Me acerco lentamente cuidando de no incomodarla, calculando cuantos movimientos debo hacer para, en el momento exacto en que se dé la vuelta y me mire, esbozar una sonrisa que parezca casual. Llego a su lado tenso, buscando en mí la posición adecuada, pensando no parecer pesado, quitando las manos de dentro de los bolsillos y volviendo a ponerlas; alcanzo su diestra, la miro largamente y le sonrío. Al virar su cabeza hacia donde estoy sus ojos encuentran los míos. Baja su vista hacia la copa que tiene delante y siento como sus mejillas se llenan de sangre. Mueve rápidamente la cabeza queriendo borrar con el gesto lo que la sonrisa dice. Balbuceo una disculpa por tener mi pie encima del suyo y noto que ahora soy yo el que se sonroja. Busco un cigarrillo, lo enciendo inhalando profundamente hasta tranquilizarme. Ella ya no me mira, conversa con su amiga, se arregla el pelo, no está sonrojada y yo ahí incapaz de moverme. Apago el cigarrillo en el cenicero que está de su lado estirando mi brazo lentamente logrando ver sus ojos una vez más.

Me alejo hacia la máquina que hay al fondo del salón midiendo mi andar, sabiendo su mirada en mi espalda, sin volverme. Introduzco las monedas una a una por la ranura, busco en mi bolsillo los cigarros, enciendo uno, giro mi tronco y mi mirada se pierde en el hueco que ella ocupaba.

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