Mi padre, cada vez que actuaba con excesivo ímpetu, me decía: “Chata, no seas tan vehemente”. Sólo con el paso de los años, como gota de lluvia que perfora la roca, ha calado en mí su mensaje.
Ahora, tras haber librado mil batallas; tras haber visto cómo en los atardeceres se desvanecían mis más ansiados planes; tras haber derramado demasiadas lágrimas, he comprendido que, cuándo detallé mi hoja de ruta vital, no caí en la cuenta de que en aquella habría cambios e imprevistos, muchos, y que, únicamente, estaría en mis manos mi capacidad de reacción ante ellos.
En cada momento, mi actitud ha sido determinante para enfrentarme a cada una de las sorpresas que la vida me tenía preparadas. La vida necesita apenas un segundo para desarmarte y ponerte en evidencia porque nada está bajo tu control.
Estoy viviendo estos momentos convulsos como una cura de humildad. Algo que no se puede ver ni tocar, un virus, ha puesto a la humanidad patas arriba, cruzando fronteras sin pasaporte, desmontando todos nuestros planes y sueños, enfrentándonos ahora a un futuro incierto para el que no estábamos preparados, puesto que nunca apareció ni en la peor de nuestras pesadillas.
Que la vida es un misterio, es un secreto a voces; que todo cambia en un instante, una cruel realidad; que todo pasará, un hecho cierto; y que, mientras tanto, sólo nos queda CONFIAR en que TODO SALDRÁ BIEN, la única esperanza.
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