZ INTERIOR 2: Ya estás otra vez con tu negatividad. ¿Por qué te molesta tanto que poblemos estas páginas? ¿Acaso sientes el deseo irrefrenable de escuchar este grito? Si, eso es lo que te pasa. No lo quieres admitir. No quieres ver tu extrema cobardía. No deberías estar aquí. No eres bienvenido.

VOZ INTERIOR 1: Pero alguien os tiene que hacer ver que queréis volar y no tenéis alas. ¿A quién se le ocurre hacer terapia en voz alta? Creéis que liberando aquí vuestros esputos os desharéis de la peste que los engendró. Ilusos y vanidosos soñadores, eso es lo que sois. Ni vosotros mismos aguantáis vuestra penosa existencia. Verteréis aquí otra de vuestras aberrantes criaturas con la vana esperanza de que no quede enterrada bajo los cuerpos deformes que vomitan otros como tú, a cada rato. ¿O acaso crees que será rescatada de entre los despojos por algún ser de luz que aprecie en ella una promesa de belleza?. ¿Acaso crees que es fácil ver flores creciendo en la basura? Eres patético y yo me encargaré de recordártelo.

VOZ INTERIOR 2: ¡Cállate! No tienes ningún poder sobre mi. Te crees muy listo pero de lo que no te das cuenta es que este cuerpo que está por derramarse está hecho también de pedacitos de ti. Sí, así es, maldito y amargado sabelotodo. Esta que aquí ves, es también hija tuya.

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