Parece ser que soy de ese tipo de persona. Sí, de esos que en las noticias llaman vecinos molestos. Pero, ¿cómo no voy a gritar a los insensatos que se exponen todos los días al virus dando vueltas con la bolsa de la compra? Sé quienes son, los veo desde la seguridad de mi solitaria terraza. Sería una estúpida si no se lo recriminara. Pero, además, soy mala vecina porque hay que ser proactiva, dice Matías Prats. Y yo no lo soy. Nada. Hay que sacar luces a la terraza, bailar el “resistiré” de los demonios dinámicos, salir a aplaudir, jugar con los vecinos al veo veo… ¡No, no, no! Que lo haga él con los cuernos. Parece que hasta en cuarentena hay que seguir a la sociedad para no ser etiquetado como “esos”, los del entrecomillado sospechoso, los que aburren al vecindario y que, aunque demos ejemplos de buena ética, somos los malos de la película. ¡Pues mira tú que yo voy a seguir haciendo lo que hago!

Gritaré a esa que saca el perro y siempre anda con el móvil mirando a las musarañas, como si la mierda que suelta su chucho no fuera con ella. Sacaré el dedo a ese que toca el tambor sin ritmo como si fuera un ruido maravilloso. Le diré al calvo de los paseos matutinos con la bolsa del Mercadona que no se ande por las ramas y vaya rapidito. Y lo seguiré haciendo hasta después de que pase toda esta locura. Un bicho minúsculo no va acabar conmigo. Para matar a María Dolores Garrido hace falta mucho más.

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